2º BACHILLERATO

CONTENIDOS MÍNIMOS PARA “HISTORIA DE LA FILOSOFÍA”.

I.- FILOSOFÍA ANTIGUA.

1.- El origen de la filosofía: paso del mito al logos (o explicación racional del cosmos frente al mito).

2.- La filosofía presocrática: características generales.

3.- Los sofistas y Sócrates: características generales.

4.- Grandes rasgos de la filosofía platónica: La teoría de las ideas. El Estado ideal y otros tipos de gobierno.

Texto P.A.U.: República. Libro VII, 514a – 521d.

5.- Aristóteles : teoría del conocimiento. El movimiento y las cuatro causas. Ética y política.


II.- FILOSOFÍA MEDIEVAL.

1.- El problema de la fe y la razón en la Edad Media.

2.- La relación Iglesia-Estado en la Edad Media: Del cesaropapismo a la teoría de las dos espadas.

3.- La relación entre esencia y existencia en Santo Tomás de Aquino.


III.- FILOSOFÍA MODERNA.

1.- Racionalismo y empirismo: características generales.

2.- El contractualismo: Hobbes, Locke y Rousseau.

3.- La Ilustración: Líneas generales.

4.- Kant: Ciencia y metafísica en Kant. La ética formal kantiana.

Texto P.A.U: ¿Qué es la ilustración?


IV.- FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA.

1.- Marx: la alineación. Materialismo histórico.

Texto P.A.U.: Marx-Engels: El manifiesto del Partido Comunista (hasta “...a su imagen y semejanza”).

2.-Nietzsche: crítica a la cultura occidental. El nihilismo y la muerte de Dios. El superhombre y la voluntad de poder.

Texto P.A.U.: Crepúsculo de los ídolos. "Cómo el mundo verdadero acabó convirtiéndose en una fábula. Historia de un error".

3.- La Teoría crítica de la Escuela de Frankfurt.

Texto P.A.U.: Max Horkheimer: Sociedad en transición: estudios de filosofía social. “La teoría crítica, ayer y hoy” (desde "Ahora debo describirles..." hasta "...obstáculos al progreso").

4.- Sartre.

Texto P.A.U.: El existencialismo es un humanismo (desde "¿A qué se llama existencialismo?..." hasta "...una especie de mala fe").

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MÍNIMOS EXIGIBLES (extraídos de la Programación de la asignatura para el curso 2014-2015).

En relación con los contenidos meramente teóricos que el alumno debe conocer y sobre los que se aplicarán los criterios de evaluación, destacamos en concreto los siguientes (que son los exigidos por la UEX en la P.A.U.):

FILOSOFÍA ANTIGUA.
- El origen de la filosofía: paso del mito al logos (o explicación racional del cosmos frente al mito):
¿Cuándo, dónde, cómo y por qué surge la filosofía?
Características del mito.
Características del pensamiento racional (logos).
- La filosofía presocrática: características generales:
La concepción de la naturaleza (physis).
La búsqueda de principios explicativos y constitutivos: el arjé.
Diferentes soluciones: Monismos y pluralismos.
- Los sofistas y Sócrates:
Teorías filosóficas comunes: escepticismo, relativismo y convencionalismo.
El método socrático y crítica a los sofistas: El universalismo socrático.
El intelectualismo moral.
- Grandes rasgos de la filosofía platónica: La teoría de las ideas, el Estado ideal y otros tipos de gobierno:
Circunstancias históricas y sociopolíticas.
Teoría de las ideas: Mundo inteligible y mundo sensible: características y relación (“alegoría de la caverna”).
Teoría del conocimiento: Doxa, imaginación y creencia; episteme, razón discursiva e inteligencia; conocimiento de las ideas, dialéctica, eros, reminiscencia o anamnesis.
Antropología: dualismo antropológico; el alma: Origen y estructura (“alegoría del carro alado”, Fedro); relación alma-cuerpo; ética: Virtudes y partes del alma; la política: origen de la sociedad; correlación estructural alma y Estado: Grupos o clases sociales; la educación y el gobierno del sabio; la justicia de la polis; la evolución degenerativa de las formas de gobierno.
- Aristóteles: teoría del conocimiento. El movimiento y las cuatro causas. Ética y política:
Teoría del conocimiento: la abstracción; el proceso del conocimiento: entendimiento agente y paciente.
El problema del movimiento: teoría de la potencia y el acto; definición del movimiento; clases de movimiento; elementos que intervienen en el movimiento. Teoría de las causas.
La ética: la felicidad; la virtud; clasificación de las virtudes.
La política: el origen de la sociedad, naturaleza y función de la polis (Estado); las formas de gobierno: justa e injustas.

FILOSOFÍA MEDIEVAL.
- El problema de la fe y la razón en la Edad Media.
Origen.
Actitudes más importantes ante este problema: agustinismo, averroísmo latino, tomismo y nominalismo.
- La relación Iglesia-Estado en la Edad Media: del cesaropapismo a la teoría de las dos espadas.
- La relación entre esencia y existencia en Santo Tomás de Aquino.

FILOSOFÍA MODERNA.
- Racionalismo: características generales.
- Empirismo: características generales.
- El contractualismo: Hobbes, Locke y Rousseau:
Estado de naturaleza.
Concepción del contrato o pacto.
Estado social o político.
- La Ilustración: líneas generales.
- Kant: ciencia y metafísica en Kant. La ética formal kantiana:
Circunstancias históricas y sociopolíticas.
Ciencia y metafísica: revolución copernicana kantiana, sensibilidad, entendimiento y razón; ¿es posible la metafísica como ciencia?
La teoría ética: crítica de Kant a las éticas materiales; la ética formal kantiana: ¿qué es una ética formal?; el deber; el imperativo categórico y formulación; postulados de la razón práctica.

FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA.
- Marx: la alienación. Materialismo histórico:
Circunstancias históricas y sociopolíticas.
La alienación y sus formas: la alienación económica.
El materialismo histórico: Categorías o conceptos fundamentales del materialismo histórico; tesis de la concepción materialista de la historia; tránsito de la sociedad capitalista a la comunista.
- Nietzsche: crítica a la cultura occidental. El nihilismo y muerte de Dios. El superhombre y la voluntad de poder.
Circunstancias históricas y sociopolíticas.
Crítica a la cultura occidental: Crítica a la metafísica; crítica a la moral; crítica a la religión; la muerte de Dios.
Propuesta filosófica: Reivindicación de la vida; el nihilismo; el superhombre; la voluntad de poder; el eterno retorno.
- La teoría crítica de la Escuela de Frankfurt:
Circunstancias históricas y sociopolíticas.
Caracteres generales de la Escuela de Frankfurt: Teoría tradicional y teoría crítica; interdisciplinariedad; crítica al positivismo; análisis crítico del marxismo; análisis crítico de la Ilustración; análisis crítico de los totalitarismos y del neocapitalismo.
- Sartre:
El ser humano como libertad: angustia, desamparo y desesperación.
Relaciones entre esencia y existencia humanas en el existencialismo.
La realidad: la nada.

- Es fundamental destacar que los alumnos han de conocer los rasgos básicos (históricos, políticos, económicos, culturales e intelectuales) de los contextos de aquellos autores que sean objeto de comentario.
- En cuanto a los criterios de evaluación que exponemos seguidamente, se considerarán imprescindibles y mínimos para poder aprobar el curso los criterios: 1, 5, 6, 9, 10, 11 y 12.

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CRITERIOS DE EVALUACIÓN.

1. Analizar el contenido de un texto filosófico atendiendo a la identificación de sus elementos fundamentales (problema, conceptos y términos específicos) y de su estructura expositiva (tesis, argumentos, conclusiones).
2. Interpretar el sentido de un texto filosófico relacionándolo con su contexto teórico y social, y diferenciando las propuestas que contiene de otras posibles sobre el mismo tema.
3. Comentar y enjuiciar críticamente un texto filosófico identificando los supuestos implícitos que lo sustentan, la consistencia de sus argumentos y conclusiones, así como la vigencia de sus aportaciones en la actualidad.
4. Recoger información relevante y organizada elaborando un trabajo monográfico sobre algún aspecto de la historia del pensamiento filosófico.
5. Relacionar los problemas filosóficos estudiados con las condiciones históricas, sociales y culturales en las que surgieron y a las que intentaron dar respuesta.
6. Ordenar y situar cronológicamente las diversas interpretaciones filosóficas analizadas, relacionándolas con las de filósofos anteriores y reconociendo la permanencia e historicidad de las propuestas filosóficas.
7. Analizar críticamente las conceptualizaciones de carácter excluyente y discriminatorio (machismo, etnocentrismo u otras) que aparecen en el discurso filosófico de distintas épocas históricas.
8. Participar en debates sobre algún problema filosófico del presente que suscite interés, aportando reflexiones propias y relacionándolas con otras posiciones previamente estudiadas de épocas pasadas.
9. Ser capaz de localizar la idea fundamental de un texto y otras relacionadas con ella, así como explicar el contenido de un texto filosófico. A su vez, relacionar dicho contenido con otras ideas del autor, sin que ello suponga una mera exposición teórica de temas.
10. Desarrollar con claridad y precisión cualquiera de los elementos o ideas fundamentales presentes a lo largo de la historia de la filosofía
11. Exponer de modo crítico y argumentativo, oralmente o por escrito, el pensamiento de un filósofo y relacionar dicho pensamiento con el de otros autores y con otros problemas filosóficos.
12. Conocer y comprender los grandes períodos en que se divide la historia de la filosofía occidental, sus problemas fundamentales, sus autores representativos y sus obras, así como su relación con otras formas de expresión cultural.
13. Enjuiciar y valorar positivamente la utilidad del diálogo y las posibilidades del ser humano en la construcción de un pensamiento crítico propio para la resolución de los problemas.

Es fundamental que el alumno lleve a cabo todo esto exponiendo la información y sus ideas de forma clara y coherente, usando de modo adecuado el vocabulario filosófico específico y sin cometer errores de ortografía y sintaxis, ya que sin un uso adecuado de la lengua es prácticamente imposible poder expresar nada, y mucho menos cuando se trata de cuestiones filosóficas.

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PROCEDIMIENTOS DE EVALUACIÓN.

- Al alumno se le evaluará de forma continua, lo que significa que se le hará un seguimiento de su progreso en la adquisición de los diversos contenidos.
- Para evaluar los contenidos conceptuales se realizarán dos exámenes escritos a lo largo de los tres trimestres. Habrá controles y pruebas escritas referentes a cada texto objeto de comentario, así como a la teoría explicada en clase, con especial consideración hacia los contenidos mínimos concretados por la UEX. En general se seguirá el modelo de las PAU, que será entregado a los alumnos para su conocimiento a principio de curso. En otras ocasiones podrá combinarse en los exámenes una parte más teórica y otra que incluya algunas cuestiones tipo PAU. El objetivo será saber si el alumno conoce los temas fundamentales, si es capaz de explicarlos de forma objetiva y de analizarlos de forma crítica, no meramente memorística.
- Cada examen se evaluará atendiendo a los siguientes criterios:
1. Adecuación pregunta- respuesta
2. Corrección formal y ortográfica
3. Capacidad de análisis y síntesis
4. Capacidad de definir los términos filosóficos correctamente
5. Capacidad de argumentación y razonamiento
6. Identificación correcta de un autor con sus ideas
7. Presentación correcta del contenido y orden expositivo utilizado.
- La evaluación es continua y no se eliminan contenidos mínimos de evaluaciones anteriores, pero sí los textos ya evaluados.
- Los procedimientos y actitudes serán evaluados a través del trabajo individual, ya sea en clase o en casa. Serán igualmente objeto de evaluación la participación, atención, asistencia a clase, etc.
- El profesor realizará, aparte de los exámenes establecidos, cuantas pruebas estime convenientes para evaluar el nivel de competencia y la evolución del alumno.

CRITERIOS DE CALIFICACIÓN.

- Se realizarán controles y exámenes tal y como se ha indicado más arriba. En cada examen entrará, para todos los alumnos, la totalidad de los contenidos desarrollados hasta la fecha. Los contenidos mínimos de evaluaciones ya calificadas, podrán ser nuevamente objeto de examen.
- Cada examen, control o comentario de texto será calificado con una nota global, cuya valoración irá de 1 a 10 puntos. Las pruebas, una vez corregidas y calificadas, se les entregarán a los alumnos para que las revisen y analicen. El alumno será informado individualmente de los errores y problemas que se hayan observado en el examen o comentario de texto.
- Para la calificación del trimestre se hará la media de los dos exámenes: La nota mínima del examen global de la evaluación (el segundo examen) para que se pueda hacer la media será de 4; si el alumno obtiene menos de un 4, ya sea por falta de contenidos como por cuestiones de mala expresión, errores de ortografía, etc., no se realizará la media. Si el alumno obtiene al menos un 5 tendrá aprobada la evaluación. Si no es así, el alumno deberá recuperar dicha evaluación en una prueba al final del curso. Los comentarios de textos y cuantos controles se realicen a lo largo de las distintas evaluaciones podrán subir y/o bajar la calificación global de la evaluación.
- Cuando se propongan exámenes modelo PAU, las calificaciones serán las mismas que se establecen en dichos exámenes: 3 puntos la 1ª cuestión, 2 puntos la 2ª, 3ª y 4ª. En la 1ª pregunta se pide extraer la idea principal del texto y explicar el sentido del mismo. En la 2ª cuestión se debe de desarrollar la filosofía relativa al pensamiento del autor del texto, sin que sea una mera exposición de ideas sueltas. En la 3ª pregunta se ha de comentar la importancia del contexto histórico y sociopolítico en la filosofía del autor. La 4ª cuestión ha de consistir en la identificación del tema del texto y en la explicación de cómo ha sido abordado a lo largo de la historia de la filosofía por otros dos autores.
- En el caso de que las medias no resulten exactas, la calificación se redondeará en función de la nota obtenida del modo siguiente: Si resulta x,5 o superior, la calificación será el número natural siguiente (ej: 6,5 ó 6,6 será 7); en caso contrario la calificación será el número anterior (6,4 será 6).
- Se considerarán razones suficientes para bajar la nota de un examen:
1. Responder a lo que no se pregunta.
2. No responder a lo que se pregunta.
3. No utilizar términos filosóficos correctamente
4. No pronunciarse con corrección lógica, ni de forma organizada (cometer anacolutos, falta de concordancia sintáctica entre sujeto y predicado, falta de puntuación o errores ortográficos, etc.) Los errores repetidos de este tipo pueden suponer hasta 1 punto menos.
5. No localizar el tema principal de un texto ni desarrollarlo correctamente.
6. No presentar el examen limpio. Un examen sucio y sin márgenes supondrá medio punto menos en la nota obtenida por el alumno.
7. Cometer faltas de ortografía (se bajará medio punto por cada 3 tildes no puestas correctamente, o puestas donde no corresponden, y un punto por cada tres faltas de ortografía).
8. Un examen no podrá ser aprobado si una de las cuestiones, al menos, no es contestada, o el alumno contesta algo que no tiene nada que ver con dicha cuestión, o si contesta unos renglones pero sin el desarrollo necesario de los contenidos. Se contempla la posibilidad de que el alumno en pocos renglones sí haya expuesto el problema, por lo que la cuestión podrá darse por válida.
9. La limpieza y el orden en los exámenes podrán suponer hasta un punto más sobre la calificación del mismo.
-Durante el curso la calificación se ajustará a los siguientes criterios:
Exámenes: 70%
Trabajo individual: 20%. Los trabajos que se manden serán de carácter obligatorio y, en caso de que al término de la evaluación al alumno le falte por entregar alguno de los mismos, la calificación global de dicha evaluación será negativa.
Actitud: 10%. El alumno será, asimismo, evaluado en razón de su comportamiento, actitud e interés demostrado en clase. Los apercibimentos, ya sean verbales o escritos, motivados por una conducta inadecuada serán tenidos en cuenta a la hora de realizar la calificación global de las evaluaciones y del curso.
-Si el alumno aprueba todas las evaluaciones tendrá aprobada la asignatura y la calificación final resultará de la media de las calificaciones de dichas evaluaciones.

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RECUPERACIONES.

Se realizará una prueba a final de curso para que aquellos alumnos que tengan alguna evaluación suspensa puedan recuperarla. En este caso, se hará la media entre la/s evaluación/es aprobada/s y la calificación obtenida en la evaluación/es correspondientes recuperadas. Si tiene todo el curso suspenso, la calificación será la obtenida en este examen final. En caso de no aprobar a final de curso, el alumno deberá recuperar en septiembre toda la materia.

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Tópicos de la 4ª pregunta.

Platón:
Apariencia-realidad.
Sentidos-razón (opinión-ciencia).
La virtud (ética).
El gobierno.
La relación entre individuo y Estado.
El ser humano.
Kant:
Razón.
Libertad.
El gobierno.
Cambio social y político.
Ética.
Marx:
Cambio social y político.
El Estado.
La justicia.
El hombre.
Nietzsche:
Apariencia-realidad.
Dios.
Sentidos-razón.
El ser humano.
Ética.
Horkheimer:
Razón y libertad.
Cambio social y político.
Libertad y justicia.
Hombre y sociedad.
Sartre:
Ética.
Dios.
Libertad.
Esencia y existencia.

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I. FILOSOFÍA ANTIGUA.

Introducción.

Significación originaria de la palabra “filosofía”. La misma palabra “filosofía”, en su nacimiento dentro de la lengua griega, apunta a una peculiaridad: Frente a la sofía (“sabiduría” como saber teórico y a la vez práctico), “filo-sofía” (“amor al saber”) acentúa un carácter mucho más teórico y general, y por ello mismo más profundo. Frente al sofós, el sabio tradicional como maestro de costumbres y coleccionador de informaciones útiles sobre la Naturaleza, el “filósofo” pretende ir más allá de todo provecho y averiguar las razones últimas de la cosas, reconociendo, sin embargo, lo inagotable de su empeño: La filosofía se presenta como una tarea cada vez más rica, pero nunca definitivamente cerrada.
Legendariamente se le atribuye a Pitágoras la invención de la palabra “filósofo”: A alguien que le preguntaba si él era sabio (sofós), se dice que Pitágoras le contestó que solo aspiraba a ser “filósofo”, o sea, como quien dice, “aficionado al saber”. Pero esa “afición” –como en el aficionado (amateur) a ciertos deportes, frente al profesional– representa que el saber es amado sólo por sí mismo, por su propio valor intrínseco (propio, interior, específico), “por puro gusto de saber”, no para hacerse valer más ante los hombres en prestigio técnico o autoridad moral.

Los hombres comienzan y comenzaron siempre a filosofar movidos por la admiración; al principio, admirados ante los fenómenos sorprendentes más comunes; luego, avanzando poco a poco, se plantearon problemas mayores como los cambios de la Luna y los relativos al Sol y a las estrellas, y al origen del Universo. Pero el que se plantea un problema o se admira, ya reconoce su ignorancia. (Por eso también el que ama los mitos es –en cierto modo– filósofo; pues el mito se compone de elementos maravillosos).
De tal forma que, si los hombres filosofaron para huir de la ignorancia, está claro que buscaron el saber en vista del conocimiento, y no por utilidad alguna. Y así lo atestigua lo ocurrido. Pues esta disciplina [la Filosofía] comenzó a buscarse cuando ya existían todas las cosas necesarias y las relativas al descanso y al adorno placentero de la vida. Es, pues, evidente, que no buscamos a la filosofía por ninguna otra utilidad, sino que, por sí misma, y no para otro fin, así consideramos a la filosofía como la única ciencia libre, puesto que ella sola lo es para sí misma”.
Aristóteles, del libro Metafísica.

Su aparición histórica. Los primeros filósofos griegos ni siquiera fueron llamados filósofos: Eran los que luego Aristóteles –al recordarlos como los iniciadores del pensamiento filosófico– llamó fisiólogos, en sentido de “estudiosos de la Naturaleza” (physis = Naturaleza). Eran Tales de Mileto y sus continuadores, que reflexionaron sobre el mundo físico en busca de explicaciones, igual que los sabios y los astrónomos orientales, pero –y en ello está su novedad– tratando de hallar un solo principio que racionalmente pudiera ser base de todos los cambios del universo. El tipo del filósofo se separa desde el principio de la figura del sofós especialista. Heráclito es el primer pensador que emplea la palabra “filósofo”, y lo hace para indicar que el filosofar no puede quedar limitado a un solo terreno de saberes. Dice Heráclito: “Es preciso que los hombres filósofos sean sabedores de muchas cosas”. Y esto es lo que distinguirá a la filosofía propiamente dicha de los distintos saberes científicos: Su carácter de máxima universalidad.
Luego la “filosofía”, con Sócrates, cobra conciencia de otro aspecto suyo necesario: El “saber” no es sólo explicar el mundo, sino que es una actividad nuestra, del hombre. Y el hombre se presenta también ante sí mismo como un objeto –entre los demás– para ser explicado desde dentro. En consecuencia, el saber filosófico no es ya solamente una búsqueda desinteresada de las causas que intervienen en el universo, sino una búsqueda de explicaciones de las causas y del sentido de las acciones y de la vida humana.

Su acepción actual. ¿Cuál es el valor de la filosofía y por qué debe ser estudiada? Las ciencias físicas son útiles a innumerables personas que las ignoran por completo. Esta utilidad no pertenece a la filosofía. El pensador inglés Bertrand Russell en su libro Los problemas de la filosofía, habla de dos tipos de hombres: El hombre práctico y el contemplativo. El hombre “práctico” es el que sólo reconoce necesidades materiales, mientras que el hombre “contemplativo” es aquel que se sobrepone a los intereses instintivos y reflexiona –serena y libremente– sobre el Universo. Dice B. Russell: “La filosofía, como todos los demás estudios, aspira primordialmente al conocimiento. El conocimiento a que aspira es aquella clase de conocimiento que nos da la unidad y el sistema del cuerpo de las ciencias, y el que resulta del examen crítico del fundamento de nuestras convicciones, prejuicios y creencias […] El hombre que no tiene ningún barniz de filosofía va por la vida prisionero de los prejuicios que derivan del sentido común, y de las creencias que se han desarrollado en su espíritu sin la cooperación ni el consentimiento deliberado de su razón.” La filosofía –pues– aporta en nuestros días unión y organización a las ciencias, y, asimismo, vigila que nuestras certezas sean el resultado de una forma de pensar lógica y racional.

Saber vulgar y saber por causas. En el sentido vulgar y corriente de la expresión, “saber” equivale a tener noticias e informaciones. El curandero sabe que una determinada hierba cura una determinada enfermedad, pero es incapaz de explicar la razón, a diferencia del médico, que sabe que tal enfermedad es debida, por ejemplo, a una carencia de vitamina C, por lo que se cura suministrando ciertas verduras y frutas que la contienen, o comprimidos de esa vitamina.
El curandero posee un “saber” que tiene consecuencias, pero no explica el porqué ni da razón de las causas del hecho. El saber por causas sólo tiene lugar cuando las causas son averiguadas por experimentación y razonamiento. Es decir, no basta con proponer “causas” posibles o imaginarias, sino que hay que comprobarlas empíricamente (es decir, mediante experimentos positivos). Una sequía prolongada –por ejemplo– puede justificarse atribuyéndola a un castigo divino, o pueden buscarse fenómenos naturales que, al coincidir siempre con la escasez de agua, expliquen racional y científicamente la aparición de la sequía.
Históricamente, este es el rasgo que marca la diferencia de la filosofía respecto al antiguo pensamiento oriental: El filósofo quiere prescindir del “pensar mítico” (mitos = narración, leyenda) y usar en lo posible el “pensar lógico” (lógos = razón, palabra, discurso). Las explicaciones de los hechos naturales no se proponen ya como historias fantásticas, sino como demostraciones que se remontan de un fenómeno a otro, aun dentro de los inevitables límites humanos.

Definición de la filosofía. Sus límites. De todo lo dicho, se desprende el sentido en que cabe definir la filosofía como la reflexión (generalizadora y por causas) que busca el saber último sobre el conjunto de lo real (efectivo y posible). Para lograr unos principios generales indiscutibles, hay que renunciar a hablar de cada cosa y cada persona por separado. De las cosas individuales no es posible hacer ciencia.
La filosofía y las ciencias pueden ocuparse de los seres vivos, mostrándolos reunidos en especies, cuya idea llegamos a poseer por observación de ejemplares (damos sentido a la palabra “caballo” al verla aplicada a varios caballos); pero ni la filosofía ni las ciencias pueden decir por qué hay caballos, y por qué sí hay caballos y no unicornios.
La filosofía puede analizar la realidad del hombre, y definirlo como “animal racional”, pero no puede considerar como necesario que haya hombres en general. Y, en último extremo, la filosofía no puede demostrar por qué existo yo, ni qué sentido tiene o debe tener la vida particular de cada uno. Sin embargo, la filosofía puede y debe ayudar a darle una interpretación a la vida propia y personal. En palabras de Ortega y Gasset:

“No se puede vivir sin una interpretación de la vida. Es ésta una extraña realidad que lleva en sí su propia interpretación. Esta interpretación es, a la par, justificación. Yo tengo, quiera o no, que justificar ante mí cada uno de mis actos. La vida humana es, pues, a un tiempo, delito, reo y juez.
Es, pues, para el hombre imposible estar sin una orientación ante el problema que es su vida. Precisamente porque la vida es siempre en su raíz desorientación, perplejidad, no saber qué hacer, es también esfuerzo por orientarse, por saber lo que son las cosas y el hombre entre ellas. La palabra saber significa eso: Saber a qué atenerse con respecto a algo, saber lo que hay que hacer con ello o en vista de ello.
Yo estoy orientado con respecto a algo cuando poseo un plan de mi trato con ello, de mi hacer, y ese plan de mi conducta supone que me he formado un plano de esa cosa.”
Ortega y Gasset, del libro Unas lecciones de metafísica.


1. El origen de la filosofía: paso del mito al logos (o explicación racional del cosmos frente al mito).

Mito y explicación racional. En general, cabe entender por mito el conjunto de narraciones y doctrinas de los poetas (especialmente Homero y Hesíodo) acerca del universo, los dioses y los hombres. El mito se caracteriza por ofrecer una explicación –fantástica o alegórica– a los problemas y enigmas más apremiantes acerca del origen y naturaleza del universo, de las sociedades y del hombre. Los mitos no sólo dan razón de la creación del mundo o del nacimiento de los primeros hombres, sino que también sirven para justificar normas y jerarquías sociales, el papel preeminente o irrelevante de un grupo dentro de la sociedad, etc. Los mitos explican y, a la vez, ordenan comportamientos.
Los relatos míticos griegos y orientales sobre el origen del universo (cosmogonías) y de los dioses (teogonías) tienen tres rasgos que los caracterizan:
  • El universo es una jerarquía de poderes, análogo en su estructura a una sociedad humana. Las fuerzas naturales (el fuego, el viento…) son personificadas y divinizadas.
  • Este orden no resulta necesariamente del juego de los elementos que forman el universo, sino que ha sido instaurado por la intervención de un agente. No hay lógica ni coherencia.
  • El mundo está dominado por el poder excepcional de ese agente.
Las consecuencias de todo esto saltan a la vista: Los fenómenos naturales son en gran medida imprevisibles, suceden de un modo arbitrario, dependen de la voluntad antojadiza y caprichosa de los dioses.
Resulta obvio que, dentro de esta mentalidad, es imposible la ciencia. La ciencia sólo es posible como la búsqueda de leyes regulares y constantes que rigen en la naturaleza. La explicación racional comienza –precisamente– cuando la idea de arbitrariedad es sustituida por la idea de necesidad, es decir, cuando se impone la convicción de que las cosas siempre suceden a partir de unas mismas causas.
La idea de que las cosas suceden como tienen que suceder está relacionada con la idea de permanencia o constancia. La manera de ser constante o permanente fue denominada por los griegos esencia. La esencia es lo que una cosa es a pesar de sus cambios de apariencia o estado. Por ejemplo: El hombre se presentará bajo diversas apariencias –edades, razas, culturas, etc.–, pero en todos estos casos se trata siempre de hombres. De esta manera, el pensamiento griego creó una serie de conceptos con los que se propuso explicar la realidad: Por una parte, tenemos lo que hay de permanente en las cosas frente a lo que hay en ellas de cambiante; a su vez, lo permanente constituye la esencia (lo que las cosas son verdaderamente) frente a sus apariencias (lo que las cosas parecen ser). La esencia es, pues, el fundamento de la unidad de las cosas frente a la multiplicidad de sus estados y apariencias.
Y esto de buscar la esencia debajo de las apariencias vale tanto para explicar los fenómenos naturales (Física), como para probar qué tipo de acciones se adecuan más con nuestra naturaleza racional (Ética).

Conocimiento mítico, conocimiento racional y conocimiento sensible. Conocer verdaderamente las cosas será, por tanto, conocer lo que son (su esencia), lo que tienen de común y permanente. Y éste es el objetivo del conocimiento racional.
Ningún otro tipo de conocimiento se puede igualar al racional. El mito aporta noticias indemostrables empíricamente (por la experiencia sensible). El valor del mito procede de la autoridad y del valor que le demos a quien lo cuenta, o a las Escrituras sagradas en que está recogido “desde tiempo inmemorial” por la revelación de un dios.
Para los griegos tampoco el conocimiento sensible iguala al racional. Por muy útil que sea el conocimiento de los sentidos, éstos sólo nos muestran las apariencias de las cosas, sólo nos muestran una engañosa multiplicidad de individuos y de estados cambiantes y accidentales. El auténtico ser de las cosas, la esencia, se alcanza con un esfuerzo racional que busca lo permanente debajo de las apariencias.

El arjé (o arché). La investigación de lo permanente y común está asociada en la mentalidad griega a otra convicción fundamental: Todo el universo se reduce, en último término, a uno o muy pocos elementos. A la pregunta por la physis (Naturaleza), los filósofos griegos responden con el arjé (el principio último).
El arjé es aquello a partir de lo cual se generan los seres del universo (origen), aquello en que consisten los seres (sustrato) y aquello que explica las transformaciones del universo (causa). El arjé es origen, sustrato y causa de la physis.
El arjé es el principio o esencia última de todas las cosas. Naturaleza y physis son sinónimos de arjé, y puede definirse del siguiente modo:

    I. La naturaleza como totalidad, el conjunto de los seres que pueblan el universo (y no son obra del hombre). La totalidad de los seres está sometida a una ley que rige el aparecer y desaparecer de las cosas. Esa ley, logos, razón, es el fundamento del orden en el universo y, en el caso de los físicos jonios, es un elemento material.
    II. Physis, primer principio: El término physis viene del verbo griego en infinitivo fiei que significa nacer, crecer, desarrollarse, salir hacia fuera, es decir, indica una fuerza interna que impulsa a crecer y desarrollarse. Los físicos o filósofos jonios buscan esa fuerza que tiene la naturaleza de las cosas y del universo que las hace nacer, desarrollarse y morir.
    III. Principio temporal: Realidad situada en el principio de los tiempos, a partir de la cual se generó todo lo existente.
    IV. La naturaleza como esencia, constitutivo último de lo real, lo que permanece por debajo de las apariencias y determina el ser propio de cada ente (lo que es), sus características y sus procesos.

En la búsqueda del arjé los primeros filósofos aplicaron la razón y dejaron de lado la actitud mítica.
Y lo primero que “razonablemente” salta a la vista cuando contemplamos la realidad de las cosas existentes, es que el ser no puede proceder de la nada, del no-ser. Debe existir, por tanto, “el primer principio de todos los seres que es aquello de donde proceden al llegar a ser y a lo que vuelven cuando al fin se corrompen”.
[Precisamente, la palabra española arquelogía procede de “arché” y “logos”, ciencia o discurso sobre el origen de las cosas.]

2. La filosofía presocrática: características generales.

Naturaleza y logos en la filosofía presocrática. La naturaleza o physis tiene para los griegos dos sentidos: A menudo se habla de la naturaleza como el conjunto de seres que pueblan el universo, exceptuando de este conjunto las cosas producidas por el hombre; y, con frecuencia, también la physis adquiere un segundo significado, lo que las cosas son, aquello que los griegos denominan esencia, modo de ser permanente o constante.
Según estas acepciones, la physis está vinculada al concepto de “necesidad”. Un universo en que reina la necesidad es un Cosmos (universo ordenado), y no un Caos (universo en desorden). Ahora bien, el universo no podría estar en orden a no ser que los seres que lo integran estén en su sitio y se comporten del modo que les corresponde (por naturaleza).
Por otra parte, en el universo se observan cambios, movimientos y actividad. El universo es, pues, dinámico. ¿Y qué es lo que explica estos cambios?: La physis –la naturaleza propia de cada ser, su esencia y lo permanente–, la physis es lo permanente, lo que explica los cambios, el principio de unidad capaz de generar la pluralidad. La pregunta por la naturaleza es la pregunta por lo que las cosas son para, a partir de ello, explicar sus movimientos y cambios.
La pregunta de los filósofos presocráticos es una pregunta radical por el principio (arjé) o principios últimos de la naturaleza. Cuando alcanzamos a saber de dónde viene una cosa, lo que una cosa es y por qué cambia, entonces sabemos la naturaleza de esa cosa.

Modelos griegos de explicación de la naturaleza: monistas y pluralistas. La filosofía griega nace en Jonia (Asia Menor), y tiene como centro la ciudad costera de Mileto. Mileto es hoy una pequeña ciudad turca situada un poco más al sur de la isla de Samos. En la entonces griega ciudad de Mileto, alrededor de los siglos VII y VI a.C., tiene lugar el nacimiento de la filosofía. Era la ciudad más importante de Jonia. Fue fundada antes del año 1000 por colonizadores que habían tenido que abandonar la Grecia continental por falta de recursos. Mileto estaba completamente entregada al fructífero comercio que animaba la costa jonia. Esta situación resulta óptima para el nacimiento de la filosofía porque:
  1. La actividad comercial favorece el olvido de asuntos religiosos para dedicarse a actividades más prácticas y racionales: Estudios sobre la naturaleza, astronomía y navegación.
  2. Su situación geográfica facilitaba los contactos con la ciencia babilónica y egipcia, muy avanzada en astronomía y matemáticas.
  3. La prosperidad económica trajo consigo el ocio, elemento esencial en la vida para poder dedicarse a la contemplación filosófica.
Los filósofos milesios, o jonios, se ocuparon principalmente de cosmología (toda doctrina acerca del mundo en general), y trataron de responder a las siguientes preguntas:
¿Qué es el mundo?
¿De qué están hechas las cosas?
¿Cómo se transforman unas en otras?
Es decir, les preocupaba hallar la physis, la esencia o naturaleza de las cosas.

Los primeros filósofos son auténticos arqueólogos (arché-logos) porque buscan el origen de las cosas, ¿y es posible que una sola realidad o sustancia sea capaz de explicar el origen, el sustrato y sea causa del universo? En esto ya hay división de opiniones: Los monistas aseguran que sí, mientras que los pluralistas afirman que son varios los elementos que forman el arché de la naturaleza.


Monistas milesios.
En Mileto, durante el siglo VI a. C., vivieron Tales, Anaximandro y Anaxímenes, a los que se considera fundadores de la primera escuela de pensamiento filosófico de la antigüedad, pues habrían sido los primeros que procuraron dar una explicación global para toda la realidad múltiple que perciben los sentidos, encontrando en ella un principio único. Los filósofos de Mileto establecieron un único principio o naturaleza común a todas las cosas.

Tales de Mileto. (h. 639 ó 624 - h. 547/6 a. C).
Considerado uno de los Siete Sabios de Grecia, fue hombre de negocios, matemático, astrónomo e ingeniero, y llegó a predecir un eclipse de sol.
Sostuvo que el arjé es el agua (o lo húmedo). ¿Y por qué? Tales pudo observar que el agua es fuente de vida, y que la transmisión de la vida se realiza a través de un elemento acuoso como es el semen. El agua también se presenta en la naturaleza bajo los tres estados: Sólido, líquido y gaseoso. Tales, asimismo, se formó en Mesopotamia y Egipto, lugares en donde las crecidas de los ríos se asocia y vincula a la aparición de la vida.
Sus afirmaciones principales fueron que “Todo es agua” y que “Todo está lleno de dioses” (daimones).
La segunda afirmación de Tales es interpretada en el sentido de que todas las cosas están afectadas por un principio que les da vida. Para Tales, el universo se explica por sí mismo, es autosuficiente. Tales, igual que posteriormente Anaximandro y Anaxímenes, concibe a la materia como algo viviente, algo que se mueve y que está animado, de ahí que se les denomine “hilozoístas”.
Lo importante en estas afirmaciones de Tales, es que su concepción carece de componentes míticos o fantasiosos. No se refiere al agua como algo sobrenatural, del modo en que lo hace Hesíodo al referirse al Océano como una divinidad, sino que lo hace aludiendo al agua como un elemento físico, tal como aparece en la naturaleza, de tal manera que su construcción es absolutamente intelectual y racional.

Anaximandro de Mileto. Nace aprox. en 610 a. C. en Mileto, y muere aprox. en 545 a. C.
Discípulo de Tales, fue el primero en dibujar un mapa geográfico e inventó el gnomon o reloj solar.
Supuso que el principio no puede ser ninguna sustancia concreta de las que hay en el universo porque todas proceden de ella; de ahí que denominara a su principio to ápeiron, lo indeterminado, lo indefinido (lo que no tiene límites, ni forma, ni definición).
Según Anaximandro, el arjé es el to ápeiron, lo indefinido, lo indeterminado; sostuvo que era imposible que uno de los cuatro elementos, Agua, Aire, Tierra o Fuego, fuese el primer principio del universo, porque en este caso la supremacía de este elemento habría supuesto la desaparición de los demás. Nuestra experiencia nos dice que todo lo determinado (frío, calor, vida...) termina por perecer. El origen de todo, por tanto, no puede ser algo determinado, sino indeterminado. El to ápeiron es inmortal e indestructible. Del to ápeiron surgen sustancias opuestas entre sí: Cuando una prevalece sobre la otra, se produce una injusticia, una culpa que necesita de una pena, una expiación, para ser corregida. Y esta sucesión de injusticias y castigos se alterna rítmicamente por toda la eternidad. Así, la alternancia de las estaciones, por ejemplo, el calor y la sequedad del verano son necesariamente sustituidas por el frío y la humedad del invierno un año tras otro. Y de esta manera, según Anaximandro de Mileto:
“Donde tuvo su origen, allí es preciso que retorne en su caída, de acuerdo con las determinaciones del destino. Las cosas deben pagar unas a otras castigo y pena según sentencia del tiempo.”

Anaximandro es, además, el primer teórico de la evolución, ya que según este filósofo los primeros animales surgieron del agua o del limo calentado por el sol; del agua pasaron a la tierra. Los hombres descienden de los peces: Quizá los primeros hombres se criaron en el interior de algún tipo determinado de pez y, cuando ya tenían edad para valerse por sí mismos, fueron luego arrojados a la tierra.
También es interesante la opinión cosmológica de Anaximandro acerca de la posición de la Tierra en el universo. Según este autor la tierra es la sección de una gran columna cilíndrica, baja y ancha (una especie de tarta), suspendida en el aire y situada en el centro del universo. No se cae porque, al encontrase exactamente en el centro, no tendría ningún motivo para elegir una dirección u otra.

Anaxímenes de Mileto. (585 a. C. – 524 a. C.).
Prefirió el aire, el pneuma, como principio o arjé, porque pensó que los mecanismos de rarefacción y condensación pueden explicar el nacimiento y la muerte de todas las cosas. La rarefacción genera el fuego, mientras que la condensación forma el viento, las nubes, el agua, la tierra y las piedras; a partir de estas sustancias se crea el resto de las cosas. El aire-origen envuelve al mundo: Es como si el mundo fuera un gran animal cuya vida dependiera de la aspiración y de la espiración del aire. El pneuma ha de ser entendido como el alma del mundo, un alma material, pues toca advertir –en este punto– que la contraposición materialismo / espiritualismo no existe entre los presocráticos. La distinción entre materia y espíritu no se había concebido aún, y la materia estaba impregnada de aliento, así como de capacidad de movimiento y de transformación. Se trata de una materia animada.

Heráclito de Éfeso. Nació en el 540 a. C. en la ciudad de Éfeso y falleció en 484 a. C.
De familia noble, rechazó la invitación de Darío para ser rey de Éfeso. Era un misántropo por cuyos breves y enigmáticos pensamientos fue apodado “el oscuro”.
Expuso su teoría en un libro llamado De la naturaleza de las cosas, del cual se han preservado extensos fragmentos. También se ocupó de cuestiones sociales, propugnando como ideal de vida la obediencia a las leyes. Lo característico de la Naturaleza, para Heráclito, es que todo está constantemente en movimiento, todo cambia. Cosa que ejemplificó con su conocida expresión: “Nadie puede bañarse dos veces en el mismo río”. [Traducción literal: “En el mismo río entramos y no entramos, pues somos y no somos.”]
Afirmó radicalmente que todo cambia y nada permanece; el universo es un continuo devenir en el que nada es idéntico consigo mismo porque todo está sometido a continuas transformaciones. El mundo está en flujo permanente, por lo que no es posible introducirse dos veces en el mismo río, tocar dos veces una sustancia mortal en el mismo estado, dado que por el ímpetu y la velocidad de los cambios se dispersa y vuelve a reunirse, viene y desaparece.
Heráclito propone como arjé, el fuego, porque considera que al estar todo en permanente cambio, todo participa de la inestabilidad del fuego. El principio del universo más afín a esta movilidad constante es el fuego, eterno, encendiéndose o apagándose según cierto orden y medida:

“Este mundo (...) no lo ha creado ningún hombre o dios; siempre fue, es y será fuego eternamente vivo.”

De tal manera, incorpora a la noción del “ser” expuesta por filósofos anteriores, el concepto del fluir de las cosas, que consideró como la realidad subyacente a todas las cosas. Esta permanente movilidad se funda en una estructura de contrarios. La contradicción está en el origen de todas las cosas, pero ese continuo fluir no es irracional sino gobernado por una ley universal, que es el logos.
El logos es algo que no puede ser alcanzado por los sentidos, solamente es percibido por los hombres sabios, a quienes se les presenta en una forma enigmática.

La crítica teológica de Jenófanes.
Jenófanes de Colofón. (570 a. C. – 480 a. C.).
Entre todos estos filósofos de la naturaleza, físicos, nos encontramos con un caso excepcional: Jenófanes. Filósofo griego, poeta y crítico social y religioso, fue el primer teólogo de la historia de la cultura, el primero que trató racionalmente el problema de Dios. Aunque jonio de nacimiento, se dedicó a difundir en las colonias griegas de Italia (la Magna Grecia) una nueva concepción de lo divino. Lo divino es uno y no se parece a los hombres. Criticaba la religión antropomórfica en que viven los pueblos del mundo entero. Lo divino no tiene –para Jenófanes– los vicios, las imperfecciones y las limitaciones que se atribuían a los dioses olímpicos.

“Si los bueyes, los caballos y los leones tuviesen manos y fueran capaces de pintar con ellas y de hacer figuras como los hombres, los caballos dibujarían las imágenes de los dioses semejantes a las de los caballos, y los bueyes semejantes a las de los bueyes, y harían sus cuerpos tal y como cada uno tiene el suyo” (siglo VI a. C).

Hay un único Dios “supremo” que en nada se parece a los seres humanos; percibe sin la ayuda de órganos, cambia sin “moverse por medio del mero poder de su voluntad”. El arco iris no es un signo de Zeus; no es más que una formación nubosa de un tipo especial. Ni el Sol ni la Luna son dioses: Todos son fenómenos de los cielos.

Los pitagóricos.
Pitágoras de Samos.
Pitágoras nació en la isla de Samos hacia el 584 a. C. y falleció en Metaponto hacia el año 496 a. C.
Otras fechas que se dan para su nacimiento son 570 y 569 a.C. y para su muerte 475 o 469 a. C.
Durante las Guerras Médicas, los persas invadieron Jonia y destruyeron la ciudad de Mileto, obligando a los filósofos jonios (como Jenófanes) a trasladarse a la zona de colonización griega denominada la Magna Grecia, ubicada en el sur de la península italiana, donde se originó una nueva escuela filosófica llamada la “Escuela pitagórica o itálica”.
Educado en las doctrinas de Tales de Mileto y sus seguidores, Pitágoras fue desterrado de Samos por Polícrates, por lo que se radicó en Crotona, en el sur de la península italiana donde fundó una escuela en la que el objetivo para sus alumnos era alcanzar la purificación. Se piensa que fue Pitágoras el primero que utilizó el nombre de filósofo para describir su afecto por la sabiduría.
Su escuela era una comunidad regida por reglas estrictas de obediencia, mucha moderación en el consumo de alimentos, sencillez en el vestir, sobriedad en las propiedades, costumbre de analizarse introspectivamente, y, sobre todo, observar la regla del secreto que prohibía revelar su doctrina. Debido a este secretismo la doctrina del fundador no se puso por escrito y solamente fue conocida hacia fines del siglo V a. C., por lo que –más que a una doctrina de Pitágoras– mejor corresponde referirse a la doctrina de los pitagóricos.
La comunidad o secta de los pitagóricos estaba formada por hombres, mujeres y niños que vivían en comunidad de bienes; mantenían una disciplina y ascesis rigurosa y –ya está dicho–, guardaban en secreto las doctrinas que aprendían. Esta comunidad tenía unas reglas un tanto extrañas: (a) No comer habas, (b) No partir el pan, (c) No atizar el fuego con hierro, (d) No tocar el gallo blanco, (e) No comer el corazón, (f) No mirarse al espejo junto a la lumbre, (g) Cuando te levantes de la cama no dejes la huella de tu cuerpo, (h) Cuando quites la olla del fuego mueve las cenizas. Reglas misteriosas. El mandamiento más oscuro del catecismo pitagórico sigue siendo el de las habas. ¿Por qué odiaba Pitágoras las judías verdes? Aristóteles dice que se debía a un cierto parecido con el órgano masculino. Pero es más probable que los pitagóricos consideraran, al igual que Anaxímenes, que el alma humana es un soplo vital, aire. Y, por tanto, las virtudes flatulentas de las habas pondrían en peligro el alma humana, lo divino en el hombre. Otras interpretaciones aluden a la condición hueca del tallo de las habas, lo que podría dar pie a una comunicación con el inframundo. Reglas misteriosas cuya significación hemos perdido.
La escuela pitagórica se bifurcó en dos corrientes: La místico-religiosa (acusmáticos) y la científico-matemática (matemáticos).
Los pitagóricos místicos fueron los que más se atuvieron a las reglas de una convivencia en comunidad. Formaron una especie de secta que introdujo en occidente ciertas creencias típicamente orientales. Entre ellas, la concepción de la metempsicosis, de origen egipcio, según la cual el hombre es esencialmente su alma, en tanto que el cuerpo no es sino una especie de obstáculo a su felicidad. Consideraban que el alma era inmortal y que se trasladaba, pasando sucesivamente de un cuerpo a otro. Las almas se encontraban agrupadas flotando en el aire, y entraban en el cuerpo por la respiración; de modo que una vez en el cuerpo, los discípulos debían realizar un proceso de purificación llamado catarsis, por el que se liberarían de lo corpóreo a través de una vida ascética hasta obtener una última liberación con la muerte, para efectuar nuevas reencarnaciones que le permitieran alcanzar una total libertad y perfección.
El pitagorismo matemático –por su parte– sostenía que el origen del orden cósmico estaba en los números, que todo lo que existe puede ser reducido a número y expresado por números, y que la naturaleza está toda ella escrita en números. Al identificar el ente con los objetos matemáticos, estos pitagóricos consideraban que los números son las cosas mismas. Para los pitagóricos el arjé es el número. Lo mismo que para Tales el agua o para Anaxímenes el aire, en Pitágoras es el número. ¿Pero cómo puede una mesa (algo material) estar hecha de números (formas, ideas)? Para los pitagóricos los números tenían grosor (los representaban mediante piedrecitas): El número Uno es un punto, el Dos una recta, el Tres un plano y el Cuatro un sólido.
A Pitágoras le había impresionado tanto el descubrimiento de que existe una relación entre la longitud de las cuerdas de la lira y los acordes fundamentales de la música (1/2 para la octava, 3/2 para la quinta y 4/3 para la cuarta), que pensó que detrás de todos los fenómenos naturales existía una Ley Matemática, una Armonía.
Los seres del universo se acomodan a las previsiones y explicaciones matemáticas porque los principios de las matemáticas son también los principios de los seres reales. De esta intuición se nutre la ciencia actual. Puesto que la esencia de las matemáticas son números, afirmaron que los números constituyen la naturaleza del universo.
La escuela de los pitagóricos matemáticos, desde el punto de vista de la evolución del pensamiento filosófico, representa un primer avance en el camino de la abstracción respecto de los orígenes jonios. Mientras los jonios dieron el primer paso al procurar una explicación racional de la realidad, al hacer del arjé un principio material, los pitagóricos, al hacer coincidir el primer principio con los números, se alejan por primera vez de una explicación materialista y representan un segundo grado de abstracción filosófica. Es la primera vez en la historia de la filosofía que algo inmaterial –los números– explica la aparición de cosas materiales.

Los eleatas.
Parménides de Elea. Vivió entre los años 580 y 485 a. C.
La escuela de Elea fue fundada por Jenófanes de Colofón. Los sentidos –asegura Parménides– no nos informan de lo que sea la realidad. El ser verdadero no es conocido por los sentidos, que son engañosos, sino por la razón. El primer principio racional que debe guiar la investigación de la verdad es el de no-contradicción:

- El Ser es y es imposible que no sea.
- El No-ser no es y ni siquiera puede ser pensado.

Parménides da a entender algo relativamente sencillo: Lo que es (el Ser), es y puede pensarse. Lo que no es (el no-Ser), ni es ni puede pensarse. De manera que el movimiento, considerado como paso del No-ser al Ser, es imposible. Parménides piensa que las teorías basadas en el movimiento implican una contradicción lógica y, para la mentalidad eleatica, si la razón y la lógica entran en contradicción con la realidad sensible, peor para la realidad sensible.
Según Parménides hay dos vías de conocimiento: La vía de la verdad –episteme– (la vía de lo que es), y la vía del error y de la opinión –doxa– (del No-ser puede engendrarse el Ser).
Parménides toma partido por la existencia del Ser absoluto, conforme al cual “el Ser es, y el No-Ser no es”. El Ser es lo estable y permanente, no es sensible ya que los sentidos sólo pueden captar la diversidad de lo cambiante, es puramente alcanzable e inteligible para la razón.
Gracias a la razón es posible conocer las características del Ser: No tiene principio ni fin (inengendrado e imperecedero), es único, indivisible, esférico (1) e inmóvil.
Las consecuencias de la filosofía de Parménides son las siguientes:

    1. De una realidad única no puede surgir lo múltiple. Esta es una crítica a la Escuela Jónica y sus hipótesis sobre el arjé. Si sólo existía agua en un principio, ¿cómo es que han surgido muchos más elementos diferentes? El agua ni pudo originarse a partir de otra sustancia diferente ni puede transformarse en otra cosa. Lo que nunca existió, no puede surgir de golpe; y lo que siempre ha existido no puede ser destruido.

    2. Negación del movimiento. Afirma que el cambio y el movimiento son algo ilusorio.

    3. Plantea el problema filosófico del conocimiento: 
    La dualidad verdad/opinión, razón/sentidos, que luego tendrá tanta importancia en Platón.


(1) La afirmación de la esfericidad del Ser supone que debe de ser finito, lo que estaría aparentemente en contra de la lógica parmenidea, ya que se podría objetar que si el Ser es finito qué hay más allá: ¿El No-ser?. Meliso de Samos, discípulo de Parménides, intentó corregir esto afirmando que el Ser es infinito, además de incorpóreo porque, de lo contrario, sería divisible.

Pluralistas.
Estos filósofos tratan de reconciliar los dos posturas antagónicas en lo que se refiere al cambio y al movimiento que hemos visto anteriormente:

1. Por un lado, Parménides, para quien el ser es igual a sí mismo y el movimiento es imposible.
2. Por otro, los jonios, liderados por Heráclito, para quien la realidad es cambio perpetuo, contradicción permanente.

Estos filósofos se enfrentaban al problema de que si seguimos la vía de la verdad (episteme), de la ciencia, había que renunciar (por culpa de Parménides) al mundo tal y como lo conocemos, mientras que si aceptábamos el testimonio de los sentidos tal cual (Heráclito), nos veíamos embarcados en una realidad donde aplicar la razón resulta imposible debido al cambio perpetuo.

Empédocles. Nació en Agrigento (Sicilia) alrededor de 493 a. C. y falleció en 433 a .C.
Fue discípulo de Pitágoras y de Parménides. El pensamiento de Empédocles es, en cierto modo, una respuesta a las objeciones que su maestro Parménides formula a la escuela de Mileto
Empédocles sostuvo que en la naturaleza no había uno sino cuatro principios invariables y permanentes: Agua, Aire, Tierra y Fuego.
Parece como si Empédocles hubiese recogido los principios aportados por cada filósofo anterior: De Tales, el agua; de Anaxímenes, el aire; de Heráclito, el fuego; y él añadiera la tierra.
Cada uno de estos elementos es eterno e imperecedero, pero al mezclarse entre sí originan la enorme diversidad de seres que conocemos.
Por primera vez en la historia de la ciencia, Empédocles enunció el principio de continuidad de la materia al afirmar que en la naturaleza nada nace ni nada muere, sino que estos cuatro elementos alternativamente se unen y se separan. Todas las cosas se forman por mezcla y separación. Las dos fuerzas que impulsan esas uniones y separaciones son el Amor que une, y el Odio que separa.
Sostuvo que en la historia del universo hay cuatro ciclos. (1) Al principio impera el amor, y entonces los cuatro elementos están absolutamente unidos; hasta que poco a poco el odio los va penetrando (2) y finalmente los separa (3). Pero el ciclo recomienza porque el amor vuelve a imponerse y nuevamente reúne los elementos (4); y así eternamente.

Anaxágoras. Nació en Clazomene –ciudad jonia cercana a la actual Izmir, en Turquía– alrededor del 500 a. C. y vivió hasta el año 428 a. C.
Fue el primer filósofo que se estableció en Atenas, alrededor del 480 a. C. Tuvo como alumnos a Pericles, Sócrates y Eurípides. Después de haber enseñado en Atenas durante treinta años fue sometido a juicio por impiedad contra los dioses porque sostuvo que el Sol no era un fuego eterno y divino sino una piedra caliente, y que la Luna había surgido de la Tierra. Tras el juicio se radicó en la ciudad jonia de Lámpsaco, colonia de Mileto, donde falleció.
Sostuvo que toda la materia existe eternamente, que, en su forma más elemental, son pequeñas partículas, similares a las semillas (spérmata), que en su infinita pequeñez encierran las cualidades de todas las cosas.
Defendió, al igual que Parménides, que todo existe desde siempre y nada nuevo puede originarse, aunque sí puede producirse la mezcla y separación de los primeros principios o semillas. De todas las sustancias que conocemos existen desde siempre partículas diminutas en cada objeto natural: Homoeomerías, “de partes iguales”, aquello cuyas partes, no importa lo pequeña que sean, comparten las propiedades constitutivas del todo. En cada cosa hay semillas de todas las demás y “todo participa de todo”. Así se explica, por ejemplo, el fenómeno de la nutrición: Al hombre le alimentan las homoeomerías presentes en los vegetales, en el resto de animales, etc.
Dado que el Universo en un primer momento es una esfera inmóvil y compacta de semillas, Anaxágoras tuvo que suponer un principio de movimiento que diera el impulso inicial. Le llamó nous (entendimiento, inteligencia, espíritu o Mente Superior). El nous imprimió a la esfera de semillas un movimiento de rotación o remolino que puso en marcha la mezcla de semillas que dio origen a la pluralidad y al movimiento en el mundo. El nous es algo separado y distinto de la masa de semillas; nada lo limita y es completamente autónomo; lo conoce todo y tiene el máximo poder.

Los atomistas Leucipo y Demócrito de Abdera.
De Leucipo se supone que vivió en la ciudad tracia de Abdera, aproximadamente entre el 450 a. C. y el 370 a. C., y casi nada se sabe de sus posibles escritos. Se reconoce, no obstante, que ha sido el verdadero fundador de la concepción atómica de la materia, cuyo desarrollo fue expuesto por su discípulo Demócrito. (Demócrito nació en Abdera alrededor del 460 a. C. y falleció en el 370 a. C.)
El atomismo acepta el reto de Parménides y, sin contradecir sus principios fundamentales (el Ser no puede engendrarse del No-ser), aspira a explicar el movimiento y el cambio de las cosas.
Leucipo y Demócrito consideraron que toda la materia provenía de la unión de unas partículas indestructibles, tan pequeñas que eran invisibles, a las que llamaron átomos: No divisibles. Esas partículas se mueven eternamente en un espacio vacío infinito, al que llamaron kenón; de modo que por su movimiento eterno y como resultado del azar, chocan unas contra otras y forman todas las materias. De esta forma, los atomistas no niegan por completo a Parménides, pues afirman que –en efecto– el Ser es, pero el Ser está compuesto de átomos y de vacío.
Conforme a la concepción de los atomistas existen cuatro principios fundamentales:

1. Los átomos.
2. El kenón o vacío.
3. El movimiento eterno.
4. El azar.

Los átomos se distinguen por su tamaño, peso, orden y posición. Pueden ensamblarse, pero jamás se fusionan, por lo que siempre hay vacío entre ellos. Todo lo que existe en la naturaleza está compuesto de átomos y vacío. Incluso el alma sería el resultado de la unión de los átomos más sutiles.
La concepción atomista es absolutamente materialista, y explica todos los fenómenos naturales en términos de número, forma y tamaño de los átomos. Hasta las diferencias cualitativas (las propiedades sensibles), las redujo el atomismo a diferencias cuantitativas.
El movimiento de los átomos no tiene un principio sino que ocurre desde toda la eternidad; de este modo no es necesario suponer ningún primer principio del movimiento como el nous de Anaxágoras o la pareja Amor-Odio de Empédocles. Debido a su movimiento espontáneo y azaroso, los átomos terminan por chocar pudiendo unirse o rebotar y separarse. Esta mezcla y disgregación de átomos es la que produce la pluralidad y el cambio en el universo.
La física de Demócrito defiende un modelo mecanicista de la naturaleza. No existe una inteligencia separada o trascendente que gobierne los acontecimientos del mundo. Lo que sucede en el universo es producto del azar.
Tras la Edad Media, este modelo mecanicista será retomado por la nueva ciencia de Galileo y Newton.

* * *

Contextualización histórica de Sócrates.

Para una comprensión cabal del pensamiento de Sócrates y, más aún, del de Platón, es inevitable hacer una referencia a la situación política en que se hallaba la Atenas del siglo V a. C.
Sócrates nace en Atenas en 470 a. C., y Platón en 427 a. C., remontémonos –sin embargo– a los años 462 y 461 a. C.
En aquellos días la escena política ateniense está ocupada por dos partidos o facciones, la conservadora y gobernante, liderada por Cimón, y la facción democrática, liderada por Efialtes y Pericles. Alrededor de los años 462-461 a. C., los líderes del partido democrático deciden que ya era hora de intentar tomar el poder del Areópago, un Consejo tradicional controlado por la aristocracia ateniense. Efialtes propone entonces una brusca reducción del poder del Areópago, y la Ekklesía (la Asamblea ateniense) acepta la proposición. Esta reforma señala el comienzo de una nueva era de “democracia radical”.
Efialtes es asesinado en 461 a. C. y Periclés queda como líder absoluto del partido democrático, y a partir de ahí comienza a afianzarse y crecer su autoridad en el Estado. Elimina a Cimón, su oponente político, condenándolo al ostracismo, y promueve una serie de reformas legales encaminadas a garantizarles a las clases más pobres el acceso al sistema político y a los oficios públicos.

Pericles, en realidad, no es más que un stratego (general) que ha de ser reelegido cada año, pero su influencia política es tal que le convertía en el auténtico gobernante de Atenas. Pericles aspira a que Atenas lidere Grecia y, de esta forma, el enfrentamiento con su vecina Esparta es inevitable. Las hostilidades se desatan finalmente en 431 a. C., cuando el rey Arquídamo de Esparta invade Ática –tras varias provocaciones atenienses– iniciándose así la II Guerra del Peloponeso. Muchos atenienses empiezan a mostrarse descontentos con su líder a causa de los desastres y penurias que sufren por la guerra. Al año siguiente los espartanos vuelven a invadir y saquear Ática, y para colmo de males se desata en verano una terrible epidemia que diezma a la población ateniense. Pericles pierde momentáneamente el generalato, aunque lo recupera poco después, en 429 a. C., el año en que también él mismo fallece infectado de peste.
Los sucesores de Pericles parece que degeneraron la democracia ateniense, convirtiéndola en un régimen populista más preocupado de halagar al pueblo que en servir a la utilidad general.

Así las cosas, llegamos al año 404 a. C., momento en que, tras la derrota y rendición de Atenas en la Guerra del Peloponeso, regresan a la ciudad los exiliados antidemocráticos en virtud de los acuerdos de paz impuestos por Esparta. Estos retornados, encabezados por Critias (el pariente de Platón) empiezan a conspirar para sustituir el régimen democrático por otro oligárquico, y logran que la Asamblea popular de Atenas apruebe –bajo presiones y amenazas militares– el nombramiento de treinta magistrados encargados de revisar las leyes y de redactar una nueva constitución. Treinta magistrados o Treinta Tiranos encargados, además, de hacerse cargo del gobierno provisional del Estado. Los Treinta organizan un gobierno a la medida de sus intereses y ambiciones; despojan de los derechos de ciudadanía a gran cantidad de atenienses, reduciéndose a 3.000 el número de ciudadanos con derechos y garantías legales; promulgan, asimismo, una ley por la que cualquiera de los Treinta puede condenar a muerte y confiscar los bienes –sin proceso alguno– a cualquier ciudadano que no esté inscrito en la lista de los tres mil, y sólo a éstos se les asegura un juicio ante la Asamblea o Boulé. Muchos ciudadanos se sienten amenazados y huyen, pero los espartanos aliados de los Treinta obligan a muchas ciudades a devolverlos nuevamente a Atenas. Algunas ciudades, sin embargo, como Tebas y Megara se niegan a entregar a los exiliados. En Tebas se constituye un grupo de pro-demócratas al mando de Trasíbulo que organiza la toma del Estado. Tras algunas operaciones, se atrincheran en El Pireo desde donde plantan cara a los Treinta y reciben el apoyo de Tebas y de ciudadanos particulares. Los Treinta intentan reducirlos con ayuda de la guarnición espartana, pero sufren un gran descalabro en el que incluso muere Critias.
Una vez desaparecido Critias las cosas empiezan a suavizarse y ya se busca una reconciliación. Ésta llega en 403 a. C., y consiste en que los de El Pireo se quedan con Atenas, se reinstaura así la democracia, mientras que a los oligarcas se les señala la ciudad de Eleusis, adonde podrían retirarse todos los que lo desearan. Más adelante, en 401 a. C., Eleusis se reincorpora a Atenas y se dicta una amnistía que impide cualquier tipo de represalia.

Con todos estos antecedentes arribamos al 399 a. C., el año en que se juzga y ejecuta a Sócrates. Y la cosa es como sigue:
Tres personas –Anito, Meleto y Licón– denuncian a Sócrates por corromper a la juventud alejándola de los principios democráticos y asebeia (impiedad). Luego de que el arconte decide que existe caso ante el que ha de darse una respuesta, cita a Sócrates a presentarse ante un jurado de ciudadanos atenienses. Los jueces (500 ciudadanos) son seleccionados por sorteo de entre ciudadanos voluntarios varones (la ciudadanía no incluye a mujeres, esclavos ni metecos) pertenecientes a cada clase social. Después de que él y su acusador presentan sus disertaciones, el jurado resuelve a favor de condenarlo por 280 votos contra 220. De acuerdo con el sistema judicial de entonces, una vez ya decidida su culpabilidad, el acusado podía proponer una pena (antitímesis) más suave que la presentada por la acusación (tímesis), pero nada de esto hace Sócrates.
La intervención de Sócrates va por otros derroteros. Luego de expresar su sorpresa por lo poco que ha sido necesario para declararlo culpable, propone ser condenado a comidas gratuitas en el Pritaneo (un honor reservado a los benefactores de la ciudad y a los ganadores de los Juegos Olímpicos) y pagar una multa de cien dracmas (una cantidad extraordinariamente baja). Su acusador –por su parte– propone la pena de muerte.

El Tribunal de los Quinientos vota de nuevo, y ahora ya está a favor de la pena de muerte por amplia mayoría, 360 contra 140.

Los discípulos de Sócrates le aconsejan huir, lo cual es posible e incluso deseado por la ciudadanía, pero acepta la sentencia, obedece las leyes de Atenas y de propia mano toma la cicuta que acaba con su vida a los 70 años.

* * *

3. Sócrates y los sofistas: características generales.

Los sofistas.
A mediados del siglo V a. C. la filosofía de la naturaleza ofrece un aspecto desolador: Los sistemas propuestos hasta entonces (Tales, Anaximandro, Anaxímenes, pitagóricos, atomistas, etc.) se excluyen unos a otros. Además, la crítica de Parménides a la multiplicidad de los seres (no hay nada más que un único Ser) acentúa la desconfianza general hacia la filosofía y hacia las posibilidades de la razón humana de alcanzar la verdad.
Todo esto –unido a las reformas democráticas que Pericles impulsa cuando llega al poder en Atenas en 462 a. C.– hace que aparezca por toda Grecia un movimiento de preceptores y de “maestros de sabiduría” –a sueldo– que viene a satisfacer esa demanda democrática de que todos los ciudadanos libres no sólo tienen la oportunidad sino la obligación de participar en el gobierno de la “polis”.
Especialmente Atenas –triunfadora de las Guerras Médicas (480 a. C.)– se convierte en el centro económico, político e intelectual de toda Grecia. Y es allí donde florece la sofística, una doctrina filosófica que abandona el estudio de la physis, y se orienta fundamentalmente a los temas del hombre, la organización social, las leyes, y las costumbres.1
Lo más característico de los sofistas es el uso del método dialéctico, mediante el cual se pronuncian largas argumentaciones que, más que a la búsqueda de la verdad, tenían por finalidad evidenciar las incoherencias de la argumentación del adversario.
Otra de las señas de identidad más notable de los sofistas es su concepción de la ley (nomos), pues consideran que ni la moral ni las leyes responden a la naturaleza, sino que son solamente convenciones humanas. Los hombres pueden establecer el orden social y moral que más les convenga, sin que vayan por eso contra la naturaleza. Con esta doctrina, los sofistas sentaron las bases de la discrepancia entre las concepciones del iusnaturalismo –que considera que hay reglas jurídicas y morales inherentes a la naturaleza–; y el positivismo jurídico, que solamente considera que las reglas están vigentes cuando son sancionadas.
Los sofistas crearon en Grecia un amplio movimiento de difusión cultural conocido como “Ilustración griega”. No formaron escuela, ni tenían una doctrina común. Pero coincidían en los siguientes puntos:

1. Atención a los problemas prácticos: Política, moral, religión, educación, lenguaje, etc., los temas más urgentes en la reciente democracia. Dieron, por tanto, un notable giro filosófico respecto a los físicos anteriores.
2. Actitud relativista e incluso escéptica. Sus viajes les enseñaron que no hay dos pueblos con las mismas leyes o costumbres. Por eso consideraban las leyes puramente convencionales, carentes de valor absoluto (ni provenían de los dioses, ni de la Razón o Logos). Con ellos quedaron desfasadas las discusiones sobre los primeros principios de la naturaleza y centraron las discusiones en la oposición entre ley (convencional, arbitraria, provisional) y naturaleza (permanente, común y universal).
3. No son pensadores sistemáticos, ni buscaban un sistema de pensamiento deducido de principios universales. Procedían inductivamente, acumulando informaciones y datos durante sus viajes, de los que procuraban derivar conclusiones de carácter práctico. Su sed de saber era inagotable, y llegaban a ser auténticas enciclopedias andantes (polimathía).
4. Tuvieron un enorme influjo en la vida de Atenas. Llevaron a cabo una aguda crítica de las instituciones e ideas tradicionales, propiciando su renovación. Pero la oratoria y el arte de la persuasión eran técnicas muy manipulables si las utilizaban ciudadanos ambiciosos y egoístas.

El movimiento sofístico puede subdividirse en dos generaciones: En la primera generación están Hipias y Protágoras; y en la segunda toca incluir a Antifonte, Trasímaco, Critias y Calicles.
Sócrates y Platón critican con dureza a los sofistas, aparte de por el escepticismo y relativismo que defienden, porque los dos les atribuyen un desmedido afán de lucro.

Protágoras de Abdera.
Protágoras vive entre los años 480 y 411 a. C. y pasa a la posteridad por una frase que resume toda la doctrina sofística: “El hombre es la medida de todas las cosas; de las que son en tanto que son, y de las que no son, en tanto que no son”.
Para Protágoras todas las percepciones son infalibles y tienen entidad propia. Pone el ejemplo de la enfermedad, que puede ser mala para el enfermo, pero que es buena para el médico que la atiende. En definitiva, Protágoras postula una teoría del conocimiento relativista, según la cual el hombre no cuenta con elementos objetivos que le permitan evaluar correctamente los datos de sus percepciones. De ahí que no existan medios para tener una seguridad completa de que lo que conocemos sea tal como lo conocemos, pues siempre existe la posibilidad de que los hombres discrepen sobre toda clase de asuntos.
Puede considerarse un relativista cultural: Cada pueblo tiene costumbres y leyes diferentes, y cree que las suyas son las mejores. La ley, por tanto, no es algo basado en la naturaleza, sino invención de los legisladores. Existe por convención, y es siempre modificable. Eso no significa que cualquiera pueda violar la ley cuando quiera, sino que debemos mantener en lo posible las leyes que poseemos, porque cualesquiera otras serán también convencionales.
Se sabe que escribió una obra titulada Sobre los Dioses, de la que conservamos un fragmento que puede tenerse como una excelente definición del agnosticismo:

“Sobre los dioses no puedo tener la certeza de que existen, ni de que no existen; ni tampoco de cómo son en su forma externa; ya que son muchos los factores que me lo impiden: Tanto la oscuridad del asunto, como la brevedad de la vida humana”.

Gorgias de Leontinos.
Pudo nacer en Leontinos (Sicilia) sobre el 484 a. C., llegó a Atenas hacia el año 425 a. C. y murió en 375 a. C. Frente al relativismo que sostiene Protágoras respecto a que el conocimiento de la verdad es relativo al hombre, y que las cosas no tienen un ser en sí mismas, Gorgias va más allá y afirma que la verdad sencillamente no existe.
En el campo del conocimiento no existe una physis, un modo permanente de existir; y en el campo de la moral o de la ética, no existe ni el bien ni el mal.
Se le atribuye tres afirmaciones muy radicales: “Nada existe. Si algo existiera no podríamos conocerlo. Y si acaso pudiéramos conocerlo, no nos sería posible comunicarlo”.
Las tesis de Gorgias son un claro ejemplo de escepticismo, de renuncia a la verdad.

Calicles y Trasímaco.
De estos dos sofistas nos quedan noticias gracias a Platón, que habla del primero en el diálogo titulado Gorgias, y del segundo en el libro primero de la República.
Calicles adoptó la doctrina del derecho natural del más fuerte. La ley política ha sido dada por los débiles para controlar a los fuertes; pero la naturaleza hace que tanto entre los animales como entre los hombres haya de gobernar el más fuerte. Calicles afirma que –en cuanto a la conducta moral– sí hay una physis, sí existe un criterio natural de actuación: La fuerza. Igual que el fuerte domina al débil en la naturaleza, y eso es lo justo, del mismo modo el hombre más fuerte y más capaz es quien debe gobernar el Estado. Calicles llega incluso a aventurar una cierta teoría del desarrollo histórico de los pueblos: Puesto que la fuerza es la única razón que explica y hace justa la invasión de Grecia por los persas, así también la fuerza justifica que los pueblos entren en conflicto y que venzan los más poderosos. La fuerza y el éxito son los que ponen a prueba la calidad de los hombre y de las sociedades.
Trasímaco, por su parte, también defiende que el fuerte domine al débil. Lo justo no es otra cosa que lo que conviene al más fuerte. Cada gobierno implanta las leyes a la vista de lo que es más adecuado para él. La democracia instaura leyes democráticas; la tiranía, leyes tiránicas; y así todos los demás gobiernos. Una vez implantadas estas leyes, los gobiernos se ocupan de convencer a los ciudadanos de que lo que es conveniente al Estado, también es justo para los gobernados. Aquél que se aparte del cumplimiento de las leyes ha de ser castigado porque obra injustamente y, además, porque actúa contra el bien común.
Para Trasímaco no hay una justicia independiente del legislador y gobernante de turno.

Critias de Atenas.
Fue uno de los Treinta Tiranos. Escribió elegías, dramas y exordios. Discípulo de Sócrates y pariente de Platón, fue un enemigo acérrimo de la democracia. Murió en 403 a. C. en la guerra civil contra los demócratas. Elaboró una teoría personal sobre el origen de la religión, según la cual la religión surgió como “invento de un hombre astuto y prudente” para someter los hombres a las leyes por el temor.
Para Critias las leyes no son universalmente válidas ni tampoco un regalo de los dioses. Las leyes son fruto del esfuerzo y del talento de unos hombres sabios que, a la vista de la maldad de sus semejantes, se inventaron a los dioses para prevenir conductas ilegales.
El fragmento que reproducimos abajo pertenece al drama Sísifo, en el que supone que la ley es anterior a la religión:

“Hubo un tiempo en que la vida de los hombres era desordenada, cruel y esclava de la fuerza, cuando no había ningún premio para los buenos, ni ningún castigo para los malvados. Y a mí me parece que, más tarde, los hombres debieron de establecer leyes punitivas para que la justicia reinase soberana sobre todos por igual, y que tuviera como servidora suya a la fuerza: y así habría de castigarse a quien pecara.
Pero como después de esto, las leyes impedían que [los malvados] cometieran a las claras actos violentos, pero no que los realizaran ocultamente, entonces, según mi parecer, un hombre prudente y sabio de mente, inventó, para los hombres, el temor a los dioses, para que los malvados hasta temieran hacer, decir o pensar ocultamente... Y con esto apagó las violaciones a las leyes”.

Sócrates y el método socrático.
Hijo de un escultor llamado Sofronisco y de una partera llamada Fenaretres. Nace en Atenas probablemente en el año 470 a. C., y muere en la misma ciudad en el 399 a. C. Sócrates no escribe nada, de tal modo que las noticias acerca de sus actividades y de sus doctrinas nos llegan por sus discípulos –Jenofonte y Platón– y de otros contemporáneos suyos.
Decepcionado de los planteamientos de los primeros filósofos –sobre la naturaleza, el cosmos, etc.– decidió dedicarse a reflexionar sobre sí mismo y sobre la vida del hombre en la ciudad. Pensaba que de los seres y objetos de la naturaleza nada podía aprender; sólo de los hombres que viven en la ciudad. Se dio cuenta de que en su momento lo más importante eran los problemas éticos y políticos.
Entiende la filosofía como un diálogo que hace posible la búsqueda colectiva de la verdad. Estaba convencido de que cada hombre posee dentro de sí una parte de la verdad, pero a menudo sólo puede descubrirla con ayuda de los otros. Rechazaba, por tanto, que alguien posea ya la verdad y que ésta pueda ser encontrada de forma individual.
Su método consistía en formular preguntas que hagan descubrir al otro su propia ignorancia: La ironía socrática. Agobiado por las preguntas de Sócrates, el que se creía listo acababa reconociendo que no sabía nada. A partir de este momento, Sócrates recurría a su estrategia mayéutica (“dar a luz”, “parir”), intentando que el otro llegue a descubrir la verdad por y en sí mismo.
Sócrates no enseñó ni dictó doctrina propia alguna, ni parecía tenerla: sólo ayudaba a los demás a pensar, y buscaba la verdad con ellos. Semejante modestia y búsqueda en común contrastaban con el individualismo y autosuficiencia de los que hacían gala los sofistas.
Con su método, Sócrates pretendía ir construyendo definiciones, cuya formulación debía encerrar la esencia inmutable o cualidades permanentes de lo estudiado o investigado. Buscaba las definiciones de la virtud, de la justicia, de la belleza, de la poesía. Se oponía así al convencionalismo y relativismo de los sofistas, inaugurando la búsqueda de esencias en Filosofía.
Sócrates contribuye al progreso del pensamiento y también de la ciencia por su descubrimiento y aplicación del método inductivo, consistente en que –a partir de conceptos individuales y particulares–, se llegan a obtener conceptos de validez universal. El método inductivo se resume diciendo que es el que va “de lo particular a lo general”.
En este proceso podemos distinguir dos momentos:

- Un primer momento negativo, o refutación.
- Otro positivo, o mayéutica.

La refutación empieza con un diálogo2 que Sócrates mantiene con sus alumnos. A través del diálogo, Sócrates procura arrinconar a sus interlocutores y conducirlos hasta un callejón sin salida. Es el momento irónico, el momento en que el maestro hace caer en la cuenta a sus discípulos que aquello que ellos defienden es contradictorio y falso. La refutación consiste en poner de manifiesto que esas opiniones que se tienen por seguras y verdaderas, en realidad son problemáticas, falsas o carecen de fundamento (“Sólo sé que no sé nada”). Y cuando el discípulo ya se ha convencido de su ignorancia con respecto a lo que creía saber con seguridad, entonces, maestro y discípulo continúan el diálogo con el objetivo de avanzar en el conocimiento seguro de las cosas.
En este punto comienza el segundo momento, la mayéutica, que es la posibilidad que Sócrates le brinda al discípulo de alumbrar3 por sí mismo la verdad.
A juicio de Sócrates, nadie enseña y nadie aprende nada que no sepa ya. Las ideas verdaderas se tienen en el alma desde que nacemos (son innatas). Las almas antes de entrar en los cuerpos viven en el mundo del intelecto, donde ven a las ideas cara a cara, hasta que lo olvidan casi todo cuando se encarnan. Las ideas (eidos) son los modelos universales que están detrás de todos los objetos particulares que de esa idea hay en el mundo sensible. La función del filósofo es ayudar a que el ignorante las descubra por sí mismo, que vaya ascendiendo desde sus opiniones y creencias individuales, hasta los conceptos e ideas universales. Por ejemplo, examinando muchas cosas bellas podemos llegar a determinar la esencia de la belleza; analizando varios comportamientos justos, la esencia de la justicia, etc.

La doctrina socrática de la virtud.
La idea principal de Sócrates es la misma que lo separa tajantemente del relativismo de los sofistas: Existen principios absolutos, existen el Bien, la Justicia, la Belleza, la Verdad absolutos. Hay conceptos universales y objetivos que no están sujetos a la opinión de los hombres. El hombre que conoce dichos conceptos universales no es únicamente más sabio, sino, y esto es muy importante para Sócrates, más feliz. Hay que saber con rigor qué sean la Justicia, el Bien, la Bondad, etc., porque sólo así se puede ser justo, bueno, verdadero, etc.
La felicidad es el premio que obtiene el sabio cuando encuentra la esencia del Bien. El conocimiento del Bien convierte al hombre en Bueno –virtuoso– y lo hace Feliz. Para Sócrates el Bien se identifica con el conocimiento, y el mal con la ignorancia. Nadie se equivoca queriendo, o quien obra mal es porque no sabe. Semejante doctrina se conoce en filosofía como “intelectualismo moral socrático”.

NOTAS:
1 La Atenas de Pericles cuenta con 40.000 ciudadanos y más del doble de metecos (extranjeros), 20.000 mujeres y niños, y 300.000 esclavos. La democracia ateniense es directa y la ejercen los ciudadanos libres (varones, mayores de 18 años y con el servicio militar de dos años cumplido).
2 Precisamente, la palabra diálogo tiene en griego el significado de la búsqueda del conocimiento entre dos (dialogos, dos razones, dos discursos).
3 Mayéutica, en sentido estricto, es “dar a luz”, “parir”. Sócrates usa un término propio del oficio de su madre, comadrona.

* * *

4. Grandes rasgos de la filosofía platónica: La teoría de las ideas. El Estado ideal y otros tipos de gobierno.



Platón (Arístocles) nace en Atenas hacia el 427 a. C. y muere en 347 a. C. De familia aristocrática, tanto él como sus parientes creían descender directamente de los dioses. A los 20 años conoce a Sócrates, al que estará muy ligado durante toda su vida. Pronto se sintió inclinado hacia la acción política (entre los Treinta Tiranos de Atenas hubo dos parientes suyos, como Critias, y varios conocidos), pero se desilusionó cuando condenaron a muerte a Sócrates. Se dio cuenta de que la legislación y la moralidad estaban corrompidas, y llegó a la conclusión de que sólo la filosofía puede mostrar dónde está la justicia: “No acabarán los males hasta que llegue la raza de los filósofos auténticos y limpios al poder, o hasta que los políticos no se pongan a filosofar en serio”.
Su filosofía tiene una finalidad claramente práctica y política, y en su Academia pretende educar a los futuros gobernantes-filósofos. Su ilusión era crear un Estado en el que la muerte de Sócrates –el mejor, más sabio y justo de los hombres conocidos– resulte imposible.

La teoría de las Ideas (dimensión onto-gnoseológica).
Las preguntas de las que parte Platón son: ¿Qué es real? ¿Qué existe? ¿Qué puede fundar un conocimiento verdadero (episteme)? Platón, siguiendo a su maestro Sócrates, no se resigna a caer en el relativismo y en el escepticismo que practican los sofistas, y, en consecuencia, aspira a hallar una verdad objetiva y sólida, universalmente válida e imperecedera.

Platón postula la existencia de dos mundos (dimensión ontológica):

Mundo inteligible:
Es un mundo de esencias eternas.
Las ideas o formas (eidos) son realidades independientes de la opinión (doxa) de los hombres.
Las ideas son la forma única de algo múltiple. Arquetipo de los existentes.
Las ideas son el objeto del conocimiento verdadero.
Este mundo está presidido por la idea del Bien, la idea superior a todas las demás, y que es, asimismo, el principio radical y unificador de todas ellas. Sólo del Bien extraen las ideas su ser y su valor y, junto a ellas, el mundo entero (participado). El Bien proporciona al mundo orden, medida y unidad.

Mundo sensible:
Es un mundo de sombras, es el mundo en que vivimos.
Es reflejo y participación del mundo de las ideas.
Es cambiante y accesible a través de los sentidos.

Platón habla –asimismo– de que también hay dos mundos en cuanto al orden del conocimiento (dimensión gnoseológica):

Mundo inteligible.
A través del pensamiento y del conocimiento alcanzamos la verdad del mundo de las ideas.
El mundo de lo inteligible sólo es accesible a través de la razón, que incluye la región de la ciencia que –como las matemáticas– llega a conocimientos universales (como los teoremas) apoyándose en elementos sensoriales (como las figuras geométricas), y el reino de las ideas que es accesible a la razón pura, en ausencia absoluta de cualquier tipo de visión sensorial.
La posición del Bien dentro del mundo inteligible se compara con la del Sol dentro del ámbito de lo visible. La idea del Bien es el objeto sumo del conocimiento y a partir de ella adquieren sentido la Justicia, la Belleza, la Verdad y todo lo demás.

Mundo sensible.
Mediante el conocimiento sensible de las cosas se irá despertando en el alma inmortal y eterna el recuerdo (reminiscencia) de aquello que, antes de encarnarse, ya ha contemplado en el mundo de las ideas.
En el mundo de la opinión sólo cabe un conocimiento imperfecto de objetos (sobre los que sólo tenemos creencias) e imágenes (las sombras de dichos objetos, de las que únicamente tenemos conjeturas).

Pero si el hombre está inserto en el mundo sensible e ignora el mundo inteligible, ¿cómo puede llegar a conocer las ideas? Platón explica esto mediante la teoría de la reminiscencia o anamnesis (recuerdo, descubrimiento interior de lo eterno) y la dialéctica. El ser humano es una realidad dual en la que confluyen de manera accidental el mundo sensible (cuerpo) y el mundo inteligible (alma). El alma, que procede del mundo de las ideas, cuando se encarna en el cuerpo cae en la ignorancia, olvida el mundo de las ideas del que procede; pero partiendo de la observación de las cosas sensibles (en las que se reflejan las ideas pues son copias de ellas) el alma racional recuerda las ideas y culmina en el conocimiento de la idea de Bien. El conocimiento no consiste en aprender cosas nuevas, sino en recordar las que ya se conocían. En este proceso dialéctico de conocimiento o educación, el alma (razón) asciende desde la multiplicidad de las realidades sensibles a la unidad de la idea universal, hasta la idea-realidad suprema, el Bien.
El motor de esta dialéctica es el amor o Eros, un anhelo para alcanzar el Bien, un modo de contemplar las ideas (la verdad) mediante la liberación del alma después de la muerte, cuando vuelva a su origen. La muerte puede suponer la liberación definitiva del alma volviendo a su origen (mundo inteligible), sólo si en esta existencia terrenal ha vivido de acuerdo con su naturaleza, pero si no es así, es castigada de nuevo a realizar una serie de transmigraciones en otros cuerpos de animales o personas hasta purificarse a través del conocimiento verdadero y de la virtud.
La vida terrena es siempre la prueba o paso hacia la vida verdadera en el más allá (en el Hades). Este proceso de conocimiento que lleva hasta la sabiduría exige preparación y educación, que serán de acuerdo a las capacidades naturales de cada uno y que condicionará las tareas sociales que habrá de desempeñar. Mediante la educación y el conocimiento se seleccionan los grupos sociales; aquellos que alcancen la sabiduría (los sabios) serán los encargados de gobernar porque ellos conocen el Bien y la justicia, y podrán llevar la felicidad al resto de las clases sociales que viven en la polis.

Grados de conocimiento:

                         Opinión                                        Ciencia                                 

Imaginación / Creencia
Eikasía

Conjetura
Pistis


Pensamiento
Dianoia


Inteligencia / Razón
Noesis


Imágenes

Objetos y seres naturales.
Física

Objetos matemáticos


Ideas o formas


La teoría del hombre (antropología platónica).
A juicio de Platón, el hombre es un compuesto accidental de cuerpo y alma. La antropología platónica defiende una concepción dualista en la que el cuerpo supone una prisión material para el alma inmortal. El alma preexiste al cuerpo y su unión con éste es accidental y transitoria.
El alma inmortal es tripartita:
El alma es entendimiento (logos). La parte inteligible se ejerce como conocimiento, entendimiento y capacidad de razonar. Es su función más específicamente humana. Predomina en los sabios y filósofos, y su virtud es la Sabiduría (entendida como Prudencia) o Filosofía.
El alma es sentimiento (thymós). La parte irascible es impulso de los sentimientos y afectos más nobles, a ella se asocia toda la esfera afectiva del ser humano, y asimismo estimula las aspiraciones al dominio y al poder. Predomina en los guerreros, y su virtud es la Fortaleza.
El alma es impulso pasional (epithimía). De la parte concupiscible se originan las pasiones, deseos e impulsos más específicamente corporales. Pone en acción los apetitos y ansias de posesión y de placer. Predomina entre los artesanos y comerciantes. Su virtud es la Templanza.

“–Sócrates: Describir cómo es [el alma], exigiría una exposición que en todos sus aspectos únicamente un dios podría hacer totalmente, y que además sería larga. En cambio, decir a lo que se parece implica una exposición al alcance de cualquier hombre y de menor extensión. Hablemos, pues, así. Sea su símil el de la conjunción de fuerzas que hay entre un tronco de alados corceles y un auriga. Pues bien, en el caso de los dioses los caballos y los aurigas todos son buenos y de buena raza, mientras que en el caso de los demás seres hay una mezcla. En el nuestro, está en primer lugar el conductor que lleva las riendas de un tiro de dos caballos, y luego los caballos, entre los que tiene uno bello, bueno y de una raza tal, y otro que de naturaleza y raza es lo contrario de éste. De ahí que por necesidad sea difícil y adversa la conducción de nuestro carro…”
Fedro, 245e-246c.

Significado de la alegoría. En este famoso símil se compara al alma con un carro conducido por un auriga que cuenta con un corcel noble y disciplinado, junto a otro de mala casta e indómito. Qué son el cochero y los dos corceles no se nos dice en Fedro, pero un lector del libro IV de República sería capaz de reconocer en ellos a la parte reflexiva del alma (el auriga), la pasional o irascible (el corcel noble) y la apetitiva o concupiscible (el corcel rebelde).

El Estado ideal y otros tipos de gobierno.
– Tesis principal: el gobierno debe ser un arte basado en el conocimiento verdadero y en la justicia; la sociedad es una mutua satisfacción de necesidades entre sus miembros.
– Organización social.
Se trata de una sociedad o régimen cerrado y dividido en tres grupos o rangos:
- Gobernantes. En ellos domina la parte racional. La virtud que prevalece en los filósofos-reyes es la prudencia.
- Guardianes. Domina la parte irascible. La virtud natural de este estamento es la valentía y la fortaleza.
- Productores. Domina la parte concupiscible del alma. La virtud propia de este grupo es la templanza.

– Relación entre ética y política:


Orden individual


Orden político


Orden moral

Alma


Sociedad

Virtudes

Racional
Irascible
Concupiscible


Gobernantes
Guardianes
Productores / comerciantes

Prudencia
Fortaleza
Templanza

La Justicia.
Platón se propuso en la República el estudio de lo justo e injusto. Su objeto es demostrar la necesidad moral, así para el Estado como para el individuo, de regir toda su conducta según la justicia. El plan de su demostración es el siguiente: Considerando el Estado como una persona moral semejante en todo –excepto en las proporciones– a una persona humana, Platón indaga en las sociedades la naturaleza propia y los efectos inmediatos de la justicia; posteriormente, extiende las conclusiones alcanzadas tras el estudio de los Estados políticos al alma individual, especie de gobierno y timonel del hombre.
Lo que toca hacer en primer lugar es definir qué es justicia.
¿Puede definirse lo justo como la obligación de decir la verdad y de dar a cada uno lo que de él se ha recibido? No, porque no es justo dar sus armas a un hombre que se ha vuelto loco, ni decirle la verdad sobre su estado.
¿Puede definirse lo justo como hacer bien a los amigos y mal a los enemigos? ¿Cuáles son –por otra parte– aquéllos a los que debemos considerar amigos y cuáles los enemigos a quienes es justo hacer daño? Aquí debemos obrar con cautela porque las apariencias engañan.
¿Puede definirse la justicia como lo que es ventajoso al más fuerte? De dar esto por bueno implicaría confundir la justicia con el interés del poderoso, cosa que sería razonable si los hombres poderosos no se engañaran nunca ni asimilaran este interés a su provecho propio.
En medio de estas discusiones sobre la naturaleza de la justicia, Glaucón, uno de los interlocutores de Sócrates en la República, defiende que la justicia no existe por naturaleza, existe por ley. Los hombres –razona Glaucón– han sufrido y cometido alternativamente injusticias, pero llegó un día en que hombres que no se sentían bastante fuertes establecieron leyes y convenciones para proteger a los débiles de los fuertes. A la justicia no se la quiere por sí misma como un bien, sino que se la sufre como impuesta, porque el que llega a colocarse por encima de ella, la infringe sin escrúpulo. Entre los hombres se trata menos de ser justo que de parecerlo. En este punto se entremete Adimanto, otro interlocutor, para apoyar con argumentos nuevos esta defensa de la injusticia. Los maestros –dice Adimanto– honran la justicia, pero no ocultan que es una virtud difícil. Dicen que el hombre justo es mejor que el hombre malo, pero, como al mismo tiempo, alaban la condición del malo, que es rico y poderoso, al final enseñan a despreciar al justo, que es débil e indigente.
Glaucón y Adimanto reclaman a Sócrates que explique por qué la justicia es un bien y la injusticia un mal.
La respuesta de Sócrates principia dando por supuesta la idea de que la justicia se da en un Estado como en un hombre, y que en aquél [en el Estado] ha de mostrarse con caracteres más señalados y más fáciles de discernir. Sócrates indaga primero la naturaleza de la justicia en los Estados y luego la estudia en cada hombre.
En primer lugar, ¿cuáles son los fundamentos de los Estados y los de cualquier sociedad humana? Las necesidades del hombre. Ningún Estado nace ni sobrevive si no satisface las necesidades de quienes pertenecen a él. Estas necesidades son primero las materiales, y después las intelectuales y morales. El Estado en origen está compuesto de cuatro o cinco individuos que ejercen industrias diferentes (labrador, cazador, zapatero, curtidor de pieles…). Poco a poco la sociedad se agranda por la necesidad de nuevas industrias, así como para permitir a cada uno que se dedique sólo a la suya, ya que uno de los primeros principios de los Estados ha de ser que cada industria –para ser convenientemente ejercida– sea ocupación exclusiva del que la ejerce. El principio del Estado ideal que Platón desea instaurar es que cada uno viva y muera desempeñando sus quehaceres, aquéllos a los que están por naturaleza y educación destinados. Lo importante es que cada ciudadano y cada clase se mantengan en su puesto.
A este fin los magistrados gobernantes y los guardianes vigilarán para que las clases estén constituidas por los individuos convenientes. La clase gobernante habrá de estar formada por magistrados que –en su alma– posean la virtud dominante de la prudencia, y estén asistidos por el buen consejo y la ciencia. Los guardianes estarán dominados por la virtud de la fortaleza, mientras que entre los productores y en el Estado entero ha de imperar la virtud de la templanza.
Una vez que Sócrates demuestra en qué consiste la justicia en el Estado, pasa a reconocerla en el hombre.
Es natural –piensa Sócrates– que el hombre justo, en tanto que lo es, no difiera del Estado justo. En consecuencia, en el alma del hombre deben encontrarse tres partes que corresponden a los tres órdenes del Estado, y tres disposiciones morales semejantes a las que engendran la prudencia, el valor y la templanza en el mismo. El individuo, pues, es prudente, valiente y templado; la razón representa en él a los magistrados, el valor a los guerreros y el apetito a los productores. Es prudente cuando la parte racional del alma ordena lo que es conveniente; es valiente cuando la parte irritable o irascible se subordina a la racional; y es templado cuando reina el acuerdo entre estas partes y la parte irracional, de manera que haya entre ellas una especie de concierto. El hombre es justo siempre que cada una de las partes de su alma desempeñe su papel propio y no invada el de las otras.
Volviendo a la arena política, Platón se pregunta ahora si es posible un Estado tal y como él lo ha concebido. Dice que sí, pero a condición de que los filósofos sean reyes o que los reyes se hagan filósofos. Platón distingue tres clases de hombre: (1) Los ignorantes, que no saben nada; (2) los que creen saber, pero que realmente no saben, que son aquéllos que en lugar de ciencia poseen opiniones porque se dejan llevar de las apariencias de las cosas; y los que son verdaderamente sabios (3), ya que se aplican al conocimiento del ser en sí, de la esencia de las cosas. Estos sabios son los únicos que poseen la ciencia de lo bello, del bien, de la verdad, de lo justo e injusto. Éstos son los que están llamados a fundar y gobernar semejante Estado.
Una vez establecida la filosofía en el Estado, a éste le toca asegurar su porvenir mediante la educación de la clase de ciudadanos que debe gobernar un día. ¿Y en qué consistirá esta educación? En dirigir la inteligencia hacia la única idea que puede dar a la inteligencia misma la facultad de conocer la esencia real de las cosas inteligibles: La idea del Bien. La idea del Bien es para el mundo inteligible lo que es el Sol para el mundo sensible, principio de luz (conocimiento) y de calor y vida (ontología). Platón expone una teoría precisa del conocimiento en la que reconoce cuatro grados: La imaginación, la conjetura, el pensamiento y la inteligencia o razón. Respecto al conocimiento hay dos mundos: El mundo de los sentidos y el mundo del pensamiento.
Platón explica el estado del alma con relación a cada especie de conocimiento valiéndose de la conocida alegoría de la caverna…

Campo semántico de Platón.
        1. Alma.
        2. Hombre.
        3. Ciencia / verdadera filosofía (dialéctica).
        4. Ideas e idea de Bien.
        5. Justicia.
        6. Mundo sensible / mundo inteligible.
        7. Opinión.
        8. Estado.
        9. Gobernante.
        10. Excelencia / virtud.
        11. Educación.
1. Alma.
Platón, al igual que los pitagóricos, defiende una concepción dualista del hombre: El ser humano se compone de un cuerpo (material y mortal) y un alma (inmaterial e inmortal). Establece una división tripartita del alma: a) el alma racional (nous, logos), inmortal, inteligente, de naturaleza “divina” y situada en el cerebro; b) el alma irascible o agresiva (thymós), fuente de pasiones nobles como la valentía, situada en el pecho e inseparable del cuerpo (por tanto, mortal); c) el alma apetitiva o concupiscible (epithymía), fuente de pasiones innobles como la lujuria, situada en el abdomen y también mortal.
El alma racional es inmortal y divina, semejante a las ideas, de ahí que pueda conocerlas.

2. Hombre.
Los presocráticos, a excepción de los pitagóricos, fueron materialistas. Para ellos el ser humano era un cuerpo animado por un alma –principio de vida– también material. Platón dice que el ser humano se compone de un cuerpo (material y mortal) y un alma (inmaterial e inmortal); el cuerpo es un estorbo para el alma, la arrastra con sus pasiones y le impide la contemplación de las ideas.

3. Ciencia / verdadera filosofía (dialéctica).
En la República Platón distingue dos formas generales de conocimiento: La opinión y la ciencia. Esto no es una novedad pues tal distinción se hallaba ya en Parménides. La opinión o doxa es el conocimiento sensible de las cosas de este mundo (el mundo visible) y está sujeta a falsedad y error. La ciencia o episteme sólo se ocupa del mundo de las ideas (o mundo inteligible) y sus enunciados nos conducen siempre a la verdad. La ciencia se divide en dos grados de conocimiento: Dianoia y nóesis. Dianoia es la razón discursiva del matemático que se apoya en imágenes visibles, y nóesis es la inteligencia intuitiva propia del dialéctico, que alcanza el verdadero “conocimiento” de las ideas de forma directa sin el uso de imágenes. La física, nuestro mejor ejemplo de ciencia hoy día, no fue considerada por Platón como verdadera “ciencia”, pues versa sobre objetos sensibles.
La dialéctica es el procedimiento por el que el filósofo accede al “mundo inteligible” y conoce cómo las ideas se encuentran relacionadas entre sí; parte de una idea y asciende hasta la idea suprema. Ello supone que el mundo de las ideas se encuentra jerarquizado, y que la idea suprema es el primer “principio” cuyo conocimiento hace verdaderamente inteligibles las demás ideas. En la República esta idea es la idea del Bien (la cual es, así, “el Sol del mundo inteligible”). Finalmente, el dialéctico emprende el camino inverso: Desciende desde la idea suprema encadenando con ella todas las demás.

4. Ideas e idea del Bien.
Frente al relativismo sofista expresado claramente en el aforismo de Protágoras “el hombre es la medida de todas las cosas”, Platón defiende la existencia de esencias inmateriales y eternas que se corresponden con la Belleza o la Justicia en sí mismas. Las ideas son esencias, es decir, “aquello por lo que una cosa es lo que es”. Las cosas particulares son lo que son porque “participan” o “imitan” a las ideas. Éstas no existen en las cosas particulares, sino en un mundo aparte, el mundo inteligible. Las ideas son verdaderas sustancias que gozan de las características del Ser de Parménides: Cada idea es única, eterna e inmutable. Las ideas están jerarquizadas de modo que la idea del Bien es la suprema. Dependiendo de ella se encuentran las ideas éticas, estéticas, matemáticas y, finalmente, las ideas de las cosas. La idea del Bien es la causa de todas las ideas y las cosas, de ella depende toda la realidad. En la República Platón compara la idea del Bien con el Sol, puesto que, del mismo modo que este astro es el origen de la vida en el mundo visible, la idea del Bien ilumina y da el ser a las demás ideas en el mundo inteligible.

5. Justicia.
Es el orden estable y armónico de todo, tanto en el alma individual como en el Estado. Respecto al alma individual la justicia surge en el alma cuando “cada parte hace lo que le es propio”, de tal manera que “dominen o sean dominadas entre sí conforme a naturaleza”. Esto significa que la parte racional (siendo prudente) debe guiar a la parte agresiva (que deberá ser valerosa), y ambas dominar a la apetitiva (que será, así, moderada). El individuo que lo consiga será armonioso y justo.
Respecto al Estado, la justicia, afirma Platón en la República, es hacer cada uno lo suyo, es decir, lo que le corresponde por naturaleza, sometiéndose las partes al todo. Si los gobernantes-filósofos, los guerreros y los productores cumplen sus funciones (los sabios gobernar, los guerreros defender la sociedad y los productores aportar alimentos y utensilios) reinará la armonía, el orden (cosmos) y la justicia.

6. Mundo sensible / mundo inteligle.
Es un mundo aparente, en continuo devenir, como expone Platón en su diálogo Crátilo siguiendo los planteamientos de Heráclito. De este mundo sensible sólo podemos alcanzar a tener opiniones y no verdades absolutas.
Según la alegoría de la caverna, el mundo inteligible es el mundo de las ideas que gozan de las características del Ser de Parménides: Cada idea es única, eterna e inmutable. El alma, antigua habitante del mundo inteligible, puede acceder al conocimiento de las ideas y alcanzar así la ciencia verdadera.

7. Opinión.
Platón distingue dos formas generales de conocimiento: La opinión y la ciencia. La opinión o doxa es el conocimiento sensible de las cosas de este mundo (el mundo visible), y está sujeta a falsedad y error. La ciencia o episteme sólo se ocupa del mundo de las ideas (o mundo inteligible) y sus enunciados nos conducen siempre a la verdad.
Platón distingue dos grados de conocimiento en la opinión: Primero, la conjetura o eikasia, que se ocupa de las imágenes del mundo: Quizá la literatura, la historia y las bellas artes. Segundo, la creencia o pistis, el estudio de las cosas naturales: La física.

8. Estado.
La ciudad-Estado (polis) nace como consecuencia de que los individuos aislados y en soledad no pueden satisfacer sus necesidades vitales. Al reunirse se origina la característica más notoria de la ciudad: La división del trabajo, fundamentada en el hecho de que no todos los seres humanos son iguales. Platón distribuye, pues, a los ciudadanos en tres estamentos distintos y jerarquizados: Gobernantes, guardianes y artesanos-labradores. El Estado ideal tiene un carácter ético, ya que ha de ser un Estado justo donde los ciudadanos sean virtuosos.
La ciudad ideal platónica está gobernada por una aristocracia de la virtud y del saber que ejerce el poder de acuerdo con la justicia (prudencia) en beneficio del Estado.

9. Gobernante.
En la ciudad ideal que Platón presenta en la República, la sociedad está dividida en grupos atendiendo al modo en que cada uno de ellos debe satisfacer distintas necesidades básicas: La función de los artesanos es crear los bienes (alimentos, vestidos o instrumentos) que todos los hombres puedan necesitar; los guardianes o guerreros se encargan de la seguridad del Estado, de mantener el orden interno y defender al grupo de las agresiones externas; finalmente, los gobernantes deberán promulgar las leyes y establecer justicia. Pero la figura del rey-filósofo aparece como consecuencia de dos puntos de vista fundamentales en la filosofía política de Platón: Su concepción autoritaria y su concepción intelectualista.
Platón hereda de su maestro Sócrates la idea según la cual no se puede obrar bien si no se tiene un conocimiento explícito de lo que es el Bien. En el símil de la caverna se señala con claridad que sólo quienes hayan conocido la idea del Bien podrán ser capaces de dirigir correctamente tanto los asuntos privados como los públicos. En la propuesta no democrática y clasista de Platón, los dirigentes deben educarse desde muy jóvenes en las distintas ciencias, en el esfuerzo físico y en la práctica de la virtud; y cuando estos jóvenes hayan alcanzado la madurez deberán encargarse de las tareas de gobierno aquéllos que más se hayan acreditado en sus capacidades morales e intelectuales. De este modo, el gobierno no estará en manos de unos dirigentes elegidos por la mayoría, sino en manos de aquéllos que han podido acceder al conocimiento de la ciencia verdadera y del Bien: Los filósofos.

10. Excelencia / virtud.
En la República se habla de la justicia como la virtud fundamental, que consiste en “el acuerdo de las tres partes del alma, como si fueran los tres términos de una armonía [musical]” (443 d). La armonía se produce en el alma cuando “cada parte hace lo que le es propio” (441 e), de manera que “dominen o sean dominadas entre sí conforme a la naturaleza” (444 d). En concreto, se trata de que la parte racional sea prudente (virtud propia de los gobernantes) para guiar a la parte irascible, cuya virtud propia es la fortaleza o el valor; y ambas conjuntamente puedan controlar a la parte apetitiva, cuya virtud fundamental es la templanza (propia de los artesanos).
Platón presenta la virtud dividida en tres categorías (prudencia, fortaleza y templanza), y habla de la justicia como la síntesis en armonía de todas las virtudes.

11. Educación.
La educación tiene una vocación liberadora: Debe curar el error y dirigir hacia la luz del saber; no pretende infundir el saber (como los sofistas), sino únicamente orientar para que cada uno descubra por sí mismo la verdad. El proceso educativo, no obstante, es lento, ya que no es posible mostrar directamente la verdad a quien procede de la ignoracia, del mismo modo que ocurre con el Sol en el símil de la caverna.

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ESQUEMA EXPLICATIVO DE LOS DISTINTOS ELEMENTOS QUE APARECEN EN LA ALEGORÍA DE LA CAVERNA:



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5. Aristóteles: Teoría del conocimiento. La física aristotélica: el movimiento y las cuatro causas. Ética y política.





El preeminente filósofo macedonio Aristóteles (384-322 a. C) nace en Estagira y llega a Atenas siendo adolescente. Allí permanece dos décadas como miembro de la Academia platónica. Tras la muerte de Platón en 347, Aristóteles se traslada a Assos y Lesbos, donde trabaja con Teofrasto y hace acopio de datos biológicos; después se traslada a Macedonia, donde es tutor de Alejandro Magno. En 335 vuelve a Atenas y funda su propia escuela filosófica en el Liceo (cerca de un gimnasio dedicado a Apolo Licio). Esta escuela era conocida también como “el Peripato” (de perípatos, “paseo” en griego), y sus discípulos como los “peripatéticos”, quizás por su costumbre de dar las clases paseando.
La muerte de Alejandro en 323 libera a las fuerzas antimacedonias en Atenas. Acusado de impiedad, y acordándose del destino de Sócrates, Aristóteles se retira a Calcis, donde murió.

Teoría del conocimiento.
Entre los filósofos griegos y ya desde los presocráticos, la sensibilidad y la experiencia estaban muy devaluadas como fuente de conocimiento. Según Parménides los sentidos proporcionan conocimiento engañoso (opinión) y sólo la razón permite conocer la realidad de manera fiable. Platón únicamente consideraba verdadero el conocimiento de las ideas, para lo cual los sentidos eran un continuo estorbo.
Pero Aristóteles adopta una perspectiva opuesta: No duda en devolver todo su valor a lo empírico. Su teoría del conocimiento, por lo tanto, será empirista. No admite más mundo que el de la experiencia, el mundo conocido por nuestros sentidos. El conocimiento, por lo tanto, no puede explicarse por anámnesis o recuerdo como lo hacía Platón, sino que tiene que ser adquirido durante la vida del hombre a partir de los datos que nos proporcionan los sentidos.
Según Aristóteles, por naturaleza, todos los hombres desean saber, por admiración y asombro ante las cosas, y habla de tres tipos de saberes o conocimientos:

- Saber teórico: Nace de la admiración y la ignorancia, es un saber desinteresado (saber por saber).
- Saber práctico: Para orientar y guiar la acción y el comportamiento individual o colectivo.
- Saber técnico: Productivo o poético. Se ocupa de las creaciones humanas.

En su teoría del conocimiento Aristóteles mantiene una postura empirista e inductiva. No acepta la existencia de ideas innatas en la razón (recuerdo o reminiscencia en Platón). Todo lo que sabemos lo aprendemos mediante la información que nos proporcionan los sentidos y las demás facultades humanas. Si para Platón el proceso de conocimiento es un proceso interior, casi una “iluminación racional”, para Aristóteles es un proceso de construcción racional que comienza con la experiencia.
El proceso del conocimiento principia con la inducción: Gracias a los sentidos (sensación) se capta información acerca del objeto individual y concreto, sus características y cualidades. Después, mediante las facultades cognitivas e intelectuales (como la abstracción) se forman o construyen las ideas, formas o conceptos universales de ese objeto, su esencia, lo que comparte con el resto de individuos de la misma especie, algo universal y común a una clase de seres, pero que no existe separada de cada uno de los seres particulares y concretos que son lo único existente.
Asimismo, para Aristóteles hay distintos niveles de conocimiento según el nivel de abstracción alcanzado. En primer lugar está la sensación, que conoce lo particular (común a hombres y animales); después viene la memoria, también común a hombres y animales superiores, que nace del recuerdo de las sensaciones particulares; a continuación tenemos la experiencia, que es propia de los seres humanos, porque depende de la coordinación racional de las sensaciones, aunque sigue siendo conocimiento de cosas concretas (por ejemplo, saber que tal o cual planta alivia la fiebre después de mucho probarla); y, por último, el entendimiento, propio del hombre, que conoce lo universal (por ejemplo, saber por qué tal planta alivia la fiebre, conocer las causas).
Aristóteles divide el entendimiento humano en entendimiento agente y entendimiento paciente. Veamos cómo actúan cada uno de ellos:
El entendimiento paciente es el que recibe los datos suministrados por la sensación a través de los sentidos que han recibido pasivamente los estímulos producidos por las cosas.
El entendimiento paciente produce la imagen del objeto sensible, una imagen idéntica al objeto.
El entendimiento agente –por su parte– recibe las imágenes y forma imágenes intelectivas o ideas de la imaginación. El entendimiento agente trabaja, así pues, con el material que le suministra el entendimiento paciente, y juzga las imágenes formadas por éste. El conocimiento de los universales (posible gracias al entendimiento agente) da lugar a la ciencia que puede definirse como conocimiento necesario y demostrativo de las cosas por sus causas.
La física aristotélica: El movimiento y las cuatro causas.

“De las cosas que existen, algunas existen por naturaleza, y otras por otras causas. Por naturaleza existen los animales y sus partes, las plantas y los cuerpos simples como la tierra, el fuego, el aire, el agua; de éstos, en efecto, y de otros parecidos, decimos que existen por naturaleza. Todas estas cosas mencionadas presentan una gran diferencia respecto de las cosas no constituidas por naturaleza. Así pues, las cosas naturales tienen en sí mismas el principio de movimiento y de reposo; unas en cuanto al lugar; otras en cuanto al crecimiento; otras en cuanto a la alteración. En cambio una cama, un vestido y cualquier otro objeto de esta índole –en tanto en cuanto son productos del arte– no poseen ningún impulso natural al movimiento; pero en cuanto, de hecho, constan de piedra o madera o de cualquier mezcla o combinación de ellas, pues precisamente bajo este aspecto tienen un impulso al movimiento. La naturaleza es principio y causa del movimiento y del reposo en las cosas que son por sí mismas y no por accidente.”
Aristóteles. Física, II, 1. 192 b, 20.

Aristóteles tiende a ver toda las cosas con mentalidad de naturalista y a poner de manifiesto qué son las cosas (subsistencia / esencia) y el carácter finalista, teleológico, de las mismas.
Del mismo modo que los seres vivos –una vez puestas las condiciones necesarias– siguen un proceso biológico de reproducción, crecimiento y desarrollo de modo correcto y preciso, igual ocurre –según Aristóteles– con todos los seres naturales.
En este sentido, en el teleológico, Aristóteles diferencia dos clases de seres: Naturales (por physis) y artificiales (por téchne); los primeros son aquellos que “tienen en sí mismos el principio de movimiento y de reposo”, mientras que son artificiales los seres que son fruto del arte o de la técnica, esto es, aquellos que poseen un principio extrínseco de movimiento, como una cama, una estatua, etc.
Desde el punto de vista de la subsistencia, Aristóteles distingue nuevamente dos clases de seres: Sustancias y accidentes. Sustancia es aquel ser que existe en sí mismo –independientemente de que sea natural o artificial–, mientras que ser por accidente, es aquel que existe en otro. Por ejemplo, “Juan es alto” y “la silla es amarilla”, Juan y la silla existen en sí, mientras que “alto” y “amarillo” sólo pueden existir teniendo lugar en otro.
Frente a Platón, que sitúa la realidad auténtica en el mundo inteligible, para Aristóteles la verdadera realidad consiste en la naturaleza de las cosas, es decir, las cosas son lo que son en su propia naturaleza que, en cuanto tal, constituye el principio de su ser y de su movimiento. De esta forma, el árbol y el animal nacen, crecen y se mueven conforme a su propia naturaleza inmanente. Y así es como la physis, en cuanto principio permanente y estable del movimiento y del reposo de los seres, asegura el orden y la regularidad del mundo.
Frente a Parménides, que niega la realidad del movimiento considerándolo una mera apariencia engañosa, Aristóteles replica que, en efecto, una bellota no es una encina, y tampoco un libro es un árbol; ahora bien, respecto a ser encina, hay una gran diferencia entre la bellota y el libro, porque el libro nunca será encina, mientras que la bellota puede serlo. Existe, pues, un ser en potencia y un ser en acto; acto es lo que un ser actualmente es; potencia lo que puede ser. La potencia, al ser una especie de intermedio entre el no-Ser y el Ser, permite explicar el movimiento. En cuanto ser en acto, la bellota es bellota, y en cuanto ser en potencia, la bellota es encina. El movimiento es, precisamente, la actualización de una potencia en tanto potencia, o el paso de la potencia al acto. Todos los seres son para Aristóteles entelequias (telos, fin), o sea, cosas que se mueven en dirección a un fin.
En este punto Aristóteles distingue dos tipos de movimiento o de cambios:
Cambio sustancial.
Cambio accidental. Cuantitativo, cualitativo y local.
Si el movimiento consiste en pasar de la potencia al acto, es evidente que todo cambio ha de partir de algo, llegar a algo y realizarse en algo. O lo que lo mismo: En todo movimiento existe un punto de partida, una meta y un sustrato.
Ahora bien, ¿cómo explica Aristóteles el movimiento, cómo es posible que el ser en potencia pase a convertirse en ser en acto?
La explicación aristotélica de esto recibe el nombre de hilemorfismo (hyle, materia, y morfé, forma). Según esta teoría, todos los seres naturales constan de materia y forma. Se entiende por materia el principio indeterminado (y, por tanto, determinable), y por forma el principio determinado y determinante. La forma es el principio determinado que, al unirse a la materia, hace que las cosas sean lo que son.

[La materia en tanto en cuanto es indeterminación, es potencia para la forma, y, asimismo, la forma –con respecto a la materia– aparece como acto.]

El movimiento, asimismo, sucede en virtud de cuatro causas, cuyo conocimiento es indispensable para quien quiera hacer ciencia, pues sólo sabemos lo que una cosa es cuando conocemos las cuatro causas que explican su movimiento y su reposo.
Hay cuatro causas:

Causa material. Aquello de lo que algo está hecho.
Causa formal. Es la esencia de algo, eso que la hace ser tal cosa y no otra; lo que hace que la materia indeterminada pase a ser una sustancia concreta.
Causa eficiente. Es el agente o productor.
Causa final. El objetivo por el que se hace algo. La meta hacia la que se inclinan las cosas naturales.

El significado de cada una se comprenderá mejor a partir de un ejemplo:
Únicamente sabremos lo que es una columna, cuando alcancemos a conocer sus cuatro causas: La causa material (mármol), causa formal (planos, modelo, diseño), causa eficiente (el cantero) y causa final (soportar un arco).

Política.
Aunque macedonio de nacimiento, Aristóteles piensa como cualquier griego que la vida del hombre es imposible al margen de la ciudad. Famosa es su definición de hombre como “animal político”. El hombre es un ser que sólo puede adquirir su plenitud en la polis, es decir, en relación con los demás ciudadanos. Para Aristóteles, el Estado y la ciudad son comunidades naturales, como para las abejas la colmena y para las hormigas el hormiguero, en contra de la opinión de los sofistas que las consideran creaciones convencionales. Lo propio de la naturaleza del hombre es que éste viva en comunidad, no en soledad.
Al Estado no se pertenece por vivir en él (también los extranjeros y los esclavos viven en él y no son ciudadanos), sino por ocuparse en la administración de la justicia y el ejercicio político. El gobierno debe encaminarse al bien común de los ciudadanos, y este interés general es el que discriminará qué formas políticas son las más justas y cuáles menos.


Orden de
perfección
Forma de
gobierno
Soberano
Fin al que
tiende
Regímenes rectos o conforme a justicia
Monarquía
Aristocracia

Democracia

Un individuo
Una élite

La mayoría

Interés común
Regímenes desviados o despóticos
Tiranía
Oligarquía

Demagogia

Un individuo
Una élite

La mayoría

Interés del tirano, de los ricos y de los pobres


Aristóteles se hace eco del pensamiento de su maestro Platón cuando éste dice que toda ciudad siempre está dividida en la ciudad de los ricos y en la de los pobres. Tal división es causa de desigualdades que, a su vez, provocan enfrentamientos y luchas internas en el Estado. La ciudad –piensa Aristóteles– debe estar constituida de elementos iguales (isonomía, igualdad ante las leyes) y semejantes en el mayor grado posible, y esta condición se da especialmente en la clase media, de modo que una ciudad en que abunde dicha clase media será la mejor gobernada.
Las desigualdades atentan contra el bien común, y así, el gobernante tendrá que corregirlas aplicando en el Estado la justicia distributiva (que es la que regula la proporción con que deben tratarse las cosas) frente a la conmutativa (que es la que regula la igualdad entre las cosas).

Ética y teoría de la virtud.
La Política de Aristóteles y su doctrina sobre cuál sea el régimen más perfecto, no tiene otra función sino introducirnos en la Ética.
Queda dicho que el bien común es el objetivo del gobernante. El bien propio de cada individuo es aquello que lo lleva a ser lo que naturalmente ya es (en potencia); el bien propio de cada ser es su perfección (sobre la cual ningún ser puede deliberar, pues el bien, la perfección y la meta de cada ser ya están establecidos por naturaleza). Para Aristóteles, el fin natural del hombre –su telos– es la felicidad (eudaimonía), una felicidad que consiste en la satisfacción de su condición racional, pues, a juicio de Aristóteles, la vida teorética (racional e intelectiva) es la forma natural de ser del hombre.
Ahora bien: “…respecto a lo que es la felicidad ya no se hallan todos de acuerdo y el vulgo no la define de la misma manera que los sabios, porque el vulgo juzga que la felicidad consiste en cosas como el negocio o en las riquezas o en los honores.” (Aristóteles, Ética a Nicómaco, I, 4, 1095.)
La felicidad humana tiene que ver con el desarrollo y el cumplimiento de las potencias teoréticas con que nacemos (con la madurez intelectual). Desde esta perspectiva se advierte que ética y política son inseparables. La política tiene que hacer posible el desenvolvimiento natural y racional de las virtudes humanas.
La ética se ocupa de las acciones humanas en cuanto que éstas conducen al bien del hombre. Todo tiende a un fin, y en consecuencia, también los actos humanos buscan una meta. El Bien es aquello al que todas las cosas tienden por naturaleza. El Bien y el Fin propios del hombre –como el de todos los seres– coinciden.
Igual que hay fines que se subordinan a otros, también unos bienes se someten a otros; el bien al que todos se subordinan es la felicidad. De este modo, todas las acciones que conduzcan a la felicidad y a la perfección de cada ser serán éticamente virtuosas.
Aristóteles entiende que la virtud (areté) es toda acción que nos encamina al fin natural de cada cosa. Virtud en griego es areté (excelencia); de tal forma que, para cada cosa, la virtud es su bien propio, su fin y su felicidad.
La teoría aristotélica de la virtud también enseña que la virtud es un hábito, es decir, una disposición permanente de la voluntad para obrar lo mejor y lo más excelente para la naturaleza de cada ser.
Hay dos tipos de virtudes:

- Dianoéticas.
- Éticas.

Las virtudes dianoéticas se refieren al entendimiento, y son aquéllas que juzgan el mejor modo de razonar (Lógica). Las virtudes éticas –por su parte– son las que se refieren a las acciones humanas, que deben estar regidas por la razón. Las virtudes éticas son asimismo hábitos selectivos que, a través de la razón, buscan y encuentran el término medio entre dos excesos. Las virtudes principales –capitales– son: Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza, y a partir de ellas se derivan las demás: Valentía, Generosidad, Castidad, etc.
¿Cuál será, entonces, el hombre máximamente virtuoso, y por ello, el más feliz? Aquel que se dedique a la más perfecta actividad humana que, para Aristóteles, es la contemplación, o sea, la reflexión racional sobre los fines de la naturaleza.

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I. FILOSOFÍA MEDIEVAL.

Introducción.
Suele convenirse en que la Edad Media1 comienza en 476 con la caída del último emperador, Rómulo Augústulo, por Hérulo Oduacro, o con la llegada de los árabes a España en 711, y en que dura hasta 1453 con la caída de Constantinopla ante los otomanos y el fin del Imperio Bizantino, o 1492 con la conquista de Granada por los Reyes Católicos y el descubrimiento de América.
En paralelo a las corrientes filosóficas que habían surgido en el período helenístico (323 a.C. - 148 a.C.), y que todavía estaban –como el estoicismo– muy activas en el siglo I, los cristianos empezaron a elaborar un sistema filosófico que explicara la persona de Cristo –hombre y Dios– y su doctrina religiosa de salvación. En los primeros siglos, los principales autores cristianos –como San Agustín (354 - 430)– recurrieron al platonismo para apoyar el Evangelio. Después, por mediación de San Alberto Magno y Santo Tomás de Aquino (1224 - 1274), se echó mano preferentemente del aristotelismo.
Durante los siglos I-II los principales autores cristianos serían los apologetas, es decir, los defensores, aquéllos que alegaban jurídica o racionalmente ante el emperador para lograr la libertad del culto cristiano. A partir del siglo III y hasta el VIII se desarrolló la patrística, que es un conjunto de obras de doctrina cristiana escritas por los Padres de la Iglesia. En Oriente, Clemente de Alejandría y Orígenes fueron los más relevantes, mientras que en Occidente lo fueron San Jerónimo, San Agustín, San Ambrosio de Milán y San Gregorio Magno.
En líneas generales, el cristianismo quiso hacer compatible su fe con la filosofía griega, y apoyarse en la razón filosófica para justificar su doctrina, pero también hubo autores cristianos como Tertuliano (155 - 255), que despreciaban la filosofía por creerla superflua e inútil para la fe. Mientras Clemente de Alejandría juzgaba a la cultura griega como una propedéutica2 a la fe cristiana –valiosa, por consiguiente–, Tertuliano defendía posiciones fideístas radicales, “credo in absurdum quia absurdum” (creo en lo absurdo porque es absurdo). Para el fideísmo, el mérito de la fe consiste –precisamente– en asumir el riesgo que entraña confiar en algo que es inexplicable.
Desde el principio, la filosofía cristiana tuvo muy claro que su fin no es exponer la verdad, pues para eso ya está la Biblia, que es la Palabra de Dios revelada a los hombres, sino argumentar racionalmente los dogmas3 religiosos. La fe cristiana –según los filósofos que la defienden– está más allá de la razón natural, pero no es irracional.
Para la antropología cristiana el hombre fue creado por Dios a su imagen y semejanza, o sea, con las potencias suficientes y necesarias para alcanzar la verdad. Sin embargo, el pecado introdujo el error en el mundo. La razón natural –hasta que no fue corrompida por el pecado original– era capaz de evitar las pasiones y elevarse hasta el conocimiento de Dios y de la verdad. Tras el pecado, el entendimiento y la voluntad humanas necesitan la ayuda sobrenatural de Dios (la Gracia) y de la Revelación (el Logos de Dios) para juzgar y actuar correctamente.


1. Filosofía y religión. El problema de la fe y de la razón en la Edad Media: Agustín de Hipona, Tomás de Aquino y Guillermo de Ockham.




El Espíritu Santo le dicta al oído a Santo Tomás de Aquino cuanto ha de escribir.



El problema de la fe y de la razón en la Edad Media.
El problema de la relación entre la fe y la razón (de la gracia y la naturaleza) es una discusión radical, pues buena parte de los fundamentos de la filosofía cristiana chocaban con los postulados de la filosofía griega. Señalemos algunos puntos conflictivos entre el cristianismo y la cultura antigua grecorromana:
  • Frente al politeísmo y a la divinización del Emperador, el cristianismo cree en un solo Dios (monoteísmo) trascendente al mundo.
  • Frente a la eternidad del mundo, la idea de una creación en el tiempo y ex nihilo por un Dios bueno.
  • Frente a la idea de un destino inexorable, el convencimiento del libre albedrío y de la responsabilidad de todos los actos humanos en orden a la salvación o condenación eternas. Dios deja al hombre libre para que elija el Bien y no el mal.
  • Frente a unos dioses ajenos a los asuntos humanos, un Dios providente.
  • Frente a las tesis del eterno retorno, un concepto lineal del tiempo que entiende éste como una sucesión de acontecimientos irrepetibles dirigidos hacia una meta.
A pesar de todas estas discrepancias, la mayoría de los Padres de la Iglesia no dudan en utilizar la filosofía griega como instrumento racional para justificar la fe, aunque dejando a salvo la convicción de que solo existe una verdad, la de la fe. En el siglo VIII se formula una expresión que pasará en herencia a la Edad Media: la filosofía es la sierva de la teología.

Agustín de Hipona. (Tagaste, 354-Hipona, 430).
Una de las reflexiones más interesantes de toda la patrística es la que realiza San Agustín. Según él, el punto de partida de la filosofía debe de ser la fe y las Escrituras; sin embargo, la razón puede preceder a la fe y demostrar que es razonable creer. La razón y la fe no se oponen, sino que colaboran en la búsqueda y descubrimiento de la verdad. San Agustín está igualmente alejado de quienes confían en las únicas fuerzas de la razón para conocer la verdad, que de quienes –como Tertuliano– ponen a la fe por delante de cualquier argumento racional. A los racionalistas extremos les dice: Crede ut intelligas (cree para entender); y a los fideístas les manda: Intellige ut credas (razona para creer).

Tomás de Aquino. (1224 - 1274)
Ya en la Edad Media, uno de los teólogos cristianos más importantes de la historia, como es Tomás de Aquino, retoma esta preocupación por conciliar razón y fe, y elabora una síntesis entre ambas. Sus afirmaciones fundamentales son las siguientes:

- Existe una clara distinción entre razón y fe. La sola razón natural sólo puede conocer a partir de los datos de los sentidos; en cambio, la fe conoce a partir de la revelación divina. En consecuencia, una y otra son mutuamente independientes, pero no contradictorias entre sí. Las verdades racionales y las verdades de fe no pueden contradecirse porque ambas tiene el mismo origen en Dios.
- La razón puede ayudar a aclarar y defender la fe, y la fe sirve para evitar que la razón caiga en errores, así como para completarla. La razón colabora con la fe gracias a sus procedimientos de ordenación y de análisis de los hechos, mientras que la fe perfecciona a la razón en aquello que es incapaz de conocer. Existe, pues, una zona de confluencia: Hay algunas verdades que superan la capacidad de la razón humana y otras que ésta puede conocer por sí sola: Los preámbulos de la fe.

Gracias a la razón natural, el hombre puede conocer que hay seres más perfectos que otros, que todos proceden de causas precedentes, y que todo lo que no posee en sí mismo el origen de su existencia, se lo debe a otro. De esta forma, la razón natural –para Santo Tomás– puede lograr la certeza de que Dios existe, pues son las criaturas las que nos llevan a Él, como el efecto lleva a la causa. Pero la razón que nos informa de la existencia de un Dios creador, es incapaz de decir nada acerca de su esencia (la trinidad de personas –Padre, Hijo y Espíritu Santo– en una única naturaleza divina). Por todo ello, la razón únicamente con sus fuerzas no puede llegar a demostrar los misterios divinos como la creación del mundo, o los dogmas de fe como la Trinidad o la Encarnación.

La relación entre esencia y existencia en Santo Tomás de Aquino.
La distinción entre esencia y existencia no se establece en el plano físico, sino metafísico.
La esencia es la sustancia, aquello que define a un ser. La existencia es el acto de ser, se dice que algo existe cuando es actual, no cuando está en potencia. La esencia es lo que es (quod est), mientras que la existencia es el acto por el cual la esencia tiene ser (quo est). Y decimos que esta distinción se establece en el plano metafísico porque para Santo Tomás no son dos cosas separadas, la existencia se recibe o está limitada por la esencia.
Los seres finitos están compuestos de esencia y existencia; a un ser contingente la existencia le viene de fuera y forma junto con la esencia un ser compuesto; la existencia es la perfección de la esencia, pues sin ella ésta carecería de ser.
En Dios esencia y existencia se identifican, la esencia de Dios implica y exige su existencia.

Guillermo de Ockham. (s. XIII - XIV)
El golpe definitivo a la síntesis entre razón y fe de Tomás de Aquino la dio un franciscano, Guillermo de Ockham, para quien la omnipotencia divina y la libertad de Dios son incuestionables. Para Ockham, la voluntad de Dios escapa a cualquier principio lógico. Así pues, lo que es bueno y malo, no lo es por su propia naturaleza, sino por la voluntad divina. Dios no está encadenado a las leyes de la naturaleza, y si Dios quisiera que se le odiara, odiarle sería bueno. La razón –entonces– no es una vía practicable que lleve al conocimiento de Dios, sino sólo la fe.
La actitud de Guillermo de Ockham hace posible –cuando separa tajantemente la teología de la filosofía– el nacimiento de un espacio propio y específico para la investigación científica liberada ya de la tutela de la fe.
Asimismo, Ockham postula un criterio científico que tendrá mucha fortuna en el futuro, dicho criterio –conocido como “la navaja de Ochkam”– defiende que un raciocinio basado en premisas menos numerosas y más sencillas, es más verosímil. Cuanto menos se supone, mejor. Pluralitas non est ponenda sine necessitate.

La relación Iglesia-Estado en la Edad Media: del cesaropapismo a la teoría de las dos espadas.
Reforma de la Iglesia. A comienzos del siglo XIII, toda la Cristiandad pide una reforma de las costumbres de la Iglesia, cuyos sacerdotes, monjes, obispos y papas, actuaban más como príncipes políticos que como pastores de almas. La desorbitada riqueza de los monasterios, la lujuria de los monjes, las intrigas políticas alrededor del papado y el analfabetismo de la mayoría del clero hacían urgente una vuelta a los orígenes evangélicos de la Iglesia. En 1208, Santo Domingo de Guzmán instituye la Orden de Predicadores (dominicos), y dos años después San Francisco de Asís funda la de los Hermanos Menores (franciscanos). Dominicos y franciscanos serán conocidos como frailes (hermanos) mendicantes, pues en cada una de sus Reglas se les prohíbe a sus miembros tener cualquier tipo de propiedades, y se les prescribe la limosna y el trabajo como medios de subsistencia.
En 1231 se crea, asimismo, por el papa Gregorio IX el primer tribunal de la Inquisición, una institución encargada de velar por la pureza de la fe cristiana frente a las herejías, y que será más adelante –en el siglo XV– exportada a España a petición de los Reyes Católicos.
Separación entre el poder espiritual y el poder secular. Otro de los rasgos que caracteriza este periodo es el afán de los reyes y emperadores por librarse del poder y de la jurisdicción de los papas. Durante la Edad Media es costumbre que un rey inicie su mandato con su coronación a manos del papa o de sus representantes (los obispos). El poder del papa no era únicamente espiritual, sino también político, militar, económico… Un papa podía excomulgar (excluir de la Iglesia) a un rey si éste contravenía sus intereses, y dar ocasión así a los súbditos a rebelarse contra sus gobernantes.
Las relaciones entre la Iglesia y el poder civil siempre fueron tensas y problemáticas para reyes y papas desde el siglo IV, desde los tiempos de los emperadores Galerio y Constantino.
En el 311 el emperador Galerio promulgó en Nicomedia un Edicto de Tolerancia, por el que los cristianos dejaban de estar perseguidos en el imperio.
El Edicto de Milán de 313 –firmado por Constantino– estableció la libertad religiosa en el imperio romano, devolvía a los cristianos sus propiedades, sus lugares de reunión y de culto.
Finalmente, el emperador Teodosio el Grande publica el Edicto de Tesalónica en 380, por el que el cristianismo pasa a ser la nueva religión del imperio.
A la Iglesia, sin embargo, no le salió gratis esta oficialización del culto, porque los sacerdotes se convirtieron entonces en funcionarios estatales bajo la autoridad imperial. Nace en estos momentos el cesaropapismo, o la doctrina que defiende la injerencia del césar en los asuntos de la Iglesia (como el nombramiento de obispos, control estatal de las rentas diocesanas y de las actividades económicas de los monasterios…).
A partir del pontificado del papa Gelasio I (492 - 496) comienza la Iglesia a difundir la imagen agustiniana de las dos ciudades, la Ciudad de Dios y la Ciudad Terrena, para defender la tesis de que la realidad política carece de sustancia propia al no ser más que un reflejo de la ciudad divina. Por ello, también el poder de reyes y emperadores habrá de ser sólo imagen del único poder real, la Iglesia, que lo ha recibido de Dios. El monarca queda definido –desde esta perspectiva– no como soberano, sino como el brazo armado de la Iglesia y su primer servidor.4
Fundándose en estos principios, el papa Gregorio el Grande (540 - 604) elaborará la “concepción ministerial” del imperio y de las monarquías: El poder civil ha de estar sometido a los designios soberanos y sagrados de la Iglesia.
Y justo esta superioridad del poder eclesiástico sobre el de los reyes que la Iglesia defiende y practica en el Medioevo, es una de las cuestiones más desacreditadas en las filosofías de Tomás de Aquino y Guillermo de Ockham.

NOTAS:
1 La mal denominada Media, desde luego, pues el calificativo da a entender que se trata de un simple período de transición entre las Edades Antigua y Moderna, lo cual es falso, ya que el Medioevo tiene una entidad muy diferenciada y específica.
2 Preparación o iniciación a algo. El bachillerato, por ejemplo, es un estudio “propedéutico” para la universidad.
3 Un dogma es un artículo o certeza religiosa que no se obtiene ni se cree por la razón, sino por la fe. Los dogmas son revelados por Dios en las Sagradas Escrituras, o a través de la Iglesia.
4 El primer texto en el que queda claramente reflejada esta concepción es la carta que Gelasio I dirigió al emperador Atanasio I. Tras distinguir “los dos poderes con los que este mundo es soberanamente gobernado: La autoridad (auctoritas) sagrada de los pontifices y la potestad (potestas) de los reyes”, subraya: “Pero la responsabilidad (pondus) de los sacerdotes es de tal modo la mayor que deberán dar cuenta al Señor, en el Juicio Final, de los mismos reyes”. Los términos empleados por el papa están tomados del Derecho Romano: Auctoritas significa la fuente legitimadora del poder, mientras que la potestas es una fracción de aquélla, a la que remite como a su razón de ser.

* * *

III. FILOSOFÍA MODERNA.

Introducción.
Se denomina Edad Moderna al período comprendido entre el año 1453, fecha de la caída de Constantinopla en poder de los turcos (con lo que finaliza el Imperio Romano de Oriente), hasta finales del siglo XVIII con el triunfo de la Revolución Francesa. Otros historiadores, para el ámbito hispánico, prefieren situar el comienzo de la Modernidad en 1492, fecha de la caída del reino nazarí de Granada y del Descubrimiento de América.
Por lo que respecta al desarrollo de la filosofía de esta época, podemos señalar una serie de notas características:
  1. Progresiva secularización de la filosofía. Tanto la actividad filosófica como la científica habían sido durante la Edad Media dirigidas por la Iglesia (de ella dependían las universidades), pero a medida que avanza la Edad Moderna y la clase burguesa adquiere importancia, la ciencia y la filosofía evitan poco a poco la tutela religiosa.
  2. Desarrollo de las matemáticas y de las ciencias físicas.
  3. Surge la idea de progreso. Aparece una concepción positiva de la Historia. El hombre empieza a confiar en el porvenir y a ver el futuro como un continuo perfeccionamiento: Mejora de sus capacidades y realizaciones científicas, culturales, políticas y humanas.
  4. Reivindicación del pasado clásico. A mediados del siglo XIV se inicia por obra de los italianos Petrarca y Boccaccio una renovación de la tradición latina. Afanes que fueron ampliados, a partir de 1453, con el redescubrimiento en Occidente de los clásicos griegos gracias a los exiliados constantinopolitanos.
  5. La invención de la imprenta. La mayor difusión de los libros (y su abaratamiento) permite un incremento de la cultura, que empieza a extenderse entre las nuevas clases burguesas.
  6. El descubrimiento de nuevos mundos. El hallazgo de América y otras tierras hasta entonces desconocidas, cambió la imagen que se tenía de la Tierra y planteó nuevos problemas geográficos, pero también antropológico-teológicos.
  7. Nuevos métodos científicos. Gracias a la tajante separación que Guillermo de Ockham impuso entre Filosofía y Teología, a los filósofos les quedó un amplio espacio de estudio (la Naturaleza) al que podían dedicarse “a tiempo completo”, sin tener que gastar energías en buscar un apoyo bíblico para sus hipótesis. En el siglo XV tiene lugar un amplio despliegue de la “Filosofía natural”, fundada sobre la observación de los fenómenos. En este campo destacaron los estudios de Copérnico, y posteriormente de Kepler y Galileo.
  8. Ruptura de la unidad religiosa europea. Lutero en Alemania, Zuinglio y Calvino en Suiza y Enrique VIII en Inglaterra, rompieron con el papa y dividieron a la cristiandad en un mosaico de iglesias y credos enfrentados entre sí.
  9. Los Estados nacionales.

1. Racionalismo y empirismo: Características generales.
Se califica de racionalista aquella doctrina filosófica que no reconoce como fuente de conocimiento más que la razón, rechazando, por tanto, la revelación, la fe y los sentidos. En la historia de la filosofía el racionalismo tiene un significado más restringido y comienza en el siglo XVII con la figura del matemático Renato Descartes (1596-1650).
El racionalismo es aquella doctrina filosófica que defiende que el entendimiento posee facultades cognoscitivas que son capaces por sí mismas de reconocer la realidad, sin necesidad de ninguna otra facultad. El racionalismo extremo niega que los sentidos, la afectividad, los sentimientos y cualquier otro tipo de facultades distintas a la razón puedan suministrarnos conocimientos científicamente válidos. A esta corriente de pensamiento pertenecieron filósofos de los siglos XVII y XVIII, entre los que destacan el ya mencionado Descartes, Malebranche, Spinoza y Leibniz.
Las características comunes a todos ellos son las siguientes:
  1. Existe una única razón. El racionalismo filosófico afirma que la razón y la forma correcta de razonar son invariables y universalmente idénticas.
  2. Confianza en la capacidad cognoscitiva de la razón. Utilizando correctamente la razón, no puede existir verdad tan oculta ni realidad tan alejada a la que nuestro conocimiento –tarde o temprano– no pueda llegar (Descartes).
  3. Innatismo cognoscitivo. La razón encuentra dentro de sí misma los principios innatos que guían su conocer.
  4. Menosprecio de las experiencias históricas. El racionalismo tiende a minusvalorar las experiencias históricas y las costumbres del pasado en orden a acreditar conocimientos científicamente válidos. La tradición, a veces, no suministra una verdad segura y firme, sino un catálogo de hábitos petrificados, prejuicios, opiniones… Únicamente la razón cuando parte de sí misma es digna de tenerse en consideración.
  5. Ciencia inductiva. En virtud de la propia naturaleza de la mente, la razón es capaz de ir de una verdad a otra siguiendo el método adecuado: Comenzando por los principios más simples y sencillos, ascenderá luego a los más complejos y difíciles.
  6. Preferencia por el método matemático. Las matemáticas son –para los racionalistas– el ideal al que debe aspirar el método científico. Las matemáticas manifiestan de forman clara e indudable la verdad que tratan; por tanto, los racionalistas aspirarán a un método que –a semejanza de las matemáticas– aporte idéntica claridad e infalibilidad a los temas científicos de que se ocupe.
  7. Correspondencia entre el orden del pensamiento y el de la realidad. El racionalismo postula la conformidad entre nuestra manera de razonar y la realidad; es decir, cuando razonamos correctamente, las ideas que surgen en nuestra mente se corresponden perfectamente con la realidad extramental, con las cosa tal y como son en sí.
  8. Recurso a Dios. Dios es quien garantiza esta correspondencia entre el plano del pensamiento y el plano de la realidad. Él es el autor tanto de los objetos extramentales como de la misma razón, y ni su sabiduría ni su bondad permitirán que cuando razonemos bien, es decir, de acuerdo con las facultades y principios que Él mismo ha puesto en el entendimiento, nos equivoquemos. Para los racionalistas de los siglos XVII y XVIII, Dios es un dato primario de nuestro conocimiento, y viene a ser el Ser Supremo que garantiza la certeza de los conocimientos a que llegamos cuando razonamos correctamente.
El empirismo, por su parte, es una corriente filosófica cuyo desarrollo comienza en el siglo XVII, siendo sus principales representantes Hobbes (1588 - 1679), Locke (1632 -1704), Berkeley (1685 -1753) y Hume (1711 - 1776).
El empirismo supone una reacción contra los métodos deductivos tradicionales y contra el racionalismo.
Las tesis fundamentales del empirismo se pueden resumir así:

a) El origen del conocimiento es la experiencia.
La mente es como una “tabla rasa” y, por tanto, toda idea que se pueda encontrar en ella procede de la experiencia. Esta tesis implica la negación de las ideas innatas de los racionalistas. En la aceptación o no de las ideas innatas está, pues, la diferencia radical entre racionalismo y empirismo.
b) El conocimiento humano no es ilimitado.
La experiencia es también su límite. Esta segunda tesis marca también las diferencias con el racionalismo, para el que la razón –si sigue un método adecuado– podría llegar a conocerlo todo. Los empiristas niegan tal posibilidad: No podemos ir más allá de la experiencia. De este modo, el campo del filosofar se reduce notablemente, ya que sólo es posible conocer lo experimentable. Y también se reduce la certidumbre del conocimiento: Sobre muchas cuestiones sólo cabe un conocimiento probable. La consecuencia filosófica más grave de esta segunda tesis es la negación de la metafísica, entendiendo por “metafísica” el conocimiento de realidades no empíricas como Dios o el alma. Aristóteles y Tomás de Aquino, por ejemplo, también eran empiristas en el sentido de admitir que la experiencia es el origen de todo conocimiento (primera tesis del empirismo), pero asimismo pensaban que era posible ir más allá de la experiencia mediante procedimientos racionales. Ahora bien, si se afirma que la razón está encerrada en los límites de la experiencia, entonces la metafísica se convierte en imposible.
c) Fenomenismo: Todo conocimiento es conocimiento de ideas.
En esta tesis coinciden empiristas y racionalistas: Lo que directamente conoce la mente son sus ideas (no las cosas), y pensar se reduce a relacionar ideas entre sí. Por esta razón, los empiristas conceden gran importancia a los análisis de los mecanismos psicológicos que explican las asociaciones de ideas entre sí. El contenido y el alcance de cualquier idea deben ser explicados siempre a partir de las ideas más simples que la componen.

En conclusión, el empirismo propone –contra el racionalismo– un nuevo concepto de razón: Una razón dependiente y limitada a la experiencia. Razón que, sin embargo, es la única guía del ser humano y debe tener una finalidad práctica; considerando imposible la metafísica, los empiristas se dedican a cuestiones políticas, morales, religiosas, pedagógicas... Y, por primera vez, es una razón crítica que examina sus propios límites y posibilidades, cosa que los racionalistas –confiados dogmáticamente en el poder de la razón– no habían pensado que fuera necesario hacer.

Descartes: De la duda a las reglas del método.
Descartes se muestra absolutamente convencido de las capacidades de la razón; ahora bien, ¿cómo demostrarlo?, ¿de dónde partir? Descartes partió de la duda. Puesto que, a lo largo de su vida, ha admitido como verdaderas muchas opiniones falsas, de ahora en adelante va a dudar metódicamente de todo.
¿Pueden los sentidos engañarnos? Sí. Por consiguiente, no podemos fiarnos de ellos.
¿Podemos llegar a conclusiones erróneas por un mal uso de la razón? Sí. Por consiguiente, hay que poner a la misma razón en entredicho.
¿Podemos confundir los sueños con la realidad que experimentamos mientras estamos despiertos? Sí. Y más aún, ¿podemos sospechar que todo lo que nos pasa y cuanto vivimos, no son sino espejismos o ilusiones? Sí. Por consiguiente, debemos recelar de las cosas que nos rodean y que consideramos sólidas.
¿Podemos imaginar, por último, que existe un genio maligno que se divierte con nosotros haciéndonos creer que todo cuanto pensamos verdadero –incluso las matemáticas– no son tales, sino una broma o un engaño de dicho genio? Pues sí, y en consecuencia, una vez que admitimos la hipótesis del genio maligno, ¿qué podremos admitir como verdadero? Absolutamente nada.
¿Absolutamente nada? No. En medio de esta duda absoluta resplandece una verdad indudable, a saber: El sujeto que duda, que se equivoca, que sueña, que es engañado por el genio maligno, etc. es necesario que exista. Si yo dudo, existo; si me equivoco, existo; si me engaña el genio maligno, jamás podrá hacerme creer que yo no existo. De esta forma, si yo pienso, es que yo existo.
Cogito, ergo sum, pienso luego existo. Esta proposición manifiesta en sí misma, de manera inmediata, su realidad. Cuando el sujeto lleva a cabo cualquier actividad intelectual, dicha actividad pone en evidencia la existencia del sujeto pensante.
Descartes ya ha encontrado una primera verdad: “Pienso, luego existo”. ¿Y por qué resulta evidente? Porque la concebimos clara y distintamente. Es una idea clara porque el entendimiento la reconoce como verdad de un modo intuitivo y espontáneo; y es distinta porque el entendimiento no la confunde ni la mezcla con otras.
A partir de ahora, Descartes va a aplicar el mismo criterio de verdad que ha encontrado en el cogito, ergo sum al resto de la investigación. Y de esta forma, la búsqueda y el aprendizaje de la verdad van a seguir unas reglas metodológicas, siendo la primera de ellas –obviamente– la Regla de la evidencia (1), que consiste en “no admitir cosa alguna como verdadera como no supiera con evidencia que lo es; es decir, evitar cuidadosamente la precipitación y los prejuicios y no incluir en mis juicios nada más que lo que se presente tan clara y distintamente a mi espíritu, que no hubiese ninguna ocasión de ponerlo en duda”.
El segundo paso consiste en dividir el objeto de nuestro estudio en tantas partes simples como sea posible. Es la Regla del análisis (2): “Dividir cada una de las distintas dificultades que examinare, en cuantas partes fuera posible, y en cuantas requiriese su mejor solución”.
Las verdades simples del tipo “pienso, luego existo” son captadas intuitivamente por el entendimiento, pero a las verdades complejas se llega avanzando gradualmente, paso a paso, desde lo más sencillo a lo más complicado. Tal es lo que manda la Regla de la síntesis (3): “conducir ordenadamente los pensamientos, comenzando por los objetos más simples y más fáciles de conocer, para ir ascendiendo paulatinamente, gradualmente, hasta el conocimiento de los más complejos e, incluso suponiendo un orden entre los que no se preceden naturalmente”. Deducir desde las ideas simples, mediante relaciones lógicas entre ellas, ideas más complejas. (Reconstruir el problema de lo más simple a lo más complejo). El último paso que resta dar es hacer un repaso de lo que se ha hecho, para corregir posibles errores o saltos indebidos. Y eso es lo que dice la Regla de la enumeración (4): “Hacer en todos los casos unos recuentos tan integrales y unas revisiones tan generales, que llegues a estar seguro de no omitir nada”.
Con este método –estrictamente racional– Descartes está convencido de que no habrá ninguna verdad que no sea descubierta, tarde o temprano, por la ciencia. Reconoce, eso sí, que tal vez el avance sea lento, pero al menos, los resultados serán firmes y evidentes, claros y distintos.

El empirismo científico de John Locke y moral de David Hume.
El empirismo supuso en los siglos XVII y XVIII una reacción contra el racionalismo cartesiano; el empirismo niega que existan ideas innatas y cualquier tipo de contenidos cognoscitivos apriorísticos, pues todos nuestros conocimientos provienen de la experiencia. El criterio supremo de verdad viene constituido –para el empirismo– por la propia experiencia sensible, y toda pretensión de ir más allá de ésta es problemática.
Mientras que para el racionalismo cartesiano las capacidades humanas para conocer la realidad son prácticamente ilimitadas (“no puede existir verdad tan oculta ni realidad tan alejada a las que nuestro conocimiento, tarde o temprano, no pueda llegar”), para los pensadores empiristas de lo único que ha de ocuparse la filosofía es de estudiar el alcance, el valor y los límites del conocimiento. Una vez que hayamos analizado el alcance, valor y límites de nuestros saberes, descubriremos que no podemos estar seguros de nada.
Los empiristas afirman que la experiencia es el cauce legítimo de adquisición de conocimientos ciertos, y que de la realidad de lo que las cosas son, lo único que llegamos a saber son sus apariciones (sus fenómenos). Lo que las cosas sean en sí mismas está absolutamente fuera del alcance del investigador, que ha de resignarse a tratar con fenómenos de un hecho, y a partir de ellos establecer regularidades estadísticas. Para los empiristas las leyes científicas no expresan una verdad de valor universal y absoluto, sino una probabilidad (altísima, pero probablidad al fin y al cabo).
Dice J. Locke:

“…la mente es, como nosotros decimos, un papel en blanco, vacío de caracteres, sin ideas. ¿Cómo se llena? ¿De dónde procede el vasto acopio que la ilimitada y activa imaginación del ser humano ha grabado en ella con una variedad casi infinita? A esto respondo yo con una sola palabra: La experiencia. En ella está basada todo nuestro conocimiento y de ella se deriva en último término”.

¿Y qué entiende Locke por ideas? Por ideas entiende todo lo que ocurre en nuestra mente cuando pensamos; los objetos de nuestro pensamiento son las ideas.
¿Y de dónde proceden? De la experiencia sensible.
¿Cuántas distinguió Locke? Dos. Ideas simples e ideas complejas.

Las ideas simples provienen de la sensación, y son ideas que indican cualidades sensibles (color, olor, solidez, figura, movimiento…); las ideas complejas se originan en la reflexión de la mente sobre sí misma y, sobre las ideas simples que ya contiene, es capaz de elaborar otras (por ejemplo, la idea de belleza consiste en una cierta composición de colores y figuras [ideas simples] que causan placer en quien la contempla).
El auténtico conocimiento cierto e indudable queda encerrado en el ámbito de nuestras ideas, y al depender éstas del conocimiento sensible, las ciencias físicas y naturales quedan enormemente debilitadas en sus pretensiones de certezas universales y categóricas.
Todo queda reducido, en definitiva, a la experiencia que el individuo tiene de las cosas que le rodea.
Pero establecer el alcance, el valor y los límites del conocimiento humano no sólo sirve para avanzar en la ciencia, sino para poner fuera de juego todo dogmatismo y expulsar al fanatismo de la política y de la religión.
David Hume –en ciencia– defiende el fenomenismo (únicamente conocemos fenómenos); esta posición le lleva al escepticismo (¿de qué puedo estar seguro?, pues de nada más que de mis impresiones e ideas); y por último desemboca en un relativismo que niega la existencia de una verdad absoluta y común (cada cual, encerrado en su subjetivismo, posee su verdad individual y distinta).
El mismo escepticismo que nos limita las pretensiones científicas, también exige –según Hume– que nos comportemos modesta y prudentemente en los asuntos morales, políticos y religiosos.

Según Hume, la moral se halla fundamentada en el sentimiento. El bien y el mal no podemos juzgarlos a partir de los actos, sino de nuestros sentimientos. El puro análisis racional nos deja siempre indiferentes: No nos induce a preferir una acción en lugar de otra, es incapaz de impulsar a la acción. Es necesario el sentimiento para movilizar a la acción. La moralidad se determina mediante el sentimiento.
Y define la virtud como “cualquier acción o cualidad mental que le produce a un espectador el sentimiento agradable de aprobación; y vicio, lo contrario”.
La moral del sentimiento (o emotivismo moral) dice que el juicio que hacemos sobre la maldad o la bondad de una acción es independiente de toda religión fundamentada en premios o castigos; el juicio moral está vinculado a un sentido o sentimiento natural de justicia y de responsabilidad, que nos lleva a distinguir sobre lo que es bueno, o es malo; justo, o injusto; dicho sentido es –por su propia naturaleza– bueno.
Ahora bien, esto no convierte a la ética de Hume en un relativismo individualista en el sentido de que cada uno consideraría bueno o malo aquello que arbitrariamente le agrada o gusta en cada momento, sin que haya posibilidad de un acuerdo con los demás seres humanos. El sentimiento del que habla Hume es un sentimiento universal y natural, común a toda la humanidad, “que recomienda el mismo objeto a la aprobación general y hace que cada hombre o la mayor parte de los hombres coincidan en la misma opinión o decisión relativa a ella”.
También de manera natural encontramos que los sentimientos que primariamente mueven a los seres humanos son el egoísmo y la búsqueda del propio interés y utilidad. Estos sentimientos –sin embargo– son neutralizados por el altruismo (también natural) que nos mueve a alegrarnos del bien propio y también del ajeno. El centro de la moral, para Hume, lo constituye un sentimiento de alegría y satisfacción por el bien propio y el ajeno, y un sentimiento de conmiseración (de lástima) por nuestras desgracias y por las de los demás.
A este respecto, conocimiento y juicio moral no coinciden para Hume.
Alguien puede conocer todas las circunstancias y elementos que concurren en una acción, y calificarlo a continuación siguiendo un criterio emotivo, ya que es justamente la emotividad la que descubre el verdadero valor moral de dicha acción.

2. El contractualismo: Hobbes, Locke y Rousseau.
Antes de entrar en el estudio de las teorías contractualistas debemos subrayar que el contrato del que hablan no es un acontecimiento histórico; las distintas teorías que vamos a ver analizan más bien –apoyándose en esta “ficción” del contrato– las condiciones que deben de darse para instituir un orden político racional. Ni Hobbes, ni Locke, ni Rousseau, pretendieron hacer historia política, sino prescribir un ideal político que ellos veían como un instrumento de liberación humana.
El núcleo de la teoría del contrato social lo constituye la idea de que el gobierno legítimo es el producto artificial de un acuerdo voluntario entre agentes libres, y de que la autoridad política “natural” no existe. Las teorías del contrato social van a sentar las bases de la idea de poder legítimo, tomado aquí en el sentido de correcto o justo. En este sentido, no cualquier poder político es legítimo, sino sólo aquel que es producto de un acuerdo voluntario entre agentes morales libres. Y todo esto lo posibilita el dato primario y elemental de que la autoridad política natural no existe. La autentica realidad “natural” la componen individuos concretos que, de acuerdo con sus intereses y objetivos, “construyen” la sociedad civil y la sociedad política. Sobre la voluntad humana, libre y responsable, se sustenta todo el edificio social y político.
La idea clave de todas las teorías contractualistas clásicas es la de consentimiento. Así pues, el poder político que se ha consentido, por un lado se reviste de autoridad, y por otro crea un vínculo especial con los ciudadanos, de donde se derivan las razones a favor de la obligación de obedecer sus mandatos.
Las teorías contractualistas –por otra parte– no pueden comprenderse independientemente de la filosofía individualista, ya que el consentimiento, el pacto, el acuerdo, emanan de decisiones individuales. Decisiones, además, libremente tomadas, por y para individuos. El criterio último no es la justificación de cualquier tipo de sociedad o de Estado, sino de un tipo y Estado que se rijan por un criterio legitimador de tipo individualista, puesto que el individuo, su dignidad y sus derechos, representan el máximo valor. Las teorías contractualistas representan el triunfo del individualismo en la filosofía social y política moderna. El contrato es una construcción racionalista que permite la coexistencia de los intereses del individuo, la sociedad y el Estado.
Es imprescindible no pasar por alto que este punto de vista –la idea de que sociedad y Estado son artificios humanos–, se enfrenta a la tradición clásica grecorromana (sobre todo aristotélica) y medieval, que ve a la sociedad como el resultado de un instinto natural de sociabilidad, y al poder político y su autoridad también como algo arraigado en la naturaleza humana.

Teorías contractualistas de la modernidad: Hobbes.

El hombre en el estado de naturaleza.

“Así pues, encontramos tres causas principales de riñas en la naturaleza del hombre. Primero, competición; segundo, inseguridad; tercero, gloria. El primer motivo hace que los hombres invadan por ganancia; el segundo, por seguridad; y el tercero, por reputación. Los primeros usan de la violencia para hacerse dueños de las personas, esposas, hijos y ganado de otros hombres; los segundos para defenderlos; los terceros, por pequeñeces, como una palabra, una sonrisa, una opinión distinta, y cualquier otro signo de subvaloración, ya sea directamente de su persona, o de su prole, sus amigos, su nación, su profesión o su nombre. […] Es por ello manifiesto que durante el tiempo en que los hombres viven sin un poder común que les obligue a todos al respeto, están en aquella condición que se llama guerra; y una guerra como de todo hombre contra todo hombre. […] Lo que puede en consecuencia atribuirse al tiempo de guerra, en el que todo hombre es enemigo de todo hombre, puede igualmente atribuirse al tiempo en el que los hombres también viven sin otra seguridad que las que les suministra su propia fuerza y su propia inventiva. En tal condición no hay lugar para la industria, porque el fruto de la misma es inseguro. Y, por consiguiente, tampoco [habrá] cultivo de la tierra; ni navegación, ni uso de los bienes que pueden ser importados por mar, ni construcción confortable; ni instrumentos para mover y remover los objetos que necesitan mucha fuerza; ni conocimiento de la faz de la tierra; ni cómputo del tiempo; ni artes; ni letras; ni sociedad; sino, lo que es peor que todo, miedo continuo y peligro de muerte violenta; y para el hombre una vida solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta.”1

El hombre en el Estado. La sociedad política.

Obviamente, esta situación de guerra de todos contra todos es insostenible, socialmente inadmisible.
¿Y cómo salir de ella, cómo hacer sociable al hombre natural? Hobbes responde: Aprovechando la fuerza de dos pasiones o impulsos contrapuestos que actúan en la voluntad de los hombres; por una parte, el deseo egoísta de todas las cosas que son necesarias para una vida confortable (en el estado de naturaleza todos tienen derecho a todo); y por otro lado, el universal miedo a la muerte que sienten todos los hombres, que les lleva con frecuencia a refrenar sus pasiones.
La libertad total es la característica de un invivible estado de naturaleza. El contrato nos permite otra forma de vida que, además de necesaria, es más justa; el contrato impone una limitación libre y recíproca de la libertad, aunque para Hobbes solamente tiene sentido la pérdida de la libertad natural si dicha pérdida es sustituida por algo mucho mejor.
Según la opinión de Hobbes, la sociedad humana surge como fruto –en primer lugar– de la renuncia de todos los individuos a su libertad, y –en segundo lugar– gracias a que la razón le dicta al hombre ciertas leyes de la naturaleza que le inclinan a la paz2.
Una vez que las cesiones que imponen las leyes de la naturaleza han sido admitidas por todos, solo queda para constituir el Estado “conferir todo el poder a un hombre o a una asamblea de hombres que pueda reducir todas las voluntades a una sola voluntad” mediante el establecimiento de un contrato. Mediante un contrato se dota a un jefe o gobernante de todo el poder con el fin de que presida el Estado. A juicio de Hobbes, el gobernante debe poseer un poder absoluto, que abarque tanto los asuntos políticos como los religiosos y los morales. Se trata de la defensa más radical del Estado absolutista, que no se deduce del derecho divino de los reyes (como en el pasado), sino del pacto social. El soberano que resulta de dicho pacto es inviolable, porque hay que tener en cuenta que el contrato social no se realiza entre el pueblo con el gobernante, sino únicamente entre los súbditos y, por tanto, el soberano no puede romper el pacto en ningún caso ya que no interviene en él, sino que es resultado del mismo.

Teorías contractualistas de la modernidad: Locke.

El hombre en el estado de naturaleza.

“Pero aunque los hombres, al entrar en sociedad, renuncian a la igualdad, a la libertad y al poder ejecutivo que tenía en el estado de naturaleza, poniendo todo esto en manos de la sociedad misma para que el poder legislativo disponga de ello según lo requiera el bien de la sociedad, esa renuncia es hecha por cada uno con la exclusiva intención de preservarse a sí mismo y de preservar su libertad y su propiedad de una manera mejor, ya que no puede suponerse que criatura racional alguna cambie su situación con el deseo de ir a peor. Y por eso, el poder de la sociedad o legislatura constituida por ellos, no puede suponerse que vaya más allá de lo que pide el bien común, sino que ha de obligarse a asegurar la propiedad de cada uno, protegiéndolos a todos contra aquellas tres deficiencias que mencionábamos más arriba3 y que hacían del estado de naturaleza una situación insegura y difícil. Y, así, quienquiera que ostente el poder legislativo supremo en un Estado está obligado a gobernar según lo que dicten las leyes establecidas, promulgadas y conocidas del pueblo y no mediante decisiones imprevisibles”4.
En el estado de naturaleza, los hombres son libres, independientes e iguales entre sí. En el estado natural, los hombres tienen una serie de derechos: A la vida, a la libertad, a castigar las ofensas, y a la propiedad privada de los bienes conseguidos con su trabajo. El hombre natural tiene el derecho a disfrutar y a disponer de la propiedad privada de cuanto pueda conseguir trabajando, una situación que sería perfecta si todos los hombres se comportaran de modo racional y equitativo.

El hombre en el Estado. La sociedad política.

En el estado natural resulta difícil garantizar el respeto a los derechos naturales y, de esta forma, es necesaria una ley objetiva y una organización política que asegure el derecho natural mediante una justicia imparcial y un sistema punitivo eficaz.
El fin principal que mueve a los hombres a someterse a un gobierno es la conservación de su propiedad individual, entendiendo por ésta la mutua preservación de sus vidas, libertades y propiedades.
Vista la conveniencia de someterse a un poder común, los hombres consiente libremente en otorgar sus poderes legislativos y ejecutivos (que les pertenecían de modo absoluto en el estado de naturaleza) a la sociedad política, a la que se autoriza a elaborar las leyes que exija el bien común y a fijar las sanciones que ha de acarrear su incumplimiento.
El contrato supone ceder los derechos de dictar leyes y castigar a los infractores, pero el pueblo no se desprende total e incondicionalmente de su poder, ya que sus derechos naturales son inalienables, y si el gobierno no respeta esos derechos cabe ofrecerle resistencia.
En consecuencia, el poder del Estado no es ilimitado, ni absoluto, y los gobiernos deben actuar como mandatarios del pueblo, de quien proviene el poder y ante el que deben responder. Locke considera imprescindible la división de poderes –para evitar, precisamente, el absolutismo estatal–, y así distingue entre:

– El poder legislativo (que incluye el judicial y está a cargo del Parlamento); es elegido y renovado temporalmente por el voto popular. Es el poder supremo del Estado.
– El poder ejecutivo (el rey); aplica y hace cumplir las leyes.
– El poder federativo; es el encargado de declarar la guerra y firmar la paz, de concertar alianzas y tratados con todas las personas y comunidades externas a la sociedad política.

Teorías contractualistas de la modernidad: Rousseau.

El hombre en el estado de naturaleza.

“El hombre nació libre, y en todas partes se le encuentra encadenado. Hay quien se cree amo de los demás, cuando en verdad no deja de ser tan esclavo como ellos. ¿Cómo ha podido acontecer este cambio? Lo ignoro. ¿Qué puede legitimarlo? Voy a intentar resolver esta cuestión.
Si no considerara más que la fuerza y el efecto que de ella se deriva, diría: Mientras un pueblo se ve obligado a obedecer y obedece, hace bien; pero tan pronto como puede sacudirse el yugo, y se lo sacude, hace todavía mejor; pues recobrando su libertad con el mismo derecho que se la arrebata, o está justificado el recobrarla o no lo estaba el habérsela quitado. Pero el orden social es un derecho sacrosanto que sirve de base a todos los demás. Este derecho no proviene, sin embargo, de la naturaleza; se funda en convenciones […].
El primero que, habiendo cercado un terreno, se le ocurrió decir: Esto es mío, y encontró gente lo bastante idiota para creerlo, ése fue el verdadero fundador de la sociedad civil. ¡Cuántos crímenes, guerras, asesinatos, cuántas miserias y horrores no habría evitado al género humano aquel que, arrancando las estacas o allanando el cerco, hubiese gritado a sus semejantes: Guardaos de escuchar a este impostor; estáis perdidos si olvidáis que los frutos son de todos y la tierra no es de nadie!”.5

El hombre primitivo vivía en aislamiento: No poseía una sociabilidad natural (contra Aristóteles y Santo Tomás), ni vivían en guerra con los otros (contra Hobbes). Se trata del “buen salvaje”, inocente, de bondad innata y ausencia de moral, en total igualdad con los demás hombres. Esta “condición natural es un estado que ya no existe, que quizá nunca ha existido”, pero Rousseau la toma como ideal, como utopía para diseñar una nueva sociedad.

El hombre en el Estado. La sociedad política.

El paso al estado de sociedad hace al hombre menos feliz, menos libre y menos bueno. Cuando surge la sociedad, con ella se pierde la libertad y aparecen las desigualdades en el momento en que se establece el derecho de propiedad.
¿Es posible, entonces, formar un Estado sin sacrificar la libertad y la igualdad? ¿Cómo ser ciudadanos sin dejar de ser libres e inocentes? Es necesario encontrar una forma de asociación en la que cada uno obedezca sólo a sí mismo.
El primer paso es transformar al individuo mediante la educación, rescatar su bondad innata; una educación en la que los principios de la Naturaleza tengan más peso que los de la cultura.
El segundo paso –por su parte– tratará de garantizar la libertad natural mediante un acuerdo por el que cada individuo se entrega a una voluntad general6, que es la voluntad constante de todos los miembros del Estado, y así es como el pueblo soberano establece el poder del Estado para garantizarse a sí mismo la libertad. Obviamente, el fin de la institución de esta voluntad general es el bien común.
“Hay mucha diferencia –dice Rousseau– entre la voluntad de todos y la voluntad general: Ésta solo mira al interés común; la otra mira al interés privado, y no es más que una suma de voluntades particulares.”
Todo acto de soberanía en el Estado se identifica justamente con todo acto auténtico de la voluntad general, la cual obliga o favorece por igual a todos los ciudadanos.


NOTAS.
1 cap. XIII, de la obra Leviatán.
2 La primera ley de la naturaleza impone “buscar la paz y seguirla”; la segunda, renunciar al derecho natural y a la libertad, en la medida en que los otros hombres estén dispuestos también a ello; la tercera obliga a respetar los pactos establecidos.
3 En el estado de naturaleza falta una ley establecida, fija y conocida, a la que someterse para decidir las controversias de los hombres; falta un juez público e imparcial; falta un poder que respalde y dé fuerza a la sentencia, a fin de que se ejecute debidamente.
4 cap. 9, de la obra Segundo Tratado sobre el gobierno civil.
5 Fragmento de El contrato social.
6 “Para que una voluntad sea general, no es siempre necesario que sea unánime, sino que se cuenten todos los votos; cualquier exclusión formal quita la generalidad.” El contrato social, Rousseau. La voluntad general es el acuerdo de todos, refleja lo que –en el fondo– todos y cada uno busca.

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3. La Ilustración: líneas generales.

Introducción.
Ojalá nuestros nietos –al hacerse más instruidos– se hagan al mismo tiempo más virtuosos y más felices, y que nosotros no muramos sin habernos hecho dignos del género humano.
Diderot, Enciclopedia, t. V.

El término “Ilustración” designa una época conocida como la de las revoluciones liberal-burguesa, desde la inglesa de 1688 a la francesa de 1789. Inicialmente surge en Inglaterra en el marco de la teoría empirista del conocimiento, posteriormente pasa a Francia y luego a Alemania. En Inglaterra se llamará Enlightenment, en Francia Siècle des Lumières, y en Alemania Aufklärung.
Atendiendo a las peculiaridades que cada país imprime al siglo XVIII, cabe decir que la Ilustración inglesa se orienta más a las ciencia de la naturaleza y a cuestiones de crítica religiosa, todo ello en un contexto de libertad política y tolerancia. En Francia, por su parte, la Ilustración se centra sobre todo en cuestiones de orden moral, filosofía del Derecho y filosofía de la Historia. En Alemania, finalmente, los ilustrados se caracterizan por el análisis de la razón, con el objetivo de hallar en ella un sistema de principios que rija con fundamento y desde sí mismo el conocimiento de la naturaleza, así como de la acción moral y política.
Por razones de tiempo –de falta de tiempo– vamos a ocuparnos de la Ilustración europea en líneas generales, deteniéndonos algo más en la Ilustración francesa, y dejando la caracterización de la alemana para cuando estudiemos el pensamiento de Kant.
El contexto sociopolítico europeo durante el siglo XVIII es el siguiente: La forma más común del Estado es la monarquía absoluta que será derrocada en Francia por la Revolución Francesa a finales del siglo. Un caso excepcional es la monarquía parlamentaria británica. Y en centroeuropa surge el despotismo ilustrado, una forma política idealizada por Kant en Hacia la paz perpetua. Será el modo de gobierno en Prusia (Federico II el Grande, 1700 - 1786), Austria (José II, 1765 – 1790) y Rusia (Catalina II la Grande, 1762 - 1796). Se trata de países con una economía atrasada y una sociedad casi feudal: El “déspota ilustrado” se ve obligado a hacer todo lo posible por modernizar el país. Además, los “déspotas” se sirven de las ideas de la Ilustración –todos ellos son mecenas de filósofos– y justifican su poder no sólo por su origen divino, sino por el deseo de promover la felicidad del pueblo. Su lema es “Todo para el pueblo pero sin el pueblo”.
En el Siglo de las Luces se tiene conciencia de que empieza algo nuevo, de que la razón y la ciencia iluminan por fin al ser humano, de que las tinieblas del pasado ya han pasado. El personaje principal de la filosofía dieciochesca es el ilustrado, el librepensador. Su pensamiento consiste en una crítica universal, en un ataque frontal a cualquier forma de dogma religioso, superstición, fanatismo u opresión intelectual, social o política.. Creen en el progreso de la humanidad gracias al desarrollo de la razón.. Ejercen una labor de “publicistas” divulgando a través de Enciclopedias y Diccionarios los avances científicos y filosóficos. Hay que citar como ejemplo la Enciclopedia francesa obra de Diderot, D’Alambert, Rousseau, Voltaire y otros. El “filósofo” ya no es un pensador ni un maestro solitario, es un hombre de mundo que participa activamente en la sociedad en que vive.
Quede claro y ya desde el principio que para todos los ilustrados, sean de la nacionalidad que sean, ilustrar significa no sólo iluminar las inteligencias y mejorar al individuo, sino también transformar la sociedad mediante un ordenamiento legal inspirado en la razón y en la libertad.

Características principales de la Ilustración:

  1. Centralidad del hombre. Todo el pensamiento del Siglo de las Luces gira en torno a la condición humana, y a juzgarla desde unos presupuestos más satisfactorios y, a la vez, humildes.
  2. Razón. Todo se reduce a la razón y a la experiencia sensible, y lo que la razón no admite no puede ser creído. La razón es una facultad humana que se desarrolla con la experiencia [en contra de lo que Descartes defiende, esto es, que la razón y sus contenidos son innatos]. La razón ilustrada, más que un principio, es una fuerza transformadora de lo real. La Ilustración crea un nuevo modelo de racionalidad, en claro contraste con la racionalidad cartesiana: El cartesianismo había propuesto como modelo de racionalidad la razón matemático- geométrica. La Ilustración rechaza este modelo y propone otro: La razón empírica.
  3. Crítica de la tradición. La Ilustración considera la Historia y el estudio del pasado desde un punto de vista crítico; los ilustrados abogan por depurar el pasado de todo lo que es oscuro y poco racional. A los historiadores –por ejemplo– se les exige que documenten con rigor los hechos que estudian, y acudan a la investigación y a experimentaciones empíricas para acreditar sus afirmaciones. La filosofía ilustrada considera el acontecer histórico como algo más profundo que una crónica de reyes, papas y emperadores con sus batallas y genealogías, se trata de poner en evidencia la lógica oculta de los acontecimientos históricos.
  4. Pragmatismo. Sólo lo útil merece la pena. La idea de filosofía que defienden los ilustrados es que ésta ha de ponerse al servicio del domino efectivo de la naturaleza y de la reorganización social.
  5. La idea de progreso. Los ilustrados piensan en un perfeccionamiento indefinido del conocimiento de la naturaleza, así como en el progresivo y constante sometimiento de ésta al hombre. En términos científicos y también morales, las sociedades del porvenir y los hombre del mañana serán más felices y virtuosas, libres de prejuicios, fanatismos y supersticiones; más fraternas e igualitarias.
  6. La educación. Ilustración y educación forman un par indisoluble. La educación ha de mejorar intelectual y moralmente al ser humano mediante una enseñanza racional y práctica que lo emancipe y lo convierta en un buen ciudadano. Cualquier proyecto de cambio social resulta inviable para los ilustrados al margen de la educación; sólo mediante la conexión de una organización política racional con el proceso educativo es posible esperar un futuro mejor para la humanidad.1 Rousseau, por ejemplo, critica la educación libresca y artificial de su tiempo y, en cambio, insiste mucho más en que el alumno aprenda por sí mismo, en contacto directo con las cosas. “La obra maestra de una buena educación –dice Rousseau– es formar a un hombre racional”. Al educar para la razón se educa para la sociedad, para una nueva sociedad.
  7. La religión natural y el deísmo. Frente al caos religioso, donde se mezclan el fanatismo y la superstición, los ilustrados se esfuerzan por identificar un núcleo racional natural por debajo de todo ello, y que, en definitiva, vendría a ser la religión natural o deísmo2. Las distintas religiones históricas y positivas (judaísmo, cristianismo, islam, confucianismo, etc.) no habrían hecho más que deformar ese fondo natural con mil aditamentos inútiles que no han servido más que para hundir a la humanidad en constantes disputas. El problema de la “teodicea”: La razón se rebela contra la idea de que un ser omnipotente y bueno haya creado un mundo donde el mal tiene una presencia tan grande. La razón, sin embargo, se siente incapaz de ofrecer una respuesta satisfactoria a los misterios de la Revelación. Voltaire sobresale, entre todos los ilustrados, en la defensa de las tesis generales del deísmo: El Ser Supremo existe y es autor del mundo; no es posible determinar la naturaleza y los atributos de Dios; una vez creado el mundo, Dios no interviene más, no hay por tanto Providencia; el mal se explica desde el hombre, siendo responsabilidad de éste anularlo.
  8. Política. Los ilustrados reflexionan mucho sobre el poder y su legitimidad; combaten el absolutismo del Antiguo Régimen y su supuesto origen divino. Hasta 1789, fecha que marca el ocaso del Antiguo Régimen, se tiene la convicción de que la autoridad real es sagrada, paternal y absoluta, aunque el soberano ha de ejercer el poder no despóticamente sino de acuerdo con la razón y el bienestar común. La Iglesia, por su parte, ejerce de instancia legitimadora de este tipo de organización política. Montesquieu y Rousseau son los ilustrados cuyo pensamiento político resulta más sobresaliente y original. Montesquieu entiende que el principal problema político es el del control del poder, y así su filosofía se encamina a establecer un sistema en el que los distintos poderes se equilibren entre sí y eviten desplazarse hacia posiciones totalitarias. Si los tres poderes del Estado, legislativo, ejecutivo y judicial, se hallaran en las mismas manos, no cabría hablar de libertad. La teoría política de Rousseau se contiene en su obra Del contrato social, un texto fundamental del pensamiento político del Siglo de las Luces [consultar apuntes sobre el contractualismo].
NOTAS.
1 En este punto cabe decir que muchos ilustrados extreman tanto la importancia de la educación que caen en el “idealismo educativo”, una tendencia que sobrevalora los poderes de la educación, sin atender quizá lo suficiente a los datos biológicos y sociales que señalan unos límites a la labor educacional.

2 Creencia en un Ser Supremo, hacedor del mundo, del que, sin embargo, carecemos de evidencias racionales acerca de su naturaleza y de su relación con su obra.
* * *
4. Kant: ciencia y metafísica en Kant. La ética formal kantiana.



1. Circunstancias históricas y socio-políticas.
A desarrollar por el alumno.
2. Ciencia y metafísica. Revolución copernicana kantiana: Los juicios sintéticos a priori.
El pensamiento de Immanuel Kant (1724 - 1804) viene a plantarse en medio del Racionalismo cartesiano y del Empirismo de pensadores anglosajones como David Hume. La pregunta de la que parte Kant, y a la que desea responder es: ¿Qué puedo conocer? Para los racionalistas la existencia de ideas innatas, es decir, de ideas cuyo origen está en el mismo entendimiento, independientemente de cualquier experiencia, es el punto central de su teoría del conocimiento.
Para Descartes son ideas innatas los primeros principios del entendimiento, como el de identidad o el de contradicción, los conceptos matemáticos y algunas ideas metafísicas como la idea de causa y la de sustancia, también la idea de infinito y la de Dios. La razón es la facultad que nos informa de todas estas ideas innatas.
Para Hume, por su parte, las ideas son el resultado de una operación de la mente sobre los datos previamente obtenidos a través de las impresiones. De los cuerpos sólo percibimos sus cualidades sensibles, y la costumbre es la que nos hace creer que la regularidad con la que se presentan estas cualidades responde a algo más profundo. Esto es, sin embargo, una ilusión. La razón hace generalizaciones ilegítimas y, por eso, tiene que estar su uso restringido por los sentidos.
Kant se instala en medio de estas dos corrientes, y pretende averiguar qué valor conservan la razón y la experiencia en orden al conocimiento. El problema fundamental de la filosofía, según Kant, es investigar si razón y experiencia nos sirven o no nos sirven para ampliar nuestro conocimiento científico (universal y necesario).
Hay que criticar, entonces, razón y experiencia para establecer sus límites. Y criticar no es más que examinar y juzgar una cosa para conocerla.
La Ciencia se compone y avanza por juicios. Un juicio es una proposición en la que algo (el predicado) se afirma de algo (el sujeto). Ahora bien, no todos los juicios son iguales ni todos poseen el mismo origen: “El agua hierve a 100º C” y “El todo es mayor que la parte” son dos juicios que, dependiendo de su relación con la experiencia, pueden clasificarse en juicio a posteriori y juicio a priori. En el primer caso necesitamos hacer un experimento, mientras que en el segundo juicio no nos hace falta la experiencia para asentir universal y necesariamente.
Otra clasificación de los juicios es atender a la relación entre el sujeto y el predicado. Aquellos juicios en que el predicado está contenido en el sujeto son juicios analíticos, por ejemplo: “Un triángulo tiene tres lados”. El predicado “tiene tres lados” está implícito en la definición de “triángulo”. Esta afirmación es, pues, analítica, y es también universal y necesaria (científica, pues), pero no añade absolutamente nada al conocimiento del que partíamos.
Los juicios sintéticos, por su parte, son aquellos en los que el predicado no está supuesto en el sujeto (p. ej. “el agua hierve a 100º C”). Estos son los juicios que amplían nuestro conocimiento pero todos ellos son juicios de experiencia (a posteriori). Al considerar el sujeto “agua”, nada sino la experiencia (a posteriori) nos asegura que bulle a cien grados. En el caso anterior, en el del triángulo, no necesitamos ver representado ningún triángulo para admitir que, en efecto, tiene tres lados.
El problema que plantean los juicios sintéticos a posteriori a la Ciencia es que las afirmaciones que hacen no son universales y necesarias, sino particulares y contingentes (no necesarias). ¿Estamos completamente seguros de que el agua siempre hirvió a 100º y de que en el futuro seguirá hirviendo siempre a la misma temperatura?
Como para Kant los juicios científicos han de tener absoluta validez (no pueden estar sometidos a experiencias particulares), y deben también ir más allá de los juicios analíticos (obvios y evidentes en sí mismos, pero de escaso vuelo científico), en consecuencia, los juicios científicos tienen que ser juicios sintéticos a priori, como por ejemplo, “la línea recta es la más corta entre dos puntos”. No es un juicio analítico, ya que el predicado “entre dos puntos” no está contenido en el sujeto “línea recta”; es, por tanto, sintético. No es a posteriori, es a priori, porque la experiencia no nos hace falta para afirmarlo: Es además universal y necesario siempre. Igual ocurre con la afirmación: “Los tres ángulos de un triángulo miden 180º”. El predicado que se añade al triángulo-sujeto no está implícito en la definición de triángulo y, además, es rigurosamente cierto que la suma de los ángulos de un triángulo siempre arroja 180º.
¿Cómo son posibles los juicios sintéticos a priori de la Ciencia?
No sólo por la experiencia, pues ésta es cambiante y resulta engañosa. A través de la experiencia únicamente sacaríamos en claro juicios sintéticos a posteriori.
El entendimiento a solas no es tampoco un guía adecuado para la Ciencia porque las certezas que nos dicta son simples tautologías (A = A), juicios analíticos de pasos muy cortos.
Los juicios sintéticos a priori son posibles gracias a unas estructuras a priori en la sensibilidad y en el entendimiento del sujeto cognoscente. Vamos por partes.

Estética trascendental. El conocimiento se inicia al recibir la sensibilidad las representaciones de los objetos. Lo que conocemos por medio de la sensación no son las cosas tal como son en sí mismas, sino tal como nos aparecen. El material en bruto que llega a nuestros sentidos atraviesa un molde, y como lo propio de un molde es dar forma y modificar la masa que entra en él, el resultado que sale de ahí no es ya la masa en sí misma sino lo que el molde ha construido.
Los datos empíricos (la materia) que llegan a nuestros sentidos son ordenados por unas formas puras a priori (el espacio y el tiempo) y el resultado es el fenómeno (lo que aparece). Que sean formas puras a priori quiere decir que no proceden de la experiencia, y que preceden a la recepción de los datos empíricos. El fenómeno no es la cosa en sí (noúmeno, la llama Kant) sino la síntesis que hace la sensibilidad con la materia al hacerla pasar por las formas puras a priori (espacio y tiempo).

Analítica trascendental. Una vez que la sensibilidad ha construido el fenómeno, viene un segundo nivel de conocimiento. El entendimiento o facultad de juzgar, organiza ahora los fenómenos mediante categorías. Las categorías vuelven a ser moldes o formas puras a priori (esta vez del entendimiento) que modifican lo que entra por sus puertas. Las categorías preparan al fenómeno a fin de que el entendimiento pueda trabajar con él.
Veámoslo a partir del siguiente ejemplo: en un fin de semana soleado salimos al campo y, a la hora de más calor, nuestra sensibilidad percibe con alivio el agua de un arroyo. A nuestros sentidos llega, a una hora y lugar determinados, el dato empírico de una corriente de agua. De la combinación del dato en bruto más las coordenadas espacio-temporales en que nos llega dicha sensación sale un fenómeno: Este agua aquí y ahora. El aquí y ahora, el tiempo y el espacio, son las condiciones que hacen posible que nuestra sensibilidad conozca el agua de semejante arroyo, pero por estas condiciones nada sabemos de lo que sea el agua en sí, el noúmeno.
Como el día es caluroso, juzgamos que será muy reconfortante acercarse al arroyo y beber un poco de este agua que se nos antoja fresca y reparadora. ¿Pero cómo podemos conocer que esté fresca y sea apetecible el agua de este arroyo que tal vez veamos por primera vez? ¿Cómo es que el entendimiento juzga deliciosa el agua de este arroyo?
Pensar o juzgar, para Kant, supone unificar los fenómenos dispersos en conceptos o categorías. Todos los fenómenos acuosos han sido reducidos gracias a las categorías, y de ahí que sean manejables por el entendimiento.
El entendimiento no puede, sin embargo, producir otros conceptos que los que meramente sirven para poner las representaciones sensoriales bajo reglas. O sea, que más allá de los sentidos, los conceptos están vacíos.

CLASIFICACIÓN DE LOS JUICIOS Y LAS CATEGORÍAS


JUICIOS

CATEGORÍAS


CANTIDAD


Universales
Unidad
Particulares
Pluralidad
Singulares
Totalidad

CUALIDAD

Afirmativos
Realidad
Negativos
Negación
Indefinidos
Limitación

RELACIÓN

Categóricos
Sustancia
Hipotéticos
Causa
Disyuntivos
Acción recíproca

MODALIDAD

Problemáticos
Posibilidad
Asertóricos
Existencia
Apodícticos
Necesidad

Dialéctica trascendental. El conocimiento intelectual no termina con el entendimiento. En otro nivel se encuentra la razón. La razón unifica los conocimientos del entendimiento mediante tres ideas trascendentales: el yo, el mundo (sustancia corpórea) y Dios
Carecen de toda relación con la experiencia y son a priori. En cuanto son ideas –y no fenómenos ni categorías– no podemos tener de ellas ningún conocimiento. Hablamos de ellas por una tendencia innata (“una espontaneidad tan pura”) que nos arroja más allá de los límites de la sensibilidad y del entendimiento. El alma, el mundo y Dios no son objetos empíricos de conocimiento, naturalmente nadie puede presumir de saber que existe Dios y que hay una vida futura; la convicción en esto no es certeza científica sino moral. Es decir, la creencia en Dios y en otro mundo se halla en nuestro sentido moral. Estos objetos no son accesibles mediante el uso teórico de la razón, pero sí mediante el uso práctico. En su uso práctico, la razón no se ocupa ya de conocer en general, no son los límites del conocimiento lo que ahora importa, sino investigar “¿Qué puedo hacer?”.

3. La ética formal kantiana.
Hasta ahora hemos visto los límites de la razón pura y teórica: Más allá de la experiencia no es posible un conocimiento científico. Los datos empíricos son constantemente modificados por nuestras estructuras formales a priori (los moldes de la sensibilidad y del entendimiento), y así no hay manera de conocer lo que son las cosas en sí, sino solo sus apariciones (los fenómenos).
En este punto no nos ocupamos ya del conocimiento sino de la acción. La razón humana no es solo teoría sino también práctica. Nos importa tanto el conocimiento de las leyes físicas como el de las leyes morales. Igual que la curiosidad científica está enraizada en la condición humana, el hecho moral también está metido en nuestras entrañas. Nos importa mucho saber a la hora de actuar qué es bueno y qué es malo. Cuando la voluntad se determina a hacer algo, ¿qué es lo que la mueve o anima?, este es el asunto que vamos a tratar a continuación.
Ya vimos que un juicio científico, para Kant, ha de ser sintético y a priori. También a la ética –a la ciencia que estudia la acción humana– le impone Kant una serie de condiciones: Tiene que ser formal, autónoma, a priori y deontológica.

Vamos a ir caracterizando cada una de las condiciones de la ética kantiana a partir de sus contrarios:

Kant quiere una ética formal frente a una ética material.
Las éticas materiales informan al hombre de qué hacer para lograr un fin deseable, la felicidad (eudemonismo) o el placer (hedonismo). Si quieres ser feliz o disfrutar de una vida placentera, “no matarás”, “no robarás”, “no mentirás”, etc.
De acuerdo –dice Kant–, ¿pero es reprobable matar en defensa propia, que un mendigo robe un poco de comida o mentirle a un criminal para salvarle la vida a su víctima? Nadie juzgará inmoral que a los terroristas se les mienta, ni tampoco nos parecerá moralmente justo que se le preste ayuda a alguien con las únicas miras puestas en heredarla. Los mandamientos solos nunca podrán orientarnos con absoluta certeza sobre la acción, de ahí que, para formular un juicio ético, necesitamos además examinar el modo y la forma con que está hecha una acción.
Por eso Kant afirma que la ley moral (la ley que obliga a la voluntad) sólo puede ser formal y no material. Cualquier precepto apoyado en la mera experiencia, puede recibir el nombre de regla práctica pero nunca el de ley moral (necesidad absoluta). Quiere decir que nuestra moralidad no depende de las cosas que hacemos sino del principio por el que las hacemos. Kant traslada a su lenguaje filosófico el principio evangélico según el cual no es moral lo que se hace, sino la intención con que se hace.

Kant quiere una ética autónoma frente a una ética heterónoma.
La propia etimología de las palabras nos facilita el trabajo de comprenderlas. Autónomo procede del griego auto (“por uno mismo”) y nomos (“ley”); heterónomo también viene del griego, hetero (“lo distinto”) y nomos (“ley”). Entendemos por ética heterónoma aquella en que el origen de la norma moral es exterior a la conciencia, y por ética autónoma aquella en que la ley moral tiene su origen en la propia conciencia.
El refrán que dice “donde fueres, haz lo que vieres” es un ejemplo magnífico de precepto heterónomo: El marco de referencia para la voluntad es la costumbre, las tradiciones y los gustos del lugar donde uno se encuentre. En consecuencia, resulta imposible hallar con este patrón una justificación universal para la acción humana.
Sólo desde la autonomía de la razón, que es capaz de descubrir la ley moral en su interior, tiene sentido hablar de una conducta moral universal.

Kant quiere una ética a priori frente a una ética a posteriori.
Éticas a posteriori serán todas las que mantengan que las virtudes morales se adquieren mediante la experiencia y el hábito. El niño al nacer semeja, pues, una tabla rasa en la que la sociedad, la cultura, la religión, la política, las tradiciones... van escribiendo sus normas.
Pero está claro –replica Kant– que de una ética basada en la experiencia no podemos esperar gran cosa. Todas las condiciones que se dan en la experiencia son accidentales (históricas, subjetivas, etc.) y por eso mismo no resultan fiables tampoco para fundar la acción humana universalmente. Los conceptos morales no pueden abstraerse a partir de ningún conocimiento empírico; cuanto más de empírico (sensible, fenoménico) haya en la acción, tanto menos universal será.

Kant quiere una ética deontológica frente a una ética teleológica.
Volvamos al análisis etimológico. Deontológico proviene del griego deontos (“deber”) y logos (“razón, ciencia, discurso”), y en español significa la ciencia de los deberes; teleológico procede igualmente del griego, de telos (“fin, meta”) y logos, en español significa doctrina de las causas finales.
Las éticas teleológicas sostienen que la acción moral siempre persigue un fin, ya sea la felicidad (Aristóteles), el placer (Epicuro), la utilidad (Jeremy Bentham o Stuart Mill) o la salvación del alma. El fin que proponía cada uno de estos filósofos era para ellos el Bien más alto al que podían aspirar los hombres (por eso mismo lo proponían como meta de la acción). Sin embargo, cada uno de ellos se representaba el Bien con un contenido distinto. Malamente pondríamos de acuerdo a Epicuro con el asceta que, lastimándose el cuerpo, busca la redención de su espíritu.
A las éticas teleológicas Kant opone la suya, una ética deontológica orientada en exclusiva por el respeto al deber, “el deber por el deber”.
Puesto que no puede haber ni un Bien ni un fin compartido por todas las personas, el criterio de moralidad tiene que estar en el procedimiento y en la intención. La intención no puede ser otra que el respeto al deber, cualquier otra consideración contamina la acción moral buena. Si hago caridad a un pobre por puro deber, realizo una acción moral; si la hago por compasión (que es un sentimiento extraño al deber) o para mostrarme generoso (por vanidad), hago una acción simplemente legal o, incluso, hipócrita. “No hay nada en el mundo que sin limitación pueda ser tenido por bueno sino la buena voluntad”. La buena voluntad no es buena por sus efectos, sino en sí misma.
Kant pone el ejemplo de las Sagradas Escrituras, en donde se manda amar al prójimo e incluso al enemigo. El amor a los enemigos provoca aversión natural e irreprimible, se trata de un amor que reside en la voluntad y no en los sentimientos, de ahí que tenga valor moral (siempre que no se contamine con la pretensión de ganar el Cielo). “Bueno, en sentido práctico, es aquello que mueve a la voluntad por medio de las representaciones de la razón, es decir, por razones que son válidas para todo ser racional en cuanto tal”. Lo bueno, lo que tiene valor moral, el amor a los enemigos, p. e., no funda su moralidad en el mandamiento de una determinada religión –que puede ser compartida o rechazada libremente por el hombre y, así, no es válida universalmente–; el amor a los enemigos es moral porque la razón lo ve razonable, es decir, deseable sin restricción alguna.
No he de mentir si quiero conservar el honor (principio teleológico). No he de mentir aun cuando el hacerlo no me atraiga el más mínimo deshonor (principio deontológico).
La razón práctica tiene delante de ella la importante tarea de crear una voluntad buena, una voluntad que no actúa ya por inclinación sino por deber. “El deber es la necesidad de una acción por respeto a la ley”. Y Kant por respeto entiende “la conciencia de subordinación de mi voluntad bajo una ley sin mediación de otras influencias sobre mi mente”.
La tarea es importante pero sus resultados siempre frágiles, porque el mismo Kant reconoce que es imposible señalar con total certeza un solo caso en que una acción haya descansado sencillamente en razones morales y en la representación del deber. Y esto es así porque, cuando se trata de valores morales, no hay que atender a las acciones (que son visibles), sino a los principios de las mismas (que son internos y no se ven).

El imperativo categórico.
Bueno, hasta aquí lo que hemos hecho es delimitar el coto de caza. Sabemos que existe ley moral y, según Kant, no necesitamos justificarla o demostrarla porque su existencia se impone a la conciencia como un hecho de la razón. Hemos señalado el territorio dentro del que tenemos todavía que cobrarnos la pieza del principio (o ley) moral a priori, un principio moral válido para todos los hombres sin excepción, una ley para toda voluntad de un ser racional. Ya sabemos sus características: Formal, autónomo, a priori y dirigido por el puro deber. Y como de lo aquí que se trata es de determinar a la voluntad a obrar en una dirección u otra, dicho principio tiene que ser un imperativo.
El mandato de todo imperativo puede ser de dos clases: Hipotéticos y categóricos.
El imperativo hipotético es aquel que determina la voluntad en el caso de que ésta quiera alcanzar determinados fines: “Si quieres ganar la carrera, entrena”. Estos imperativos son válidos en la hipótesis de que se quiera tal objetivo. No es éste el imperativo que busca Kant porque su imperatividad –su necesidad– está condicionada a los deseos (volubles) del actuante.
En cambio, cuando el imperativo obliga a la voluntad incondicionalmente, prescindiendo de los fines y los efectos, nos encontramos con el imperativo categórico. Los imperativos categóricos son leyes prácticas que resultan válidas incondicionalmente para el ser racional. El imperativo categórico no dice, “si quieres... debes entonces...”, sino “debes porque debes”.
La validez del imperativo depende de su forma, no de su contenido. El imperativo no me ordena lo que debo querer, sino cómo debo querer aquello que quiero.
Kant hace tres formulaciones del imperativo categórico:

1º Obra según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se convierta en ley universal.
La voluntad no puede estar nunca en oposición a sí misma.

2º Actúa de modo que consideres a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de todos los demás, siempre como fin y nunca como simple medio.
Existe un principio objetivo del que puede derivarse todas las normas de la voluntad, y la base de este principio es: La naturaleza racional existe como fin en sí misma. Los fines del sujeto, que es fin en sí mismo, deben poder ser también mis fines.

3º Actúa de modo que la voluntad, con su máxima, pueda considerarse como legisladora universal con respecto a sí misma.
La voluntad no se somete sencillamente a la ley, sino que lo hace de modo que debe ser considerada también como autolegisladora.

El imperativo surge de la razón pura, igual para todos, y determina la voluntad con la pura forma de la ley. Cuando uno escucha semejantes imperativos asiente racional, necesaria y espontáneamente a ellos. En todo esto, “la voluntad se piensa como una facultad que se determina a obrar conforme a la representación de ciertas normas”, no determinada a obrar conforme a motivaciones empíricas, sentimentales... Vamos a verlo con un ejemplo:
Supongamos que la voluntad se enfrenta a una incertidumbre (falta de certeza, de seguridad): ¿Debo o no debo abstenerme de matar? La voluntad auxiliada por la razón delibera sobre las posibles respuestas:

“No, no debo abstenerme de matar, pues ya que la naturaleza me ha hecho poderoso es justo que imponga mi fuerza hasta donde sea capaz de sostenerla, incluso matando”.
“No debo abstenerme de matar si alguien viene a hacerme daño”.
“No debo abstenerme de matar si mi país es invadido y no hay otra salida para echar a los intrusos”.
“No debemos privarnos de dar muerte a quien no respeta la vida de los demás”.
“No debo evitar el asesinato si los efectos de él son muy beneficiosos para mí”.
“No debo abstenerme de matar si la propia víctima me lo suplica porque está desahuciada por los médicos y sufre horribles dolores”.
“Sí, debo siempre y en cualquier circunstancia abstenerme de matar porque la vida pertenece solo a Dios”.
“Etcétera, etcétera”.

¿Qué puede hacer la voluntad con tantas y tantas respuestas? Kant les aplica el rigor del imperativo categórico. Kant pasaría revista a todas estas posibilidades de acción (hay muchas más) y se preguntaría cuáles de estas soluciones querría el actuante que se convirtieran en ley universal. Cada una de las soluciones interesa a alguien, yo puedo sentir y comprender en un momento determinado que la muerte de una persona me aprovechará mucho cuando ocurra. Entonces (ya que soy libre) decido matarla porque juzgo los efectos de esta acción muy lucrativos para mí. Ahora bien, yo que he actuado a favor de mi interés, ¿desearía que el crimen fuera elevado a ley universal?
Como racionalmente la respuesta no puede ser más que negativa, en consecuencia, el asesinato en este caso es un acto éticamente reprobable.
“Si nos observamos a nosotros mismos en cada incumplimiento de un deber, hallamos cómo, en realidad, no pretendemos que nuestra máxima haya de convertirse en ley general, que esto nos es imposible, sino que, antes bien y por el contrario, la ley seguirá siéndolo en general, tomándonos tan sólo la libertad de hacer de nuestro incumplimiento, en ventaja de nuestra inclinación, una excepción para nosotros.”
O lo que es lo mismo, aquél que da un consejo de este estilo: “Haced aquello que predico y no aquello que hago”, sabe y reconoce que sus actos no deben ser imitados y, en consecuencia, nunca pasarían por leyes universales.

Reino de los fines.
El ser racional, universal legislador, puede reunirse junto a diferentes seres racionales mediante leyes comunes. Surge así el concepto de un reino de los fines. La razón refiere toda máxima de la voluntad como universal legisladora a toda otra voluntad y también a toda acción frente a sí misma, y esto no por otro motivo práctico o ventaja futura, sino a partir de la idea de dignidad. La dignidad de la humanidad reside en la naturaleza racional: Y éste es un precepto insoslayable de la voluntad. En el reino de los fines todo tiene un valor o una dignidad.

Campo semántico de Kant.

  1. Razón / entendimiento.
  2. Ilustración.
  3. Minoría de edad / mayoría de edad.
  4. Libertad.
  5. Uso privado / uso público.
  6. Tutores.
  7. Ciudadano / súbdito.
  8. Hombre.
  9. Deber(es).
  10. Voluntad de todo el pueblo.
  11. Dignidad / conciencia moral.

1. Razón / entendimiento.
Lo primero que hay que saber es que la razón no conoce sino que piensa. Veamos, conocer, según Kant, es lo que hace el entendimiento en los juicios, es decir, aplicar a los fenómenos particulares conceptos generales, algunos de ellos a priori (categorías). Hay, por tanto, en el conocimiento, dos elementos necesarios: Concepto y experiencia (fenómeno). Pues bien, pensar consiste sólo en organizar los conceptos según sus relaciones lógicas, encajando unos dentro de otros según sean más o menos universales. La razón permite unir los conocimientos aportados por el entendimiento, convirtiéndolos en razonamientos. Esta tarea la hacen los principios o ideas trascendentales de la razón, conceptos a priori incondicionados que unifican los fenómenos conocidos por el entendimiento:

Alma: el conjunto de nuestros conocimientos acerca de los fenómenos de la experiencia interna.
Mundo: el conjunto de nuestros conocimientos acerca de los fenómenos de la experiencia externa.
Dios: la síntesis de ambas. Une la totalidad de los fenómenos.

Ahora bien, aunque mediante las ideas de la razón podemos pensar la totalidad de los fenómenos, ellas mismas no nos dan a conocer nada, pues para ello necesitaríamos tener alguna experiencia de las mismas, cosa que no es posible. Por lo tanto, la metafísica como ciencia es imposible porque el límite de nuestro conocimiento es la experiencia sensible. Pero se da el hecho de que el hombre es un animal metafísico, de que el hombre posee una tendencia natural a preguntarse ¿quién soy?, ¿qué sentido tiene el mundo?, ¿existe Dios?, a pesar de ser consciente de que nunca podrá obtener una respuesta. A esta tendencia la llamamos ilusión trascendental. No podemos conocer las ideas de la razón, pero, dice Kant, podemos atribuirles un uso regulativo en dos sentidos:

Negativo, señala los límites del conocimiento.
Positivo, impulsa a organizar cada vez mejor los conceptos del entendimiento.

El entendimiento es la facultad de juzgar. Juzgar significa subsumir (incluir) una percepción, es decir, un fenómeno, en un concepto. Sólo existe conocimiento cuando el concepto general va acompañado por la intuición empírica. Ahora bien, resulta que existen dos tipos de conceptos: Unos son empíricos (o a posteriori); es decir, son generalizaciones tomadas de la experiencia (como “piedra” o “calor”). Otros son a priori, y son “puestos” por el entendimiento. Kant los llama “categorías“. Por ejemplo, la categoría de “causa“. Si hemos de analizar el fenómeno “el Sol calienta la piedra” siguiendo la filosofía de Hume todo lo que podemos afirmar es que a un suceso A (el Sol) acostumbra seguirle un suceso B (el calentamiento de la piedra), pero esta es una relación contingente, sólo probable. En cambio, utilizando la teoría kantiana de las categorías, si pienso: “El Sol calienta la piedra”, “calienta” supone implícitamente la categoría de causa (“es causa del calentamiento de”). Esta categoría es a priori y, por lo tanto, nos guste o no, nuestra mente impone a la realidad la estructura causa-efecto y nuestras asociaciones causa-efecto apoyadas en la experiencia tienen un carácter necesario y universalmente válido. Las categorías fundamentales que Kant descubre son la sustancia y la causalidad.

2. Ilustración.
Los grandes cambios culturales que genera la Ilustración se producen en los siguientes ámbitos: La razón, Naturaleza, Progreso y Sociedad.

a. La razón.
La Ilustración crea un nuevo modelo de racionalidad, en claro contraste con la racionalidad cartesiana: El cartesianismo había propuesto como modelo de racionalidad la razón matemático-geométrica. La Ilustración rechaza este modelo y propone otro: La razón empírica. Los inspiradores son Locke y Newton: Hay que partir de la experiencia. Se trata, por tanto, de una nueva lógica: No la lógica de los primeros principios (ideas innatas de Descartes), sino la lógica de los hechos. Los “principios” sólo se encuentran al final, después de una penosa labor de experimentación con los hechos. La racionalidad del siglo XVIII es mucho más modesta que la del siglo anterior. La razón ya no está en posesión de la verdad, sino que es una búsqueda nunca del todo acabada. De ahí la insaciable curiosidad de los ilustrados, su “inquietud”.
La razón ilustrada también podemos caracterizarla como “razón crítica”: La actitud crítica es una característica común a todos los ilustrados. El análisis es, precisamente, el instrumento de la crítica, la cual se ejercita en todos los campos:
        - Crítica de la propia razón, que conduce a fijar los límites de la capacidad de conocimiento del ser humano. Para todos los ilustrados, la sensación es el límite del conocimiento y la metafísica es declarada como imposible.

        - Crítica de la tradición , que se considera llena de errores y supersticiones. La crítica se hará, sobre todo, mediante un estudio histórico de los orígenes de las ideas recibidas. Y esta crítica no se limita a las ideas, sino que también la emprende con las instituciones: Religión, Iglesia, sociedad, Estado, educación, derecho, etc.
Por último, además de empírica y crítica, la razón ilustrada también podemos verla como una razón autónoma:la zón –aun reconociendo sus propios límites– es la única guía del ser humano, ya que se ha rechazado la guía de la tradición. Ello supone que la razón se considera ahora liberada de toda tutela exterior, de toda autoridad, especialmente de la religión. Las tornas se invierten: Ahora es la razón la que juzga sobre el valor de la religión (deísmo). La razón se ha secularizado.

b. Naturaleza.
Los científicos del siglo XVIII creen que es posible prescindir de Dios para explicar el mundo. De este modo, la ciencia ilustrada proclama la autonomía del mundo respecto a Dios, del mismo modo que antes había proclamado la autonomía de la razón. La falta de un punto de referencia en el terreno científico, político, moral, artístico… se resuelve recurriendo a la idea de Naturaleza.. Basta considerar que algo –una conducta o una institución, por ejemplo– es “natural” para que quede justificado. El concepto “Naturaleza” se utiliza con bastante ambigüedad: Puede ser el estado de naturaleza en que vivió el “buen salvaje” de Rousseau, el plan oculto de la Naturaleza entrevisto por Kant y que nos conduce hacia la paz perpetua, o la moral natural (epicúrea) defendida por pensadores materialistas como La Mettrie.

c. Progreso.
Se considera que la humanidad progresa cuando se piensa que la historia avanza lenta pero inexorablemente de lo peor hacia lo mejor y que, por tanto, el momento actual (lo último, “lo nuevo”) es el momento mejor y más perfecto en la historia de la ciencia, las artes, la política, la moral, etc. Esta idea de progreso nace con la Ilustración; concretamente, a finales del siglo XVII, se suscitó una viva polémica en Francia acerca de “los antiguos y los modernos” en la que vencieron los modernos. Se generalizó la actitud crítica ante el pasado y se consideró que la humanidad y la razón podrían perfeccionarse infinitamente. Kant fue de esta opinión pues consideraba que la humanidad avanza lenta pero de forma segura hacia la paz, mientras que Rousseau pensaba que la historia de la humanidad no era tanto un progreso sino un retroceso respecto a un estado de naturaleza ideal.
Actualmente la desconfianza ante la idea de progreso ha invadido la mentalidad colectiva a causa de las continuas guerras, los desastres ecológicos, las injusticias sociales a nivel planetario, las crisis económicas, etc.

d. Sociedad.
La filosofía social y política de la Ilustración se desarrolla principalmente en Francia. Montesquieu en su obra El espíritu de las leyes (1748), describe las diversas formas de gobierno, ocultando su preferencia personal por una monarquía aristocrática. Pero lo más interesante de su obra es la idea de que cualquier forma de gobierno debe ser moderada por la separación de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial (inspirada en Locke y en la Constitución inglesa). Kant defenderá una opinión semejante en su obra Hacia la paz perpetua.
Las ideas democráticas e igualitaristas sólo fueron defendidas por pensadores aislados: Rebeldes o utópicos. Hay que citar aquí, sobre todo, a Rousseau, defensor de la democracia y los proyectos pacifistas de Kant.

3. Minoría de edad / mayoría de edad.
Kant atribuye la causa de la minoría de edad a la “pereza” y la “cobardía” de los individuos. Por un lado, el dogmatismo acrítico resulta cómodo, pues nos permite no cuestionar nada del mundo que nos rodea. Podemos, por ejemplo, vivir eternamente hipnotizados por el televisor. Por otro lado, renunciar a los prejuicios y las consignas heredadas es una tarea que requiere cierto valor. Es natural que el vacío de la libertad inspire un cierto temor. Por pereza preferimos que un libro piense por nosotros antes que pensar por nosotros mismos. Esta idea tiene mucha vigencia hoy día pues vemos cómo la mayoría no es crítica con la información que recibe, ya sea a través de los libros, de la televisión o Internet.

4. Libertad.
La cuestión de la libertad es la tercera de las antinomias de la Crítica de la Razón Pura. Kant concluye que se puede demostrar tanto que somos libres como que todo está determinado. La única explicación de esto es que el determinismo es lo propio del fenómeno (la suma de las sensaciones más el espacio-tiempo y las categorías, especialmente la de causalidad) mientras que la libertad es lo propio del noúmeno la cosa-en-sí. La libertad queda por tanto fuera de los límites del saber humano tal como ocurre con otras ideas de la razón como la idea de Dios.
En la Crítica de la Razón Práctica la libertad aparece como un postulado. Un postulado es un concepto de origen matemático. Un postulado es una proposición que resulta imposible demostrar pero que si no la presuponemos el edificio entero de las matemáticas se viene abajo. La libertad es un postulado en el sentido siguiente: Es imposible demostrarla, pero si no la suponemos toda nuestra vida moral se vuelve un sinsentido pues no podríamos atribuir a nadie responsabilidad ni culpa.
La libertad está directemente relacionada con una de las formulaciones del imperativo categórico: “Obra de tal manera que la voluntad pueda considerarse a sí misma, mediante su máxima, como legisladora universal”. La voluntad humana ha de ser legisladora universal, es decir, completamente autónoma. La ley moral ha de emanar de la voluntad misma.
En términos políticos, la libertad es para Kant y Rousseau un derecho natural que corresponde a todo individuo. Kant defiende, por tanto, la libertad política positiva, por la cual cada individuo se convierte en colegislador, es decir, en coautor de las leyes del Estado. En este punto, Kant se aparta de Hobbes y se acerca a la idea de autolegislación presente en el concepto de “voluntad general” de Rousseau. El gobernante debiera legislar como si fuera posible que la voluntad unida del pueblo diera su consentimiento a las leyes .
El concepto de libertad jurídica no expresa desobediencia civil, puesto que Kant, al igual que Hobbes, consideraba que la sumisión al poder del Estado era una condición necesaria para el orden social. Para evitar excesos del gobernante Kant confía en su defensa de la libertad de expresión.

5. Uso privado / uso público.
La Ilustración, es decir, la superación de la minoría de edad, sólo requiere libertad para hacer un uso público de la razón que nos permita expresar por escrito nuestras críticas a los dogmas religiosos o políticos. En tanto miembros de una comunidad cosmopolita nos dirigimos al mundo de los lectores para liberarlos de los grilletes de la superstición y emanciparlos mediante el saber.
Al uso público Kant contrapone un uso privado, esto es, un uso restringido a cierto ámbito, un uso particular. Todo el que forme parte de la maquinaria del Estado debe atenerse a este uso privado en tanto que desempeñe una determinada función. El soldado ha de cumplir órdenes y el ciudadano pagar impuestos. Posteriormente pueden hacer públicas sus quejas y observaciones, pero primero han de obedecer.
Así, como parte de la maquinaria del Estado, el ciudadano tiene que obedecer las leyes del gobierno pero como miembro de una comunidad cosmopolita tiene todo el derecho a expresar sus opiniones para ir mejorando con ellas la legislación vigente.

6. Tutores.
Los tutores que permanecen interesados en mantener a la humanidad en su minoría de edad en realidad tienen una clara motivación política. Kant se refiere irónicamente a médicos, abogados y sacerdotes como instrumentos del gobierno para manejar a sus administrados. Los peligros inevitables de comenzar a pensar por uno mismo son calificados por dichos tutores como obstáculos insalvables, mientras que Kant ve en ellos tropiezos necesarios en el camino a la libertad.
En realidad, hacían bien esos tutores, esos administradores del Estado, en luchar contra la expansión de la consigna “piensa por ti mismo”, pues en poco tiempo ésta sería el germen de revoluciones y desórdenes sociales que cambiarían el mapa de Europa.

7. Ciudadano / súbdito.
En el primer artículo definitivo de Hacia la paz perpetua, Kant establece que la Constitución republicana ha de establecerse sobre tres principios: Libertad, igualdad y ciudadanía. El segundo de ellos, la igualdad, implica “la dependencia de todos respecto a una única legislación común (en cuanto súbditos)”. Establece que todos los ciudadanos son iguales ante la ley. Este principio es una crítica evidente a un aspecto de la realidad política de la época: Los privilegios de la nobleza hereditaria. Sin embargo, según Kant, el principio de igualdad tiene una excepción: El soberano. Kant, como Hobbes, entiende que, debido a la maldad intrínseca del ser humano, el estado civil sólo es posible si existe una autoridad absoluta por encima de las leyes encargada de hacerlas cumplir. Ante las decisiones del monarca no cabe el derecho de resistencia. Todos somos súbditos.
El tercer principio establece el derecho de ciudadanía que se refiere a la posibilidad de los individuos de participar en la legislación del Estado, de ser colegisladores. Rousseau, desde su propuesta de democracia asamblearia, considera que ser ciudadano implicaba participar en la creación de las leyes, mientras que para Kant implica solamente que la voluntad general del pueblo esté representada en la mente del soberano. Hay otra diferencia más entre Rousseau y Kant: Para Rousseau todos los individuos son ciudadanos mientras que para Kant existen ciudadanos pasivos (sin derecho a voto) y ciudadanos activos (con derecho a voto). Estos últimos son sólo los hombres mayores de edad propietarios de tierras, funcionarios o con alguna profesión liberal. Quedan excluidos del voto los niños, las mujeres y los asalariados.

8. Hombre.
Kant inicia en 1770 el conocido como “período crítico”, en el que se pregunta sobre las condiciones trascendentales de posibilidad en torno a cuatro preguntas con las que intenta delimitar el campo de la filosofía: ¿Qué puedo conocer?, ¿qué puedo hacer?, ¿qué me cabe esperar?, ¿qué es el hombre? A la primera pregunta responde la Metafísica; a la segunda, la Moral; a la tercera la Filosofía de la Historia y la Religión, y a la cuarta, la Antropología. Pero, en el fondo, se podría considerar que todo se reduce a la Antropología, pues las tres primeras preguntas se refieren a la última.
En este sentido, la reflexión sobre el ser humano es lo que da unidad a todo su proyecto filosófico.
La libertad y la autonomía son esenciales al ser humano, pues constituyen la condición de posibilidad de la acción moral, la capacidad para obrar según leyes que le da su propia razón.
En La religión dentro de los límites de la sola razón explicita claramente que el ser humano viene definido por dos principios que coexisten en su naturaleza: Un principio del bien y un principio del mal. Por tanto, si consideramos la definición de naturaleza humana que el propio Kant nos proporciona, podemos observar que es el propio individuo el que elige libremente como máxima de su voluntad entre un principio subjetivo del bien o del mal (con respecto a la ley moral objetiva), siendo ambos principios (tanto el del bien como el del mal), innatos al ser humano.

9. Deber(es).
Las acciones humanas pueden tener su origen en las inclinaciones del cuerpo o en el deber que emana de la razón práctica. Puede obrarse conforme a deber o por respeto al deber. Obramos conforme a deber cuando obedecemos una norma para evitar consecuencias negativas como, por ejemplo, no robar para no ir a la cárcel. Obramos por respeto al deber cuando obedecemos la norma sin tener en cuenta las consecuencias. El deber se expresa en el imperativo categórico: “Obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal”. Se trata de un imperativo categórico porque no está sometido a condición alguna, es decir, no dice: “Si quieres…” (en cuyo caso sería hipotético). Y es formal, ya que no expresa lo que hay que hacer (entonces sería material). Lo único que dice es que para que una “máxima” personal de conducta (que ella misma sí es material y particular) pueda ser considerada por mí como un deber moral, es preciso que yo pueda querer que se convierta en un deber universal.

10. Voluntad de todo el pueblo.
En la Constitución republicana propuesta por Kant es básico el derecho de ciudadanía según el cual todo los individuos son colegisladores. Es decir, en las decisiones legislativas del soberano ha de estar representada la voluntad de todo el pueblo. El monarca no puede imponer a sus ciudadanos ninguna norma que éstos no se dieran a sí mismos.

11. Dignidad / conciencia moral.
La conciencia moral es lo que otorga dignidad al ser humano. Frente a la Naturaleza donde todo sucede según la ley de la causalidad, el hombre dispone, gracias a la conciencia moral, de la capacidad para distinguir el bien y el mal y la posibilidad de elegir.
La tercera formulación del imperativo categórico utiliza como criterio la necesidad de considerar a cada ser humano racional como un fin en sí mismo: “Obra de tal manera que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin y nunca solamente como un medio”.

* * *

IV. FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA.

1. Marx: la alienación. Materialismo histórico.



K. Marx (izda.) junto a F. Engels.



El concepto de alienación.
Marx entiende que la esencia del hombre consiste en transformar el entorno que le rodea. El homo faber, el hombre que hace cosas y que transforma la Naturaleza, ése es el hombre auténtico. “El hombre mismo se diferencia de los animales –dice Marx– a partir del momento en que comienza a producir sus medios de vida.”
Lo propio, pues, del hombre es el trabajo, la praxis, la acción transformadora que realiza en el medio hasta convertirlo en su hogar. El ser humano real ejerce su praxis de un modo directo transformando la naturaleza en medios de vida para sí y sus semejantes, y así, de esta forma, es como el fruto de la praxis y del trabajo realiza al trabajador.
Este hacer exclusivo del hombre ha estado determinado a lo largo de la historia por circunstancias (relaciones de producción) igualmente históricas. El artesano medieval era un trabajador, pero entre él y un empleado actual de la Volkswagen, por ejemplo, existen grandísimas diferencias. A juicio de Marx, el artesano antiguo disfrutaba de su trabajo en la medida en que éste era reflejo de su verdadero ser.
Este pensamiento de Marx lo podemos ilustrar con la siguiente observación: Todavía hoy en día cuando queremos alabar un trabajo bien acabado decimos que “está hecho a conciencia”. ¿Y qué es un trabajo “hecho a conciencia” sino un trabajo hecho con cuidado de no disgustar a ese tribunal que, desde dentro, juzga “buenos” o “malos” nuestros actos? Un trabajo hecho a conciencia es aquel que no deja remordimiento alguno en quien lo realiza.
En contra de este tipo de trabajo –que sería el trabajo verdadero­–, Marx opone el trabajo enajenado, el trabajo extraño al trabajador, el trabajo en el que resulta imposible reconocerse. El trabajo se convierte en lo otro (alien), en lo exterior y ajeno al trabajador, y esto por culpa de la economía capitalista. El trabajo se convierte en lo otro y aliena al trabajador haciéndole extraño a sí mismo y a sus semejantes. La vida auténtica ha sido suplantada por el horario en la fábrica; el trabajo hecho a conciencia ha sido sustituido por cadenas de producción que no permiten ya creatividad ni libertad algunas en los operarios. El fruto del trabajo ni es disfrutado ni sirve a los trabajadores, pues pasa a las manos de los propietarios capitalistas. Marx escribe:

“El creciente empleo de las máquinas y la división del trabajo quitan al trabajo del proletario todo carácter sustantivo y le hacen perder con ello todo atractivo para el obrero. Éste se convierte en simple apéndice de la máquina, y sólo se le exigen las operaciones más sencillas, más monótonas y de más fácil aprendizaje. Por tanto, lo que cuesta hoy día el obrero se reduce poco más o menos a los medios de subsistencia indispensables para vivir y para perpetuar su linaje (1)”.

(1) Proletario viene de prole, descendencia. El proletario es aquel cuya única riqueza son los hijos que pueda engendrar.

La base de la alienación, para Marx, será la economía capitalista. Y entendemos por alienación el proceso por el que la conciencia auténtica del ser humano es transferida al exterior: A la empresa, al Estado, a la religión, etc.
El trabajo, que debe ser praxis transformadora, está alienado en la sociedad capitalista porque:
    - La producción capitalista exige que la acción transformadora no sirva al interés del trabajador sino al enriquecimiento del capitalista.
    - El obrero, a su vez, se aliena y se convierte en una cosa (deja de ser un hombre), pasa a ser un engranaje de la función productora. Los frutos de su trabajo le resultan extraños al ser vendidos. El obrero asalariado no tiene más remedio que vender su trabajo y con él su vida y su independencia.
    - El trabajo alienado como mercancía provoca la alienación del ser humano para con el mismo ser humano. El capitalismo hace que los vínculos humanos se comercialicen y fomenta el egoísmo recíproco: convierte el dolor y el sudor del trabajo de unos, en alegría y riqueza de otros. Trabajador y capitalista terminan viéndose como extraños, alienados seres hostiles.
El fundamento de la alienación es económico –ya está dicho–, pero sobre estos cimientos económicos se levantan otras alienaciones: sociales, políticas, religiosas y filosóficas.

Alienación social. En función del lugar que los individuos ocupen en el proceso productivo tendrán intereses comunes. En una economía capitalista los intereses de los productores y los de los propietarios no coinciden, y de aquí que se agrupen en clases sociales divergentes. La pertenencia a clases sociales supone una alienación para Marx porque niega el carácter fundamentalmente social y unitario de la especie humana.

Alienación política. El Estado no es sino un instrumento en manos exclusivamente de la clase dominante, cuyos intereses protege y defiende. El Estado fomenta la separación y la división de los hombres. El Derecho junto a toda la doctrina jurídico-política consagran el status quo, mantienen a salvo los principios fundamentales del capitalismo tales como la propiedad privada o una ilimitada libertad de mercado. “El gobierno del Estado –se lee en el Manifiesto comunista– no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa”. El Derecho es la voluntad de la burguesía dirigente elevada a ley.

Alienación religiosa. La religión contradice las tendencias naturales del individuo al predicarle la resignación ante las condiciones miserables de vida en las que le pone un sistema productivo injusto. Es, en este sentido, opio (adormidera) para el pueblo, pues predica una justicia trascendente que compensará las injusticias sociales históricas. La religión pone freno a la acción revolucionaria del proletariado oprimido.

Alienación filosófica. En muchas ocasiones la filosofía ha desviado al hombre de su vocación revolucionaria y lo ha reducido a la mera contemplación. A veces la filosofía ha justificado la realidad opresora asegurando que vivimos en el mejor de los mundos posibles, mientras otras veces la filosofía ha enredado al hombre en paradojas que le ha entorpecido la misión revolucionaria. “Hasta ahora los filósofos han interpretado el mundo, es hora ya de transformarlo”. “La cultura [vale decir la Filosofía] no es para la inmensa mayoría de los hombres más que el adiestramiento que los transforma en máquinas” (Manifiesto comunista).

El materialismo histórico.
En línea coherente con su idea de ser humano, Marx sostiene que la Naturaleza real es la Naturaleza transformada por el ser humano (humanizada) y, por tanto, introducida en el devenir histórico. El mundo que nos rodea no está dado desde la eternidad, tampoco se gobierna por unos planos o designios providencialistas y sobrenaturales. El mundo es un producto histórico, resultado de todas las generaciones que lo han transformado.
El materialismo de Marx implica la negación de la autonomía de las ideas respecto de las condiciones materiales de la existencia humana. Las ideas son producto de los modos de vida. “No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia”.
Esto que afirma Marx no es ni más ni menos que esto otro: No es verdad que se viva como se piensa; se piensa como se vive. La vida, sus condiciones y sus circunstancias van por delante del pensamiento, éste no ocurre en el vacío sino que surge del tipo de vida que vivimos.
La tesis central del materialismo histórico afirma que los acontecimientos históricos importantes están causados y dirigidos por el desarrollo económico de la sociedad, por las transformaciones del modo de producción, por la división de la sociedad en clases y por la lucha de estas clases sociales entre sí.

Vamos por partes.

La estructura económica –o modo de producción– constituye la base real de la sociedad, de tal forma que cualquier cambio en la estructura repercutirá en la marcha de la sociedad. La estructura económica está compuesta por las relaciones de producción y por las fuerzas productivas.
Las relaciones de producción son las que se establecen entre los proletarios y los propietarios de los medios de producción, entre trabajadores y burgueses capitalistas. Las relaciones entre patricios y plebeyos, amos y esclavos, señores y siervos, empresarios y asalariados –finalmente– han atravesado muchísimas modificaciones. La vinculación entre ambas clases sociales ha evolucionado mucho desde el derecho de posesión de esclavos por compra o nacimiento, hasta el contrato laboral de nuestros días que, además de regular las obligaciones laborales, también habla de vacaciones, baja por enfermedad, indemnización por despido, etc.
Las fuerzas productivas son el conjunto de los medios de producción (máquinas y tecnología) y la fuerza de trabajo (mano de obra cualificada o no). Esta fuerza productiva puede medirse con cierta precisión.
Por ejemplo, ¿qué cantidad de fuerza productiva posee España para construir y poner en órbita una estación espacial? Semejante cálculo tendrá que hacerse sobre la cantidad de tecnología y de mano de obra altamente cualificada que haya disponible en España. O sea que nuestra fuerza productiva en este campo es irrisoria (ridícula en comparación con la fuerza productiva de España en, por ejemplo., el cultivo de naranjas) .
La unidad entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción son dialécticas, es decir, divergentes y contradictorias en sus principios. Dialéctica procede de dia (dos) y logos (razón, palabra, discurso), en consecuencia, “dos discursos”, “dos razones”. Lo contrario al diálogo es el monólogo, que es el discurso y la razón de uno solo. Para que haya diálogo han de haber dos razones distintas.
Las relaciones de producción en una economía capitalista están presididas por el afán de lucro de la clase propietaria dominante y por las vidas alienadas de los proletarios. Las fuerzas productivas, siguiendo el criterio del máximo beneficio económico, se amplían y se hacen internacionales. La mano de obra se busca y se recluta más allá de las barreras nacionales. Las diferencias entre un número cada vez menor de propietarios y otro progresivamente mayor de obreros explotados irán en aumento. “En la misma proporción en que se desarrolla la burguesía, es decir, el capital, desarróllase también el proletariado” (Manifiesto comunista).
Paradójicamente (y ahí la dialéctica) el mismo modo de producción capitalista produce las condiciones materiales que serán el germen del conflicto social. Para Marx, el mismo sistema de economía capitalista crea en su seno al verdugo que lo decapitará en el futuro. “Pero la industria, en su desarrollo, no sólo acrecienta el número de proletarios, sino que los concentra en masas considerables; su fuerza aumenta y adquieren mayor conciencia de la misma” (Manifiesto comunista).
El conflicto social –primero– y la revolución social –después–, llegan cuando el aumento de las fuerzas de producción es ya incompatible con las relaciones de producción.

“Todas las sociedades anteriores han descansado en el antagonismo entre clases opresoras y oprimidas. Mas para oprimir a una clase es preciso asegurarle unas condiciones que le permitan, por lo menos, arrastrar su existencia de esclavitud... El obrero moderno, por el contrario, lejos de elevarse con el progreso de la industria, desciende siempre más y más... El trabajador cae en la miseria, y el pauperismo crece más rápidamente todavía que la población y la riqueza. Es, pues, evidente que la burguesía ya no es capaz de seguir desempeñando el papel de clase dominante de la sociedad ni de imponer a ésta, como ley reguladora, las condiciones de existencia de su clase. No es capaz de dominar, porque no es capaz de asegurar a su esclavo la existencia, ni siquiera dentro del marco de la esclavitud...” (Manifiesto comunista).


Cuando las contradicciones emergen a la superficie, la lucha de clases opera como motor de la historia. Al hacerse insostenibles las contradicciones entre las dos clases, aumenta la conciencia de clase de los trabajadores, que finalmente conseguirán a través de sus organizaciones políticas y la revolución social apoderarse del poder político.
Conforme avance el proceso revolucionario y la producción vaya concentrándose en manos de los obreros asociados, el Poder público perderá su carácter político pues, para el pensamiento marxista, “el Poder político, hablando propiamente, es la violencia organizada de una clase para la opresión de otra” (Manifiesto comunista).
Ya en el poder, los trabajadores se adueñarán de la propiedad de los medios de producción mediante una dictadura del proletariado provisional, un régimen despótico en tránsito hacia un nuevo modo de producción: la sociedad socialista, donde el poder sobre las personas será sustituido por la administración de las cosas, donde la propiedad común suplantará a la acumulación en manos privadas de los medios de producción de riquezas y bienes, donde el Estado se transformará en un simple administrador de la producción.
Significativo y elocuente es el final del Manifiesto:

“Los comunistas, no tienen por qué guardar encubiertas sus ideas e intenciones. Abiertamente declaran que sus objetivos sólo pueden alcanzarse, derrocando por la violencia todo el orden social existente. Tiemblen si quieren las clases gobernantes ante la perspectiva de una revolución comunista. Con ella, los proletarios no tienen nada que perder, sino sus cadenas. Por el contrario, tienen todo un mundo entero que ganar.
¡Proletarios de todos los países, uniros!”.

De la misma forma que la burguesía se vio obligada a expulsar del poder a la nobleza por la fuerza, el proletariado no podrá conseguirlo pacíficamente y tendrá que arrebatárselo por la fuerza a la burguesía. Engels proclama en sus Principios del Comunismo: “¿Será posible suprimir por la vía pacífica la propiedad privada? Sería de desear que fuese así, y los comunistas, como es lógico, serían los últimos en oponerse a ello... Pero, al propio tiempo, ven que se viene aplastando por la violencia el desarrollo del proletariado en casi todos los países civilizados, y que con ello, los enemigos mismos de los comunistas trabajan con todas sus energías contra la revolución. Si todo ello termina, a fin de cuentas, empujando al proletariado subyugado a la revolución, nosotros, los comunistas, defenderemos con hechos, no menos que como ahora lo hacemos de palabra, la causa del proletariado”.

Campo semántico de Marx.
    1. Creencias e ideas (ideología).
    2. Clase / lucha de clase.
    3. Burguesía / proletariado.
    4. Estado.
    5. Explotación.
    6. Modos de producción.
    7. Transformación revolucionaria.
    8. Servidor asalariado (cosificación).
    9. Hombre(s).
    10. Ilusiones religiosas y políticas.

1. Creencias e ideas (ideología).
La ideología es un elemento esencial de la superestructura. Es el conjunto de ideas y creencias que utiliza la clase dominante para legitimar su posición frente a las clases oprimidas. En Contribución a la crítica de la economía política dice Marx que la ideología abarca el derecho, la política, la religión, el arte, la filosofía, y especialmente la “ciencia económica”; así, por ejemplo, la teoría de la “mano invisible” de Adam Smith, la teoría del trabajo de David Ricardo o la propiedad como derecho natural defendida por John Locke. Una de las tareas fundamentales de la filosofía es desenmascarar el supuesto carácter objetivo de la ideología. La filosofía tiene, por tanto, una función crítica.

2. Clase / lucha de clase.
Se pertenece a una clase social dependiendo de la relación que se guarde con los medios de producción. Por ejemplo, en el modo de producción capitalista pueden distinguirse dos clases: La burguesía, que posee los medios de producción, y el proletariado, que sólo posee su fuerza de trabajo. El antagonismo entre las clases sociales está presente a lo largo de toda la historia de la humanidad. Esta es una visión dialéctica de la realidad que nos retrotrae a Heráclito o Hegel. A medida que progresan las fuerzas productivas se modifican también las relaciones de producción y, por tanto, las clases sociales. Debido a sus contradicciones internas, el modo de producción capitalista dará lugar a una sociedad posclasista o comunista.

3. Burguesía / proletariado.
Son las clases sociales propias del modo de producción capitalista. La burguesía es la clase social poseedora de los medios de producción (maquinaria, tierras, materias primas…) y con capital suficiente para alquilar la fuerza de trabajo del proletariado. El proletariado carece de medios de producción y para subsistir se ve obligado a vender su fuerza de trabajo. El término proletario viene de la Antigua Roma: Los proletarii eran aquellos cuya única riqueza era su prole. La explotación del proletariado por parte de la burguesía es el origen del capital.

4. Estado.
El Estado es parte fundamental de la superestructura. El Estado es la herramienta que utiliza la clase dominante para imponer sus intereses a las clases oprimidas. El Estado tiene el monopolio de la violencia. Incluye a la burocracia, la policía, el ejército, el sistema judicial, etcétera. En el Manifiesto comunista Marx afirma que el poder estatal moderno equivale a un Consejo de Administración encargado de defender los intereses de la burguesía. Las monarquías parlamentarias, con sufragio censitario, servían muy bien a este propósito. También en la actualidad el poder político está sometido a los intereses del sistema financiero. Pensemos cómo, recientemente, el Gobierno de España ha rescatado con la ayuda de la Unión Europea a entidades financieras en crisis.

5. Explotación.
Una sociedad de explotación es aquella en la que existe una clase dominante que posee los medios de producción y otra clase oprimida a la que se le sustrae su fuerza de trabajo y los productos que realiza. Esta explotación tiene como consecuencia la alienación de la clase trabajadora.

6. Modos de producción.
Los modos de producción son las distintas formas con que a lo largo de la historia la humanidad ha producido los bienes necesarios para sobrevivir. Un modo de producción se divide en infraestructura y superestructura. La infraestructura está compuesta por las fuerzas productivas y las relaciones de producción. La superestructura, en cambio, por el conjunto de ideas, creencias e instituciones acordes –en cada momento– con las fuerzas productivas. La función de la superestructura es garantizar el dominio de la clase dominante. El cambio social consiste en la sucesión de los distintos modos de producción. El cambio social se produce cuando las fuerzas productivas alcanzan una determinada capacidad que vuelve obsoletas las antiguas relaciones de producción. Los modos de producción que han existido a lo largo de la historia son el preclasista, precapitalista de clases y capitalista, al que habrá de suceder el comunista o posclasista.

7. Transformación revolucionaria.
La transformación revolucionaria o cambio social tiene lugar cuando las fuerzas productivas alcanzan una determinada capacidad que vuelve obsoletas las antiguas relaciones de producción. Por ejemplo, la formación de las primeras ciudades y el surgimiento de la manufactura terminó con las relaciones de producción que ligaban a señores feudales y siervos de la gleba pues estos emigraron todos a la ciudad.

8. Servidor asalariado (cosificación).
En las sociedades de clases, especialmente en el modo de producción capitalista, el asalariado no vive el trabajo como el lugar de su autorrealización sino más bien como un lugar de sufrimiento, pérdida de sí mismo e incluso de “castración”. En el trabajo se experimenta la forma más grave de alienación que es la alienación económica. El trabajador, al vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario, experimenta que su actividad diaria no le pertenece: También él se convierte en mercancía, se cosifica. El trabajador también está alienado respecto de los objetos que produce. El trabajador es un medio, un instrumento para producir mercancías que generan una plusvalía para el empresario. En lugar de ser tratado como un fin en sí mismo, como reclamaba Kant, el trabajador es un instrumento para producir cosas y es tratado asimismo como una cosa.

9. Hombre(s).
Existe una naturaleza humana universal. El hombre se define como un ser que, mediante el trabajo, alcanza su autorrealización. La existencia de una naturaleza humana universal implica que todos los seres humanos son iguales y todas las sociedades de clases injustas e ilegítimas. Marx es crítico con la teoría de Locke según la cual la propiedad privada es un derecho natural del hombre. Marx considera que la propiedad privada es un hecho histórico que no existió en el pasado (modo de producción preclasista) y no existirá en el futuro (sociedad posclasista).

10. Ilusiones religiosas y políticas.
La religión es una forma de alienación porque hace que el hombre busque consuelo en una ilusión, en algo irreal como son los dioses. En esto Marx coincide con Feuerbach. También porque desvía la atención de la clase oprimida hacia un paraíso ficticio en lugar de perseguir la transformación revolucionaria del mundo real del trabajo. Por último, la religión suele tomar partido por la clase dominante.
Las ilusiones políticas –por su parte– son las propias del feudalismo o del socialismo utópico. Así, para Marx, la burguesía destruye todas las creencias centenarias que adornaban el sistema feudal, tales como el mundo caballeresco. En cuanto al socialismo utópico, Marx es muy crítico con Proudhon porque en lugar de investigar la economía capitalista y las posibilidades reales de una revolución se limita a fantasear sobre mundos ideales.

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